EMILIO JOSÉ BREA GARCÍA
Bajo argumento de buscar la paz se hace la guerra. Ha sido la norma histórica. Los pueblos y ahora los países, se arman para defenderse de guerras posibles. Las economías de muchos gobiernos actuales descansan en la producción armamentista, que exportan como alimentos para el odio o medicamentos contra la tolerancia. Por eso hay sociedades violentas. Son los conglomerados que se auto estiman en la gestión agresiva de devolver ataques con represalias de mayor envergaduras.

Mirar la prensa puede ayudar a comprender los conflictos mundiales. 20 siglos de «civilización» occidental han desenmascarado las falsedades de los pacifistas de la fuerza. El último fue el más luctuoso.

Quizás por ello el filántropo sueco, químico e inventor, Alfredo Nobel, adelantándose a los acontecimientos del próximo siglo (murió en 1896) legó su fortuna, calculada en su momento en unos 9 millones de dólares, para que una fundación, creada para esos fines, premiara anualmente a los realizadores de trabajos meritorios en el campo de las ciencias, la literatura y la paz (en 1969 incorporaron la economía). Pero vaya la paradoja. Nobel trabajaba en el laboratorio de su padre fabricando explosivos para torpedos y minas que se usaban para fines no precisamente pacíficos. Su mayor aporte científico fue disminuirle la volatilidad o el poder explosivo, a la nitroglicerina. De allí nació la dinamita. El Premio Nobel de la Paz debiera denominarse «Premio Dinamita» y si la comunidad mundial fuera más honesta, ya no lo otorgaría la fundación sueca sino la ONU, con todo y su descrédito. Y quizás entonces pudiera denominarse Premio Gandhi de la Paz, homenajeando así a un verdadero y probado pacifista en la persona del desaparecido apóstol indio Mohandas Karamchand Gandhi, mejor conocido como el Mahatma (1869-1948), que, como se puede leer, nació 25 años después de haber sido creada la República Dominicana y murió un año después de los abortados preparativos libertarios de Cayo Confites.