Para ser notable

Para ser notable

Hace tiempo que te observo y no llego a saber cuál es tu aspiración social”. Esto me lo dijo hace varios años mi amigo Joaquín Luciano, gran abogado y mejor amigo. Sin esperar mi respuesta, agregó: -Creo que tu aspiración es ser un notable. Admito que esa observación me resultó graciosa. Volví a recordar la ocurrencia de Luciano cuando un día leí un artículo de Emigdio Valenzuela, uno de los seres humanos más auténticos que conozco, titulado: “Quiero ser un notable”.

Emigdio, con fina ironía, lamenta no tener la estirpe y los apellidos para lograr su objetivo. Está convencido de que apellidado Valenzuela y Moquete, esta categoría le está vedada.  Nunca albergué esperanza sobre la aspiración que me atribuía Luciano y después de leer a Emigdio, llegué a la conclusión de que era mejor que fuera así, pues  tomando en cuenta los parámetros citados por el  doctor Valenzuela era evidente mi descalificación inmediata sin mayores análisis. Me conformaría, en cambio, con que la República Dominicana y sus instituciones particulares, incluyendo los partidos políticos, alcanzaran tal grado de desarrollo institucional que los notables no fuesen, sino adornos para fiestas y recepciones.

Que la Junta Central Electoral, por ejemplo, se baste por si misma para el ejercicio de sus atribuciones, así como que los procesos internos de los partidos, donde la elección de los candidatos y autoridades suele ser un trauma colectivo, sea un hecho natural. Es tiempo de que nos acostumbremos a la idea de que la vida social del país debe regirse por  normas preestablecidas, que la suerte de la nación o de una organización no puede depender de voluntades particulares, sino de la   decisión organizada de las mayorías legales. Cuando todo marche de esta manera, entonces, sabremos cuán inútiles son los notables.      

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