En medio de la confusión política que se desarrollaba en el país en el año 1970, un maestro de la categoría de Juan Bosch sugería a un sacerdote de acento social como candidato presidencial del PRD: Francisco Sicard. Con el paso del tiempo, ese ciudadano de especial ascendencia en los predios de Cotuí terminaba vinculado a la Cruzada del Amor y designado como Secretario de Estado sin cartera. Esa referencia expresa una de las tantas fatalidades de la vida nacional consistente en no tener una clara conciencia de la coyuntura histórica y el comportamiento sensato frente a las adversidades.
Los hombres y mujeres que se dedican al ejercicio de la actividad partidaria no pueden dejarse arrastrar por la ola de intereses y agendas que se articulan alrededor de candidaturas y aspiraciones. Y en especial por la terrible fascinación por los acomodos e interpretaciones de colocar acontecimientos fuera de contexto en aras de justificar malabarismos inexplicables.
Es a Simón Bolívar que se le atribuye la frase de que el talento sin probidad era un azote. Pienso bastante en esa expresión al observar las piezas que pretenden justificar la marcha atrás del discurso anti-reelección en exponentes de la clase política nuestra. En ese sentido he sido machacón: creo en el modelo estadounidense. Por eso, aguanto los cuestionamientos a la reforma del 2002 y no tengo problemas con que dos periodos contribuyan a una real renovación del liderazgo. El drama recae en los que cambiaron sin una verdadera razón que genere respeto y consideración en amplios sectores con bastante información para detectar las razones de la repentina transformación.
Asumir los paralelismos como tarea explicativa no basta y subestima la inteligencia. No es cierto que los Pactos de La Moncloa, La Concertación Chilena y el Pacto de Punto Fijo se equiparen a una aproximación entre el PLD-PRD, debido a que allá, al grado de intervención de programas, identidades alrededor de políticas públicas y el común denominador de los tres procesos fundamentados en organizar la sociedad para salir de una dictadura exhibió una elegancia y sentido de compromiso muy claro. Lo nuestro es reparto insensato y cometer la locura de radiar la ley 55 sobre Registro Electoral y patear el contenido del artículo 18 que establece con claridad el día 15 de mayo como límite para cambios y nuevos ordenamientos territoriales. Allá intervenía la madurez de un segmento partidario que apostaba al desarrollo. No obstante, aquí el sedimento del reparto de futuras nóminas llena el apetito de una honorable viuda que no termina de entender la naturaleza excepcional de un difunto patrimonio de todos y no letra de cambio consular.
Esa oferta presidencial, con sabor socialcristiano que allanó la victoria de la concertación y desplazó al pinochetismo por la fuerza de los votos tenía plena conciencia de su rol. Cuando Copeyanos y Adecos dejaron al perejimenismo detrás, sabían que una nueva Venezuela emergía con anhelos democráticos y sedientos de libertad. Salir de Franco tuvo en Adolfo Suárez la visión indispensable para construir una España diferente que, con el talento y amueblamiento intelectual de Felipe González, articulaba un modelo de transición ejemplar.
Lo nuestro es espanto y vergüenza. Además, el empequeñecimiento de una organización digna de mejor suerte, porque 76 años de historia no merecen terminar de la minúscula dimensión de su sepulturero.