La enseñanza fue su vida. Desde joven se preocupó por la infancia y por los obreros y aunque desempeñó altas funciones en la educación superior, sus mayores esfuerzos fueron para los maestros de primaria porque para él, el conocimiento que no se adquiría correctamente durante la niñez, no se alcanzaría después.
Por esa razón creó la carrera de educación en la Universidad de Santo Domingo, de la que fue decano, y los cursos sabatinos para el magisterio de ese nivel.
Antonio Paredes Mena, quien recibió el homenaje de la designación de una calle con su nombre, consagró su existencia a las aulas, los libros, el crecimiento de nuevos centros escolares, la supervisión de educadores y alumnos y participó en el nacimiento de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, donde también impulsó facultades y fue catedrático prácticamente hasta sus últimos días, cuando le nombraron Profesor Meritísimo.
De su accionar discreto, su timidez, sus estudios y ejemplos habla su hijo, el reconocido psiquiatra Pedro Pablo Paredes Vallejo, con ostensible admiración, familiaridad, respeto.
La historia personal y profesional del insigne maestro es poco conocida a pesar de esta vía que lo recuerda y de varias escuelas nombradas en su honor. “Nunca habló de él, han sido sus hechos los que lo han puesto al descubierto. Me enteré que había una escuela del Ingenio Consuelo con su nombre porque las monjitas que la atienden se enteraron del parentesco, vinieron a saludarme y han seguido visitándome”, cuenta.
En Santo Domingo hay otros planteles escolares que evocan su memoria.
El “señor Paredes”, como le llamaban vecinos, estudiantes, colegas, compañeros, dejó fundada en su natal San Francisco de Macorís la primera escuela para obreros de esa localidad, siguiendo el ejemplo de sus padres que instalaron otra en El Pozo.
“Era un enamorado de la educación”, afirma Pedro Pablo. En un jeep “Land Rover”, el discípulo de Hostos recorrió el país completo en funciones de maestro, director, intendente regional o inspector de Instrucción Pública, no solo supervisando maestros y educandos sino inculcando el amor a la Patria y sus símbolos.
Logró que en la frontera se entonara el Himno Nacional todos los días, dotó a los recintos escolares de banderas dominicanas “y luchó porque los niños de esas zonas hablaran español, y no creol”.
El mismo celo demostró en cuanto a la superación de los docentes, siendo director del Plan de Formación de Maestros.
Exigía respeto para los estudiantes al grado de negarse a que estos fueran sacados de clases para celebrar el cumpleaños de Petán Trujillo, hermano del dictador. Este gesto le mereció un férreo comentario en el temido “Foro Público”, y la destitución del cargo público que desempeñaba.
¿Era antitrujillista? “No, responde Paredes Vallejo, era conservador, pero defensor de lo que era correcto. Protegía muchachos de Santiago que hacían oposición al régimen”.
Reservado, siempre callado, se refugiaba en la lectura y el estudio cuando no cumplía con sus labores académicas y docentes. Con regularidad le visitaban sus amigos Colombino Henríquez, Malaquías Gil y Máximo Coiscou quien acudía todas las noches a su hogar. Su única diversión era salir los sábados a conversar con otros, entre los que estaban Manuel Ramón Ruiz Tejada, Telésforo Calderón, Francisco Ulises Domínguez.
Vestía invariablemente trajes de drill “Presidente” blancos, sombrero de pajilla y corbata negra.
Pedro Pablo lo describe de elevada estatura, robusto, de tez clara. Recuerda que leía fervorosamente contenidos de educación, filosofía, historia… “¿qué no leía”?, se pregunta, para explicar su amor por las letras. Pero solo dejó escritas sus cátedras universitarias dispersas en revistas de educación.
Cuando surgió el Movimiento Renovador en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde Antonio Paredes Mena fue decano y catedrático, renunció en solidaridad con otros intelectuales, pues él no fue objetado, relata Paredes Vallejo. Se unió al grupo de fundadores de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña.
Todas las posiciones. Antonio Esteban nació en El Pozo, San Francisco de Macorís, en el seno de una familia campesina, el 22 de noviembre de 1907, hijo de José Ramón Paredes Santos y Juana Evangelina Mena Guzmán.
Se graduó doctor en derecho, pero nunca ejerció la abogacía. Se inició como maestro de escuela nocturna y luego fue director de varias diurnas. Fue subsecretario de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, Maestro Normal de Segunda Enseñanza, “y desempeñó todas las posiciones magisteriales”.
Durante su quehacer recibió altas condecoraciones por su dedicación y su trabajo.
Era intendente de la región Norte cuando conoció a Margarita Vallejo Lora. Visitaba la escuela Ercilia Pepín, de Santiago, donde esta era maestra, se sentó a oír su clase y quedó prendado de su belleza y superioridad profesional.
Casaron en 1943 y procrearon a Antonio José, Graciela, Carmen, Alexandra, Margarita, Pedro Pablo y Patricia Paredes Vallejo. De una unión anterior del profesor es su hija Juana Paredes Mena.
Pedro Pablo significa que a todos dejó el ejemplo “de su trabajo, ante todo, fidelidad a sus amigos, la verdad, sin importar lo que te suceda, excelencia académica, buen familiar, trabajar para los hijos, ser obedientes con los padres”.
“Papá y yo compartíamos lecturas y afición por el Escogido, pero nunca quiso ir al Estadio, seguía los campeonatos por radio”.
Paredes Mena nunca fumó ni ingirió alcohol. Falleció el 14 de diciembre de 1980.
La calle. El Ayuntamiento del Distrito Nacional tomó en cuenta que Antonio Paredes Mena fue maestro en una escuela nocturna particular de 1929 a 1934, año en que fue nombrado maestro en la Escuela de Varones y luego fue director de la misma hasta 1937. También sus aportes a la educación superior y otros méritos, y el nueve de marzo de 2010 designó con el nombre del educador la antigua “Calle 43”, del ensanche La Fe, ubicada entre la avenida “San Martín” y la “Coronel Fernández Domínguez”.
Ese fue el vecindario de los Paredes Vallejo y fueron sus vecinos quienes propusieron la denominación de la vía.
“Nunca hubiera permitido, en vida, que nada llevara su nombre, era tímido, no le agradaban los reconocimientos”, comenta su hijo. Sin embargo, expresa gratitud por la iniciativa de los moradores del sector donde pasó infancia y adolescencia. “Llegamos ahí cuando solo había siete viviendas. Vivíamos en la hoy “Emilio Morel. De mi casa se veía el play”.