Para solucionar el desastre vial

Para solucionar el desastre vial

RAFAEL ACEVEDO
En algún lugar debe estar escrita una ley física que más o menos diga: «La capacidad de circulación de un determinado flujo por un conducto cualquiera, es una función de la capacidad de paso que tenga la porción más estrecha del conducto».

Dicho en lenguaje llano: No importa que se hayan construido elevados y viaductos de gran amplitud, tanto para llegar como al salir de ellos hay entaponamientos, porque las vías secundarias no han sido diseñadas, remodeladas o señalizadas para darle cabida al flujo que se acumula.

Es frecuente observar grandes congestionamientos en intersecciones de mucha circulación, donde atravesar cuesta una gran pérdida de horas hombres, de horas vehículos y gasto de combustible, que hay que contabilizar en muchos millones de pesos, particularmente porque se trata del segmento más productivo de la población.

Inútil es el trabajo de un agente de la AMET, que se hace inapreciable e inoperante ante tal multitud desordenada de vehículos, sin atinar a qué cosa dar prioridad, si a la circulación o a las violaciones.

Si la gente no se siente aún más frustrada con la situación vial, es porque el alivio de acceder a un elevado o un viaducto como el de la Kennedy proporciona un alivio temporal y un disfrute que hacen olvidar las peripecias anteriores y posteriores a esa relativamente grata experiencia.

La solución vial para la Capital, por ejemplo, requería más de elevados norte-sur que este- oeste. Varios expertos en sistemas viales, particularmente uno procedente de Curitiva, ciudad modelo de circulación en Brasil, descartaron los elevados como la solución más idónea. Pero como ya están ahí, no hay ya que perder tiempo lamentándolo, así como tampoco hay derecho a proclamarlos como obras exitosas, contando con la candidez de la gente. Esto, sin mencionar la escasa transparencia de la contabilidad de dichas obras.

Estas obras son necesarias pero no eran «la» solución, y cuando se trata de un país con tan escasos recursos, lo que no es solución no es prioritario y, por tanto, es lujo y dispendio. Hay, pues, la necesidad de reenfocar el gasto en obras viales y darles prioridad a las que desentaponen las vías principales y agilicen el tránsito por las vías secundarias. En vano será el trabajo de los agentes de la AMET mientras esto no se haga. Porque ha de existir una ley sociológica de tránsito que diga: «independientemente de cuanto eduques a los conductores y peatones, y de cuanto los vigiles y los sanciones; su comportamiento dependerá grandemente de la posibilidad que ellos perciban de que un espacio vial determinado les facilita o no el desplazamiento que ellos necesitan realizar, para llegar a donde quieren llegar». Si no hay garantía de que ellos van a realizar sus respectivos desplazamientos en un tiempo razonable, según sus necesidades particulares, la tendencia será a desobedecer las normas legales y culturales, y a caotizar la circulación, procurando moverse egoistamente de manera ventajosa.

Lo peor parece ser que las autoridades que tienen a cargo el diseño y la construcción de vías, como las que deben dictar normas y señalizar, así como las encargadas de vigilar y «arrear» a salvo y de manera expedita a los usuarios, no tienen una correcta definición de la situación; es decir, una conceptualización correcta desde el punto de vista de la sociología del espacio vial. Por lo cual, es muy difícil que se estén encaminando correctamente las soluciones. La idea que se tiene es que las autoridades a quienes compete el problema vial están diseminadas en más de media docena de entidades afuncionales, débiles, sin presupuesto que se obstruyen unas a otras. Por lo que la máxima prioridad consiste en organizar el sector, no sólo de nombre, como parece ser el caso de la OPRET, que en efecto no pasa de ser una constructora del Estado.

Luego de que funcione una entidad rectora, de verdad, entonces podrá haber unicidad de criterio. La primera cuestión a examinar sería si no es menos costoso y más conveniente sacar muchos servicios públicos de determinadas áreas urbanas, descentralizar, en una palabra. Si no se empieza por estas cuestiones, lo demás es derroche y perdedera de tiempo y oportunidades.

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