Paradojas de una media isla

Paradojas de una media isla

MARIEN A. CAPITÁN
Su apariencia externa siempre ha llamado la atención. Moderno, y quizás hasta fastuoso, su rostro nos parecía extremadamente soberbio. Pese a ello, tratándose del espacio que se trataba, pensamos que no sería necesario hablar de él. Hoy nos duele pensar en sus entrañas. Siendo edificio, siendo gubernamental, es un horror que se haya invertido tanto, pero tanto en ellas. Porque, ¿qué uso tan extraordinario se dará al edificio de la Suprema Corte de Justicia y la Procuraduría General de la República como para que se hayan gastado RD$172 millones sólo en la decoración, las cortinas y el mobiliario de este lugar?

Amén de que el monto total del gasto se haya aumentado porque hubo una compañía que no cumplió con su parte del contrato (Bohenco) y hubo que hacer un adémdum de RD$66 millones, lo cierto es que este derroche no es más que una burla a la población dominicana.

Mientras hay niños que aún se sientan sobre blocks en las escuelas, mientras hay planteles que se están cayendo a pedazos, mientras los maestros hacen malabares para sobrevivir, mientras los hospitales no tienen medicamentos, mientras los médicos vuelven a hacer un nuevo paro… mientras se suceden todos esos mientras, nosotros nos damos el tupé de mal invertir RD$172 millones en acomodar a un puñado de jueces y de funcionarios.

No puedo decir que sea una detractora del lujo. A todos nos gusta, no lo podemos negar. Incluso los más reaccionarios se sienten bien rodeándose de él. Lo que duele, lo que lastima, es el oprobio que él puede encerrar. O, ¿no es humillante acaso que mientras muchos no tienen qué comer, los jueces de la Suprema convivan con unos muebles que costaron tantos millones de pesos?

Si ese dinero saliera de sus bolsillos poco importaría. Lo fuerte, lo indigno, es que ese dinero es fruto del esfuerzo de todos los contribuyentes. Por eso, y sé que no me equivoco, me creo en el perfecto derecho de quejarme y solicitarle al gobierno que deje de gastar nuestro dinero en asuntos tan superfluos.

Es hora de que dejemos de aspirar a metros y a enormes edificios que sólo alegrarán a un par de contratistas que, por demás, podrían terminar dejando mucho qué desear (para muestra un botón, ¿o no?).

Otra cosa que no entiendo es por qué se tienen que romper aceras y contenes que están en buenas condiciones para poner adoquines que serán mucho más resbaladizos y caros aún. ¿Es asunto de estética? En nuestro país, donde falta tanto por hacer, deberíamos pensar menos en el ornato y más en las necesidades.

Es cierto que debemos ofrecer una buena imagen. Para ello, sin embargo, deberíamos empezar por tener una ciudad limpia, sin tachones por doquier y con la iluminación necesaria para que no nos dé grima andar por algunas esquinas. Después, cuando el dinero nos sobre, podremos pensar en poner más jardineras y más edificios vacuos.

A estas alturas, donde la paradoja y el absurdo se van tragando al país, no sé qué tendremos que hacer para recuperar la cordura. Tampoco para evitar que cada proyecto gubernamental se rodee por el halo de la corrupción o, al menos, de un escándalo probado.

Es probable que algún día, cuando haya menos políticos, más ciudadanos coherentes y una verdadera equidad social, este pequeño país cambie y sea algo parecido a lo que soñamos. Mientras, al parecer, sólo nos quedará cerrar los ojos y entregarnos a Morfeo. Buenas noches…

equipaje21@yahoo.com

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