¿Para qué un debate?

¿Para qué un debate?

El objetivo de realizar un debate televisivo entre los dos candidatos con real posibilidad de ganar la presidencia de la República el 20 de mayo es formarse una idea sobre cuál está mejor preparado para dirigir la cosa pública durante los próximos cuatro años.

La gran mayoría de la población votante tiene desde hace tiempo la percepción correcta sobre cuál de los dos está mejor dotado de los conocimientos necesarios para hacerlo merecedor de portar la banda tricolor.

Ya la campaña electoral está en su fase final y sería de poca utilidad distraer tiempo en un espectáculo del que prácticamente conocemos el guión.

Durante más de un año que tiene la presente campaña electoral hemos tenido las actuaciones de Hipólito Mejía y las intervenciones de Danilo Medina, y enfrentarlos ante los ojos de la Nación a través de las cámaras televisivas sería una reafirmación de lo que en la realidad ha venido sucediendo.

En el actual proceso electoral, las actuaciones y posiciones de los dos principales candidatos presidenciales son del dominio de toda la población y está suficientemente claro quién es el dueño de la racionalidad.

En un debate entre Medina y Mejía veríamos a un candidato que en todas sus intervenciones se maneja con un discurso reflexivo y crítico, y a otro que se desplanta, en cualquier escenario, con posiciones que no son propias de alguien que ya ha ocupado la primera magistratura del Estado.   Serviría el debate para establecer cuál de las dos candidaturas tiende real utilidad, pero resulta que eso hace tiempo que también está claro.

Todos conocemos qué cosas mueven a los votantes y qué afecta su conducta o comportamiento electoral.

Igualmente sabemos que la orientación del voto elector es el resultado de un cálculo racional en el que se hacen razonamientos de ventajas, desventajas, beneficios y riesgos.

En nuestro país, como en muchas otras naciones, los votantes razonan su voto en virtud de los intereses particulares y generales que esperan obtener al decidirse por una determinada opción.

En el presente proceso electoral, la orientación del voto responde a intereses que están en juego y apunta hacia las utilidades esperadas por los sufragantes.

Una gran mayoría de los votantes conoce cuál de los dos candidatos tiene un discurso que la población percibe que generará una real utilidad.

Los planteamientos de ese candidato realmente convencen de que en un gobierno suyo se protegerán los intereses, los valores, las propiedades, los logros alcanzados, en fin, se protegerá el futuro de todos los dominicanos y la estabilidad de toda la nación.

También es palpable que detrás de ese aspirante presidencial caminan millares de dominicanos que lo favorecerán con su voto, motivados o compelidos por una serie de temores.

Durante todo el trayecto de la actual campaña electoral hemos sido testigos de que a favor de uno de los dos candidatos está una de las estrategias más viejas de la política: el voto del miedo.

Una gran parte de la población vislumbra cierta incertidumbre sobre el futuro del país y teme que la Nación nuevamente caiga en el caos y se pierda la estabilidad, el progreso, el bienestar y los logros alcanzados por la ciudadanía.

En fin, no hay que celebrar un debate para damos cuenta de que en nuestra democracia emergente la imagen, el historial personal y la preparación de uno de los dos principales aspirantes a la presidencia de la República, ha generado un efecto persuasivo en la conducta y en el comportamiento de una gran cantidad de electores.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas