Para reconstruir a Puerto Príncipe

Para reconstruir a Puerto Príncipe

Puerto Príncipe y Samaná, abiertas ante las dos bahías más bellas e importantes de la isla, fueron para los franceses, durante su dominio, los enclaves elegidos para las dos grandes ciudades que normarían el desarrollo de su asiento colonial.

Puerto Príncipe fue fundada entonces, Samaná existía desde antes; en una se siguieron por un tiempo los lineamientos concebidos y en la otra nunca se pusieron en práctica, ni cuando se incendió en el siglo XIX, ni cuando Balaguer la demolió en los 70 del pasado siglo para hormigonar el arrabal y la miseria.

Hoy, el tema es Puerto Príncipe, destruido al caer de la tarde el pasado 12 de enero.

Hace unos años, desde las alturas de Petion Ville imaginé allí una ciudad hermosa, que la desgracia me permite proponer ahora.

La parte baja, la que estaba prácticamente a nivel del mar, la más destruida hoy, estaba a oscuras, como suele estar desde siempre, y ello ayudó a mi imaginación, no hasta concebirla inexistente.

De ello se ha encargado el estremecimiento.

Me preguntaba entonces ¿cómo remover tanta miseria e insalubridad concentradas e instaladas allí en un proceso de siglos?

Lo ha hecho ya el terremoto con su saldo espantoso de muertes y fraccionamientos familiares irreparables.

Y así, propondría el levantamiento de un solo y extenso bosque que llene de paz aquel ambiente en la impresionante extensión de 80 kilómetros cuadrados que existe casi a nivel del mar sobre suelo deletéreo, y cuyas edificaciones han sido destruidas o conmovidas casi en su totalidad.

Con una muy ancha y larga avenida a la orilla del mar, que circunde el bosque en ese límite y que le diga al mar que hasta ahí llega.

Un solo y extenso bosque que colocado frente al mar recuerde para siempre que nuestra isla fue una vez no más que bosque.Un solo y extenso bosque que recuerde a quienes les toque vivir con el bosque a sus pies cuántos miles están enterrados para nutrir la nueva nación que se reconstruye iniciándose ello con el bosque, depredado en cinco siglos de explotación inmisericorde.

En esa especie de templo boscoso, o “boscal”, dos tipos de construcciones emblemáticas deberían pervivir, tachonando en mínima medida su existencia:

Unas, aquellas que teniendo calidad arquitectónica pudieron pervivir por sí mismas en ese terreno tan particular y frente a tan agresivo estado de solicitaciones.

Otras, aquellas que siendo emblemáticas antes del siniestro, no lo soportaron, como el Centro Administrativo, las cuales conservarían sus siluetas sobre la tierra, o se levantarían nuevamente para ser depositarias de recuerdos.

Quedan los hombres, el alma de las ciudades. ¿Dónde colocarlos?

No es preservar el alma de los barrios devastados como si se tratara de un traslado pacífico y ordenado.

Debe partirse de que esa alma de los barrios ha sido triturada a nivel de fragmentación de las familias, por un suceso espantoso y más de 200 mil muertos, por la estampida desordenada hacia los campos y hacia el exterior donde muchos se arraigarán.Por lo que, ya con 3 millones de habitantes, y debiendo despejarse también zonas como Cité Soleil, es permitido pensar en un desarrollo vertical de la ciudad en las lomas circundantes, que acoja en esa nueva dimensión el ambiente humano que antes existió en las zonas destruidas.

Eso es posible, y de arquitectos.

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