Para reconstruir el porvenir

Para reconstruir el porvenir

MILAGROS ORTIZ BOSCH
El PRD recibió en el 2000 un mandato de la ciudadanía para gobernar en democracia como ninguna otra organización política. Fue el resultado de una interpretación correcta de la sociedad dominicana y de adecuación al mundo al que estábamos arribando y que interpretaba nuestra sociedad desde una posición socialista democrática, proceso construido durante l6 años a partir de la creación en l984 del Bloque Institucional ideado y dirigido por José Francisco Peña Gómez.

 

En esa etapa y bajo su conducción participamos en la más grande reforma del proceso electoral escogiendo en concertación dos direcciones de la Junta Central Electoral. Bajo su orientación contribuimos a la Reforma del Poder Judicial establecida en la Reforma Constitucional de l994.

Pero estamos seguros de que José Francisco Peña Gómez jamás habría aprobado una reforma constitucional impuesta a la sociedad dominicana que soslayara nuestros compromisos con la modernización y el avance democrático de nuestras instituciones, las que postulamos y defendimos en todos los Programas de Gobierno presentados por el Partido Revolucionario Dominicano. Jamás habría apoyado una reforma cuyo único propósito era la búsqueda de una reelección presidencial imposible y facilitar otras posibles reelecciones.

El estilo que nos hizo fuertes fue abandonado para tener como meta principal “el control”, abandonando las prácticas de nuestra organización: reformar, hacer avanzar la democracia, convencer, concertar procesos internos o externos, ya fuesen políticos, sociales o administrativos e iniciamos una carrera hacia el pragmatismo que había inaugurado el Pacto Patriótico de l996 y tomamos prestada una bandera que nunca fue nuestra: “el poder es para usarse”.

Esa mayoría, la del 2000, debió servir para cambiar la forma de conducir el Estado, que era un anhelo de los y las dominicanas. Realizando reformas para vencer el clientelismo que se alimenta de la ausencia de instituciones que garanticen el ejercicio de los derechos a la salud, a la educación, a la defensa pública e igualdad de oportunidades para todos y todas.

Clientelismo que crece en la ineficiencia del Estado y en la pobreza de seres humanos cuyas necesidades reales crean la oportunidad del asistencialismo que, obligados o concientemente, utilizan la mayoría de los políticos, necesitando inevitablemente la ayuda de algún “benefactor” que terminará empañando la transparencia de su gestión pública y dañando el ejercicio de la política.

Para garantizar el ejercicio de esos elementales derechos debimos utilizar la confianza depositada en nosotros: dando la batalla por una nación de derechos, institucionalizada,  sirviendo a las políticas de desarrollo municipal, que es y sigue siendo nuestro compromiso, creando un concepto de ciudadanía con derecho a vivir con salud, educación y, por lo tanto, en libertad de elegir, como lo establece el paradigma del desarrollo humano; de dominicanos y dominicanas capaces de sumar sin errores los resultados electorales.

Entonces posiblemente no habría conciencias compradas, transfugismo, ni votos mal contados ni militares rondando las mesas de votaciones ni un presidente en campaña ni ministros fuera de sus despachos ni nóminas públicas abultadas ni presupuestos sobre ejecutados.

Si hubiésemos ejercido el poder que nos entregaron los dominicanos en la dirección partidaria correcta, con profundo sentido democrático, habríamos cumplido nuestra primera obligación: iniciar la transformación de la conducta política de la sociedad dominicana, y ahora tendríamos derecho natural a estar en todas las mesas, en todas las discusiones, en todos los debates y en todas las batallas. Derecho que nos asiste hoy por la constancia del pueblo que, a pesar de nosotros y por su fe en la historia democrática del Partido Revolucionario Dominicano, nos volvió a entregar el 31% de sus votos.

Ese estilo de hacer política, al que hacemos referencia, es el nuestro. Fue el estilo de dirección de José Francisco Peña Gómez. Ese estilo acompañó al gobierno de Juan Bosch en aquellos inolvidables 7 meses. Lo reiteró Antonio Guzmán Fernández desde su histórico discurso del 27 de Febrero de l978 hasta el final de su vida.

Al desvincular al partido de ese pensamiento, de ese estilo de actuar, nos separamos de sectores importantes de la sociedad dominicana y son culpables quienes hicieron la reforma constitucional re-eleccionista que en su momento calificamos de “conspiración poco inteligente”, los mismos que proclaman que la sociedad es nuestra enemiga.

Esa sociedad nuestra está conformada por múltiples intereses, coincidentes o no con nuestras políticas. Una parte de ella acompañó a José Francisco Peña Gómez en su gestión municipal o en su visión política como lo hicieron el historiador Emilio Rodríguez Demorizi, los empresarios José Antonio Najri, Camilo Lluberes, los artistas Ada Barcácel, Sonia Silvestre, Cándido Bidó y el líder social Pata Blanca. Como lo hicieron las juntas de vecinos, las iglesias y los sindicatos.  Y ahora, en las elecciones del pasado 16 de mayo, como en el 2004, esa sociedad que nos acompañó en 1978 y en l994, ha estado distante del partido.

Hay que revisar la posición ideológica del Partido Revolucionario Dominicano, rectificar el estilo de conducción. Y para lograrlo, tenemos que ir al fondo del problema y que si nos conformamos con explicaciones aritméticas, estamos renunciando a contestarnos preguntas importantes: ¿Estamos conduciendo al PRD, fuerza nacida para trabajar por una Republica Dominicana democrática y progresista, por una senda equivocada?

Pero la situación que atravesamos es mucho más que eso, es de carácter ideológico, es de identidad, es de rumbo nuevo en un país que no es el mismo de hace 20, 10, 5 años atrás, que no es el mismo después de los grandes fraudes bancarios y que no será el mismo a partir del inicio de aplicación del Tratado de Libre Comercio.

Es definir en qué creemos, es preguntarnos si somos los cómplices del atraso o los socios del desarrollo sostenible. Es preguntarnos el porqué no fuimos capaces de renovar la política y enredarnos con figuras, temas e intereses que no eran los nuestros. 

Es decidir si somos parte de la sociedad de complicidades o del cumplimiento de la ley por encima de todo y de todos; es decir, de la institucionalidad y la transparencia.

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