Para un dominicano, ¿qué es corrupción?

Para un dominicano, ¿qué es corrupción?

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
La lucha contra la corrupción será, si alguna vez comienza, una lucha difícil y compleja. Me refiero a una lucha que se emprenda contra la corrupción que se registra en la sociedad dominicana, tanto la corrupción pública como la corrupción privada. Cuando hago una afirmación como esta no estoy pensando en la permanente ausencia de voluntad política que padecen nuestras autoridades gubernamentales para atacar este fenómeno, ni en la proverbial falta de institucionalidad de la República Dominicana. Estos son, sin duda alguna, serios obstáculos, pero tengo la convicción de que hay otras murallas más difíciles de superar y de desarraigar, porque corresponden al elástico y huidizo ámbito de la cultura y de los valores culturales.

Cuando uno hurga en la historia nacional, en los eventos y en los personajes; cuando uno estudia el discurrir de la vida empresarial, la formación de los capitales y patrimonios; cuando uno examina el comportamiento de los mandatarios y sus burocracias; cuando uno se acerca a las enseñanzas cotidianas que los dominicanos hemos venido recibiendo, y cuando observamos la cotidianidad, las instituciones, la valoración de los hechos y las ideas, el comportamiento de las personas en sus distintas circunstancias y momentos, entonces uno va comprendiendo, de manera lastimosa, que la noción de corrupción es, entre nosotros, prácticamente inexistente.

    La noción de corrupción atraviesa unos ejes éticos que no se contraen, en sus efectos, solo a éstos. Si bien es cierto que la corrupción es un hecho moral, también es, casi de manera principal, un hecho económico con repercusiones múltiples. Quienes practicaron el despojo económico, en los albores del capitalismo, por ejemplo, lo hacían sin remordimientos y sin consideraciones morales. Por una razón sencilla, cuando fueron socializados el despojo económico no entró en la categoría de acciones perniciosas o perjudiciales. Había detrás toda una concepción sobre quiénes debían y podían ser despojados de sus bienes.

Cuando en los siglos iniciales de la formación de los Estados nacionales, en Europa, los pobres eran “sacrificados” porque constituían una rémora para el buscado progreso, lo que podríamos llamar la sociedad de entonces asentía sin mayores remordimientos ni censuras. Los remanentes localizados en los monasterios, y algunos pensadores, constituían la excepción.

Los dominicanos necesitamos contestar la pregunta ¿qué es la corrupción? Como todos hemos sido socializados en el cristianismo, la noción debería estar clara desde una moral cristiana. Pero no es así. Más ha podido la fuerza de la práctica y de los ejemplos, y los sincretismos éticos y las urgencias económicas y financieras que las enseñanzas que hayan podido venir desde las iglesias cristianas. En la vieja Europa –no me refiero a la de Rumsfeld – también fue así, y en los Estados Unidos hasta mediados del siglo pasado. 

Todos nuestros presidentes de la República, por ejemplo, han practicado el nepotismo, pero ninguno ha considerado que al hacerlo comete un acto  de corrupción. Pocos funcionarios han dejado de favorecer a amigos y relacionados desde sus puestos públicos, pero me atrevo a afirmar que ninguno estima que al hacerlo comete delito o indelicadeza alguna.

Cuando pensamos en acciones similares en la casa, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en la calle, en el manejo de las finanzas familiares y personales, en las relaciones con el sexo opuesto, en el cumplimiento de las obligaciones financieras con la familia, el Estado, las instituciones a las que pertenecemos, con el prójimo, etcétera, nos daremos cuenta de que hay unas nociones de corrupción muy particulares y muy avenidas a nuestras circunstancias nacionales y personales. Detrás de todo se esconde un proceso de socialización que nos ha conducido hasta donde estamos, proceso que se reproduce personal y socialmente.

La “compresión” histórica que hemos tenido los dominicanos hacia las nociones tradicionales de corrupción, casi todas venidas de textos sociológicos, religiosos y jurídicos de otras sociedades, habla bien claro, a nuestro juicio, de cuanto aquí hemos planteado. No es casual, entonces, que Participación Ciudadana haya demostrado, al detalle, una larga impunidad ante el hecho corrupto y ante los actores corruptos.

Más todavía: no hay entre nosotros condena social por hechos que, a la luz de la razón, son transparentemente corruptos. Lo pensamos de otra manera: esos personajes considerados corruptos por los textos jurídicos o por la moral religiosa son, piensa la sociedad, hombres y mujeres aventajados, hábiles, prácticos y bendecidos por las circunstancias.

(bavegado@yahoo.com)  

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