“Permitan que haya espacios en su unidad
y dejen que los vientos de los cielos bailen entre ustedes.
Ámense el uno al otro pero no hagan del amor una prisión:
déjenlo en vez que sea un mar moviéndose entre las orillas de sus almas”.
Kalil Gibrán
Para la mayoría de las personas, la mirada es un importante recurso para reconocer a algo o a alguien. Sin embargo, el diseño del Creador puso los ojos en una posición en la que no podemos mirarnos a nosotros mismos. De ese modo, estamos llamados a vernos a través de los demás.
Las partes de nosotros mismos que no somos capaces de ver sin un espejo abarcan mucho más que el rostro. Con frecuencia, incluyen también defectos de carácter, lealtades invisibles y heridas no sanadas que ocultamos en el inconsciente.
A fin de mantenernos vinculados a personas emocionalmente significativas, ocultamos a los demás lo que nos resulta difícil, y muchas veces lo dejamos fuera hasta de la propia mirada. Para ver estas piezas de nuestra psique, de modo inconsciente utilizamos las relaciones como si fueran espejos.
Igual que en el mundo material, la precisión de lo reflejado depende de la calidad del espejo y de la distancia desde donde nos miremos. Cuanto más preciso sea el espejo, más detallada y fiel será la imagen. Cuanto más cerca estemos para mirar la imagen reflejada, más clara será la percepción que tengamos.
Sin lugar a dudas, la relación de pareja es el mejor espejo. Aun cuando su nivel de precisión puede alcanzar el grado de crueldad, el hecho de que nos permita reconocernos le da a este vínculo un carácter sacro. La palabra sagrado deriva de una raíz que significa entero, completo, conectado.
Cuando dos personas adultas se unen, estar en pareja puede apoyar de una manera muy valiosa el crecimiento personal. El otro nos ayuda a ser mejores personas, ya que al permitirnos ver las partes que no somos capaces de mirar por nuestra propia cuenta, nos permite conocernos más. Toda pareja es regalo.
El budismo zen hace mucho énfasis en ver lo sagrado en todo. Especialmente, en las relaciones. Llamar a algo “sagrado” equivale a decir que nos completa, o nos hace enteros. La religiosidad nos lleva a asociar el término con santidad, devoción, virtud y piedad, por lo que se hace difícil ver el carácter divino en una relación mundana.
Cuando reducimos la pareja a la vida material, ésta pierde su naturaleza sacra. Por ejemplo, cuando alguien tiene la pretensión de esconder sus miedos en el “amor”, usando a la pareja para evitar sanar lo que le duele, como si fuera un anestésico.
Algunas personas, buscan pareja como un medio para resolver problemas, huir de sus angustias, de su aburrimiento o de su falta de sentido. Esperan que la pareja llene los huecos que sus heridas han abierto.
Pensar que el amor nos salvará, resolverá nuestros problemas o nos proporcionará un estado de dicha o seguridad, sólo nos mantiene atascados en ilusiones infantiles. El auténtico poder del amor consiste en el potencial que trae a nuestras vidas para transformarlas.
Mientras las personas inmaduras utilizan la relación para escapar del dolor que les produce la falta de amor hacia ellas mismas, las personas sabias ven la relación como el espejo que les permite reflejar la plenitud del amor que ya han encontrado. En vez de buscar refugio en una relación, reconocen en ella el poder para despertar y conectar con la vida.
La relación de pareja siempre muestra cuál es el viaje que está haciendo el alma. La pareja responde al deseo del espíritu de ir hacia más, de perpetuarse y trascender. Existe una bella palabra para nombrar esta experiencia: sadhana, un medio para conseguir tu conciencia espiritual. ¿Conoces algo más sagrado que esto?