Para vivir mejor

Para vivir mejor

RAFAEL TORIBIO
Hace unas semanas, mientras que en La Romana el equipo económico del gobierno y funcionarios del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) analizaban la situación de la economía, confirmando lo que se ha llamado el «milagro económico dominicano», en Juan Dolio representativos de partidos políticos, sectores empresarial y sindical, la academia, las iglesias y otras organizaciones de la sociedad civil, trataban de conocer las razones del descontento de la ciudadanía respecto a la democracia y las maneras de detenerlo.

En tanto que unos hablaban de crecimiento económico, los otros lo hacían de la distribución. Los primeros se preocupaban porque la economía siguiera creciendo y los segundos por la forma en que ese crecimiento se transformara en desarrollo, para evitar que permanezca y profundice el descontento existente con relación a la democracia y sus instituciones.

En República Dominicana tenemos una de las democracias más antiguas de América Latina. Además el nivel de concurrencia a las elecciones es uno de los mas altos de la región, aunque la mayoría de las personas no sepa en que consiste la democracia y hemos experimentado un crecimiento económico sostenido durante las últimas cuatro décadas sin que éste se corresponda con el índice de desarrollo humano.

A pesar de los logros económicos, los problemas fundamentales del país y de las personas permanecen sin ser solucionados. Un crecimiento sin una distribución que disminuya significativamente la pobreza y la desigualdad evidencia que la falta de desarrollo no ha sido por falta de recursos sino de una buena inversión o calidad del gasto. Esta es una de las razones por las cuales las instituciones fundamentales de la democracia, empezando por los partidos, son fuertemente cuestionadas con relación a su eficacia y eficiencia.

Respecto a las tres dimensiones de la democracia señaladas por el Informe del PNUD sobre la Democracia en América Latina, tenemos consolidada la político electoral, realizado avances en la relacionada con el estado de derecho, pero un gran déficit en la económico social: elegimos legítimamente nuestras autoridades, los derechos y libertades de las personas se garantizan solo precariamente, pero los graves problemas nacionales esperan por ser solucionados. Mientras los gobiernos se suceden, los problemas permanecen.

En términos de institucionalidad, a la primacía de uno de los Poderes, el Ejecutivo, se ha sumado en nuestra historia la debilidad de los otros dos, lo que termina fortaleciendo la supremacía que tiene el primero. Además, en nuestra historia política los atentados a la institucionalidad han sido mayores que los esfuerzos por su consolidación.

El concepto patrimonial de la administración pública, unido a una ley de servicio civil y carrera administrativa muy parcialmente ejecutada y una partidocracia que hace que el ingreso, la permanencia y el ascenso a la administración pública se realicen a través de los partidos, ha impedido que se disponga de una burocracia estable y profesionalizada al servicio del Estado.

Por otro lado, hay la percepción en la ciudadanía que la política, lejos de ser un quehacer en procura del bienestar de los demás, es un instrumento de movilidad social personal y de acceso a recursos económicos y que el ejercicio del poder en vez de un medio para realizar un proyecto de Nación se ha transformado en un fin para proporcionarse beneficios particulares.

Pero a pesar de todo lo indicado la ciudadanía expresa en todas las encuestas de opinión su preferencia por la democracia y ha dado muestras reiteradas de que es así. Prefiere a la democracia como forma de organizar el Estado, de convivencia ciudadana y dirimir conflictos, como también de enfrentar los problemas sociales y económicos. La prefiere y la defiende, pero sus cuestionamientos indican que no está del todo contenta con el tipo de democracia que tenemos.

Esto permite afirmar, con palabras de Dante Caputo, que tenemos un descontento en la democracia, no con la democracia. No queremos sustituirla, sino que sea mucho mejor. Que las autoridades legítimamente electas resuelvan los problemas y que las instituciones sean más eficaces y eficientes y que la política recupere su contenido original y justificatorio: el bienestar de las personas.

Cuando se extiende un descontento respecto a la política, los políticos, la democracia y sus instituciones, el sistema comienza a erosionarse, abriendo espacio a aventureros políticos que con un discurso centrado en el señalamiento de las causas del descontento ciudadano se abren camino hasta llegar al poder y una vez que lo han obtenido no solucionan lo que criticaron, o hacen pagar muy caro al pueblo la realización de su aventurero sueño.

El encuentro en Juan Dolio, organizado por el Diálogo Interamericano, fue la invitación a una reflexión sobre las causas del descontento y el cuestionamiento a la democracia y sus instituciones, con el propósito de buscar propuestas de soluciones y compromisos para su ejecución. El descontento debemos verlo más como advertencia que como amenaza. No permitamos que el descontento, que ahora es en la democracia, termine siendo con la democracia y, mucho menos, contra la democracia.

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