Parálisis y desastres en la coyuntura cubana

Parálisis y desastres en la coyuntura cubana

Gran parte del territorio cubano ha sido devastado por la confluencia en poco tiempo de dos ciclones medianos. La rápida actuación del eficiente sistema cubano de defensa civil redujo el número de víctimas a menos de una decena. Pero el efecto a largo plazo parece ser realmente catastrófico. La siempre poco productiva agricultura cubana, aherrojada por todo tipo de controles burocráticos y carencias, ha sucumbido dejando al país en una situación de peligrosa vulnerabilidad.

El gobierno norteamericano ha ofrecido a su homólogo cubano algo más de cinco millones de dólares de ayuda –convoyados con una inspección de daños sobre el terreno- lo que el gobierno cubano ha rechazado argumentando que es hipócrita ofrecer una donación a un país al que por décadas se ha pretendido doblegar mediante una política de bloqueo y agresiones. Y a cambio ha pedido lo que los ultras de Washington no pueden dar en épocas de elecciones: un levantamiento temporal de algunas prohibiciones comerciales contenidas en el bloqueo.

Como es usual, esto ha levantado todo tipo de reacciones.

A favor, algunas personas han opinado que la decisión del gobierno cubano pone muy en alto la dignidad del pueblo cubano. Y no les faltan razones en lo que concierne a denunciar los excesos prosaicos de la política norteamericana. Pudieran ser imbatibles, si no fuera por el hecho de que ninguno de ellos pasa hambre en los arrasados campos cubanos, ni han perdido sus modestos ajuares, ni estarán condenados a vivir durante años en la peor de las miserias. Todos, extranjeros “solidarios” y cubanos oficialistas, escriben diatribas anti-imperialistas con los pies secos y el estómago satisfecho, sin tomarse el trabajo de preguntar a los damnificados cubanos que piensan del asunto. Eso se llama cinismo.

Desde la migración las posiciones críticas al gobierno cubano se han centrado en un punto ético: hay que ayudar por todos los medios a los compatriotas en desgracia y para ello hay que echar por la borda los resentimientos políticos. También un buen argumento, si no fuera porque la cantidad ofrecida por la administración Bush es tan ridícula y sus condicionamientos tan impertinentes que para la clase política cubana (que tampoco tiene los pies mojados) el beneficio de su rechazo puede ser mayor que el costo de su aceptación. Hablemos francamente, Cuba tiene aliados que le pueden dar muchas veces esa cantidad de dinero sin más compromisos que seguir siendo lo que es.

Para mi el problema es otro. Si el gobierno cubano hubiera estado dispuesto a jugar en serio contra el bloqueo (o embargo, como se le quiera llamar) habría aceptado la oferta y establecido un canal inédito de comunicación con el establishment americano. Los círculos de poder norteamericanos, y en particular los militares, se lo habrían agradecido, temerosos como siempre están, de que un agravamiento de la crisis cubana provoque otro éxodo masivo como los que Fidel Castro organizó en 1963, 1980 y 1994, pero ahora sin Fidel que los organice. Los propios candidatos a la presidencia se lo habrían agradecido, ante la perspectiva de encontrar en enero del 2009 una mesa servida para comenzar el paulatino desmontaje de esa aberración que es el bloqueo americano contra Cuba.

Pero para hacerlo se hubiera necesitado algo más que lo que hoy tienen los dirigentes cubanos, al parecer solo preocupados por salvar sus pertenencias en esta época post-fidelista. Se hubiera requerido un presidente menos timorato que Raúl Castro, menos apabullado por la sombra senil de su hermano. Se hubiera necesitado lo que decía Danton que necesitaban los revolucionarios –mucha audacia- pero estos dirigentes con Raúl a la cabeza, hace mucho tiempo, dejaron de ser revolucionarios.

Hay un dato que merece ser resaltado. La desgracia ha ayudado a unir voluntades, y la sangre nuevamente ha demostrado ser más espesa que el agua. La comunidad cubana emigrada ha generado un interesante debate en el que han abundado las propuestas de apoyo incondicional y de establecimiento de una “tregua política” en beneficio de la toda la comunidad nacional. Un signo interesante y alentador que sin lugar a dudas dejará su huella en el devenir inmediato de la nación cubana.

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