Paras el doctor Leonel Fernández

Paras el doctor Leonel Fernández

POR R. A. FONT BERNARD
La legitimidad del liderazgo político nacional, de que está investido el doctor Leonel Fernández, luego de los resultados del certamen cívico del 16 de mayo retropróximo, le autoriza a prohijar, en su segundo período de gobierno, la revolución democrática que ha sido postergada, en los más de cuarenta años transcurridos, tras la caída de la dictadura de Trujillo.

Una Revolución, que si no se liderea desde el Poder, vendrán los que intentarán imponerla a corto plazo, de manera ciega y brutal.

Al doctor Fernández le corresponde históricamente, la misión de calorizar esa revolución, -radical pero no brutal-, que expanda el bienestar social, en lo que la mayoría de los dominicanos que subyacen bajo la línea de flotación de las pobreza, perciben que son el objeto de un proceso de liberación, y no en un estado de subestimación.

El liderazgo político nacional del doctor Fernández, está íntimamente relacionado con las actuales circunstancias sociales y económicas prevalecientes en nuestro país. El filósofo José Ortega y Gasset entendía, que «son las circunstancias y no otras cosas, las que nos envuelven, nos penetran y nos llevan». «De suerte -sigue diciendo-, que cuando brota en nosotros la angustia ante una creación vital, y queremos de verdad hallar una solución, orientarnos respecto a ella, no tenemos que luchar con ellas, sino que nos encontramos presos en las soluciones recibidas, y tenemos que luchar también con éstas».

No diremos nosotros, que el Doctor Fernández será el descubridor de las soluciones. Han sido muchos los que antes de él, han tenido en sus manos esas soluciones. Pero han carecido de esas virtudes envolventes, dinámicas, de los hombres que se sienten trasvesados por la recepción y la absorción de convicciones, que los orientan y los consagran a la acción, consecuente o congruente con las «circunstancias».

El doctor Fernández no es lo que es, porque le haya sido fácil «volver a ser», luego de «haber sido». Hay otros que han sido, y les ha sido imposible «volver a ser». Esto así, porque no han sido consecuentes con las «circunstancias». Porque no han tenido una percepción de los destinos del hombre, y de la nación.

Para nosotros, el retorno del doctor Fernández al ejercicio del Poder, supone el compromiso de higienizar la vida pública del país. Pero además, y sobre todo, crear una base material de existencia, que eleve al común de los dominicanos, al nivel de seres humanos.

Será la suya, en los próximos cuatro años, una labor en la que deberá contar con la cooperación de quienes serían los más perjudicados, en la eventualidad de que en el país se produzca una arritmia, en la normalidad institucional de la nación. Pero esa cooperación ha de ser extensiva a los integrantes del Congreso Nacional, -no importa cuáles sean sus filiaciones políticas-, porque la mayoría de ellos son corresponsables, ora por inexperiencia, u ora por complicidad, con el estado de desastre que actualmente gravita sobre el destino del país.

Con las experiencias adquiridas en su primer periodo de gobierno, el doctor Fernández debe estar consciente, de que gobernar en países como el nuestro, supone enfrentar el eterno problema de las dificultades. Por lo que gobernar, no es un usufructo sino un compromiso, tendiente a darle cara al archipiélago de intereses que merodean en torno al Poder.

En nuestro pasado histórico, el Presidente Ulises Francisco Espaillat, con algo de Martí y mucho de Duarte, pretendió gobernar con los maestros de escuela, y fue derribado de su cátedra presidencial, por la barbarie caudillista que protagonizó la etapa subsiguiente a la Guerra de la Restauración. Otro tanto le aconteció al profesor Juan Bosch un siglo después, cuando como nos consta porque le acompañábamos en la ocasión, fue a los cuarteles del CEFA, a predicar con las ideas pedagógicas del señor Hostos.

Consciente del poder destructivo del «hormiguero de bárbaros», al que hubo de referirse el sociólogo Pedro Francisco Bonó, Monseñor Meriño en el ejercicio de la Presidencia de la República, dictó el decreto de San Fernando, implacablemente aplicado por el general Lilís. «Yo tenía la espada de la ley en mis manos -dijo Monseñor- y ellos intentaron vulnerar la ley».

En los días que discurren, la gobernabilidad del país depende de otros motivos, y de otros intereses. Pero las máscaras y las paradojas, son idénticas a las del pasado.

Nosotros no somos nadie, ni ya queremos ser nada. Pero aspiramos a que la característica principal del gobierno que próximamente presidirá el doctor Fernández, sea el resurgir de una nueva concepción del interés público, y el umbral de una nueva era política, dirigida por una vigorosa jefatura nacional. Y a esa jefatura nos tomamos la licencia de recordarle al muy citado y sentencioso Maquiavelo: «Lo que primeramente sirve para formar juicio del Príncipe, y de su entendimiento, es ver de qué hombres se rodea». Algo así como la capacidad del que siembra, para separar las semillas aptas para germinar, del grano de trigo negro.

En el ejercicio del poder se sabe de donde se sale, y hasta donde se quiere ir. Pero frecuentemente no es improbable que se llegue a otra parte, si el que manda, se subordina a la condición de un secuestrado del poder. «Quien debe actuar -sentenció Guicciardini-, no debe dejarse quitar de las manos los asuntos públicos».

Han sido palabras, para el futuro Presidente de la República, doctor Leonel Fernández.

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