Parálisis por análisis o desperdiciar el poder

Parálisis por análisis o desperdiciar el poder

La frustración que sentimos muchos simpatizantes del Presidente Fernández tiene más que ver con el desperdicio de su enorme capital político que con metidas de pata. Es más lo que, pudiendo hacerlo, no ha hecho, que lo que, de lo hecho, haya hecho mal. Parece un trabalenguas, pero no lo es…

Balaguer gobernaba eficazmente con apenas un 40% de apoyo popular.

Fernández ha llegado al 60%, y logró la reelección con un convincente 54%.

No se trata sólo de que la opinión pública pida a gritos que remenee la mata del gabinete, para que la fruta podrida y hojas secas caigan, o que su propio partido le arme un cumpleaños completando su metamorfosis o “perredeización”, al asumir la esquizoide función de partido en el poder/partido de oposición, simultáneamente.

Es que la misma voluntad política empleada para construir el Metro es requerida para asuntos más importantes, como el tollo de la falta de luz.

Quizás el Presidente Fernández está atrapado en un círculo vicioso que el economista James M. Buchanan (Nobel en 1986) definió como su “public-choice theory”, que postula que la política opera como un mercado, donde el último postor logra lo que quiere. Ofrecer luz confiable y barata es lo mejor para la mayoría, pero ningún político está incentivado a buscar ese fin cuando sus simpatizantes más poderosos y mejor organizados prefieren el status quo. Estos son, después de todo, quienes “escogen” a los presidentes.

Optar por los grupos que prefieren el status quo (que sigan los apagones, que se hable de todo y no se resuelva nada, que siga enredada la seguridad social, que se gaste menos en salud y educación, que se inventen excusas pero no se combata la violencia callejera, que la DEA no sepa en quién creer), esa opción cómoda y mullida, lubricada con un clientelismo bien aplicado, pudo hasta facilitar una re-elección.

Pero es una fórmula masoquista que provoca creciente frustración y aleja cada día más al Presidente Fernández de su base natural, y lo reduce de líder visionario a ser sólo un político más, al que se prefiere por descarte…

Quiero negarme a aceptar que un Presidente tan brillante se deje reducir de categoría por conveniencia o que prefiera la parálisis por análisis. El país, ni él mismo, merecen ese desperdicio. El país quiere quererlo.

El precio es gobernar.

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