Para quienes el Estado no funciona

Para quienes el Estado no funciona

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
Sé que hay mucha gente satisfecha con cuanto hemos logrado como nación desde el ajusticiamiento de Trujillo hasta nuestros días. Las estadísticas, unas herramientas poliédricas y que como tales permiten todo tipo de rejuegos y cabriolas intelectuales y lógicas, permiten afirmar que la realidad de hoy es muy superior a la de mayo de 1961. Y es cierto.

Una mirada retrospectiva, para comparar las imágenes con lo que podemos ver ahora, de seguro que permitirá apreciar las mejorías. A todos los niveles. Hoy tenemos una fuerza demográfica mayor, una población mayoritariamente urbana, muchísimas escuelas, liceos y universidades, los pueblos y los campos están llenas de capillas y templos, casi todos los hogares tienen radio, televisión, estufa, planchas y lavadoras eléctricas, teléfonos, licuadoras, y muchos otros productos similares.

Los pueblos son comunicados por muy bien trazadas y asfaltadas carreteras y autopistas, tenemos centros culturales de primer orden, oficinas públicas para todos los gustos, incluyendo el lujosísimo edificio de la Suprema Corte y la Procuraduría General; por las calles se desplazan los más confortables vehículos que ojos humanos hayan visto, por doquiera se exhiben, en la capital y en los pueblos del interior, lujosas viviendas, torres de apartamentos paradisíacos, instalaciones turísticas parecidas a los jardines, y así por el estilo. Un cuadro que uno fácilmente podría decir que es perfecto. Creo que este es el ambiente dominicano que miran y observan los políticos, sobre todo cuando llegan al poder, cuando tienen posiciones de mando y son los responsables de sentar las bases para el bienestar de la gente. Confieso que cuando uno adopta la perspectiva desde la cual se ve esta República Dominicana aquí descrita, se hace difícil considerar que algunas cosas estén fallando y mucho menos pensar que institucionalmente hemos fracasado, que la economía se ha quedado a medio camino o que socialmente corremos algunos riesgos.

Pero la realidad dominicana es, como dirían nuestros majestuosos teóricos, más compleja. Porque es verdad que esa sociedad descrita existe, con ese entorno y con personas que viven a la altura de sus aspiraciones. Es decir, en los años que transcurren entre el ajusticiamiento de Trujillo y estos días ha habido oportunidades generosas para una porción de la población, que por cierto no es la mayoritaria. Pero también existe la otra, mayoritaria, tumultuosa, la que se nutre de la economía informal, la que se encuentra en las orilla de los ríos, en las periferias de las ciudades, la que viaja a las zonas francas y labora en los grandes hoteles turísticos, la que transita con vocación de inserción por las avenidas Mella y Duarte, por la 27 de Febrero y la San Martín. Esa otra sociedad también reside en los campos, donde solo queda la gracia de Dios. Esta es la sociedad que sufre las ausencias y vacíos del Estado, porque no puede compensar ni unas ni otros. Cuando no hay escuela, no puede pagar colegios. Cuando no hay hospitales, no puede pagar clínicas. Cuando no hay carros personales tiene que defenderse en los destartalados carros que el Plan Renove no pudo llevarse. Esta es la sociedad que más sufre la ausencia de políticas públicas, la falta de institucionalidad, la corrupción administrativa, las connivencias del poder con sus iguales, los poderosos. Esta es la sociedad afectada por la pobrísima inversión pública en educación y en salud, un 2.4% y un 1.9%, respectivamente. La que todavía forma parte de ese 40% de la población que casi no recibe agua potable. Sus integrantes están en toda la geografía nacional, pero son mayoritariamente escandalosos en Azua, en San Juan de la Maguana, en Monte Plata, en Elías Piña, en Independencia, en Bahoruco, en Pedernales, en Barahona, en Dajabòn, en Monte Cristi, en Santiago Rodríguez y en Valverde.

Muchos de estos ciudadanos y ciudadanas un día quedaron convencidos de que para ellos el cambio era difícil. Porque para los diálogos no cuentan ni son consultados, porque la ley no es para ellos, porque cuando necesitan una ayuda no hay Estado que les proteja, y porque saben que más importante que una educación es una buena cuña en el gobierno de turno, no importa su color, porque los partidos dominicanos son genéticamente similares. Entonces, esos muchos decidieron buscar otras tierras para encontrar lo que aquí no han podido lograr. Y se fueron. Unos para Puerto Rico, otros para Venezuela, otros para Curazao, otros para San Martín, otros para España, otros para Italia, y los hay que hasta al Medio Oriente han llegado en busca de oportunidades de trabajo. Unos consiguieron la visa y tomaron el avión, y otros se lanzaron a las aguas desafiando los peligros y la ilegalidad. ¿Qué cuántos son? Quizás nadie lo sabe, pero se cuentan por millones y hoy son, además, piezas claves en el sostén económicos de sus parientes dejados aquí y también de su país.

Si usted así lo desea, amigo lector, discuta cuanto usted quiera sobre el Estado fallido. Pero de seguro que para esta otra sociedad dominicana el Estado nunca le ha funcionado.

bavegado@yahoo.com

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