Paréntesis: Gracias Rafael

Paréntesis: Gracias Rafael

“Es caprichoso el azar”
Fue sin querer…
Es caprichoso el azar.
No te busqué
ni me viniste a buscar.
Tú estabas donde
no tenías que estar;
y yo pasé,
pasé sin querer pasar.
Y me viste y te vi
entre la gente que
iba y venía con
prisa en la tarde que
anunciaba chaparrón.

Tanto tiempo esperándote…

Fue sin querer…
Es caprichoso el azar.
No te busqué
ni me viniste a buscar.
Yo estaba donde
no tenía que estar
y pasaste tú,
como sin querer pasar.
Pero prendió el azar
semáforos carmín,
detuvo el autobús
y el aguacero hasta
que me miraste tú.

Tanto tiempo esperándote…

Fue sin querer…
Es caprichoso el azar.
No te busqué,
ni me viniste a buscar. Joan Manuel Serrat

Permítanme hacer un paréntesis en este largo viaje sobre la vida y obra de ese gran pensador Octavio Paz. La ocasión lo amerita. El 2 de septiembre de 1994, hace exactamente 20 años y cuatro días, Rafael Toribio Domínguez y yo asumimos el compromiso de acompañarnos en el trayecto largo, tortuoso, hermoso, dulce, aterrador, triste y alegre de nuestras vidas. Una mujer y un hombre adultos, con pesados equipajes sobre sus hombros, con tristezas acumuladas, con dolores desgarrados, con infinitas dudas, anhelos, sueños e inquietudes, decidimos entrelazar nuestras manos para caminar juntos.

Esa noche mágica de septiembre, en que el intenso calor se esmeraba en entorpecer nuestra felicidad, nos dimos el sí, ante Dios, los amigos más cercanos, y, por supuesto, junto a las dos familias. La aventura ya tiene 20 años. Sus hijos se hicieron míos; tan míos como si mi vientre los hubiese traído al mundo. Sus nietos son parte de mis propias entrañas, tanto, que ya no podría vivir sin ellos; sin sus abrazos, sus reclamos y caricias. Los compañeros de vida de esos adolescentes de ayer, hombre y mujer de hoy, forman parte de mi universo existencial, con toda la complejidad que nos depara el existir. Todos ellos se han sumado al inmenso clan de los Sang Ben, y no tienen rasgos orientales porque la genética no se los ha permitido.

He descubierto el amor gratuito. Aquel que se da o recibe a cambio de nada. Cuando Rafael Eduardo, mi nieto mayor, mi niño favorito, me abraza y me susurra uno de sus secretos, olvido mi condición de historiadora, maestra o intelectual. Soy sencillamente mujer en la plenitud de su existencia. Y cuando Andrés, mi segundo nieto, la alegría infantil encarnada, me llamó por primera vez “abuela”, me sentí desbordada. Estos oídos míos que nunca escucharon a alguien llamarla “mamá” o “mami”, cuando escucharon la voz infantil susurrando la hermosa palabra “abuela” sentí que acurrucaban mi alma con la más hermosa de todas las canciones cantada por ángeles celestiales.

El protagonista de todo esto es Rafael Damares. Tan semejante y tan distinto a mí. Delgado, callado, reflexivo, que mide las palabras, que camina despacio, que observa, que se enoja ante los atropellos cotidianos, poco romántico y aburrido a veces; mientras que yo soy gordita, espontánea hasta desconcertar, explosiva, parlanchina, alegre, amante de la poesía y de reacciones tan primarias que no parezco ni historiadora ni intelectual. Sin embargo, Rafael ha sido, es y será siempre, el complemento exacto de mi existencia.

Cuando hago balance de mi vida, pienso y me confirmo que he llegado hasta aquí, donde quería llegar, porque he contado con el compañero perfecto de mi travesía. No es fácil vivir con una mujer que no ama -odia, más bien- la cocina; que es ama de casa a ratos, aunque disfruta el rol heredado por la sociedad; que cuando escribe se distrae de tal manera que olvida a los demás, entre ellos, por supuesto, al propio Rafael; que cuando vive el secreto encanto de la duda, porque no sabe cómo enfocar un libro, un artículo o una conferencia, se sumerge y ensimisma de tal manera, que habla sola, se olvida de todo, del tiempo, del descanso y de todos. Y ahí está Rafael. Leyendo los borradores cuando estoy sometida a la vorágine escritural; ayudándome en la búsqueda de información cuando percibe mi desesperación; discutiendo conmigo algunas de las ideas; cenando solo cuando mis obligaciones laborales me hacen estar fuera de casa; y cocinando sabroso para que su mujer pueda escribir con paz y tranquilidad. ¡No puedo pedir más! ¡Sería una injusticia!

Estos 20 años de camino transitado, cargando cada uno con su historia, no ha sido un lecho de rosas. Dos historias construidas con otras personas, que de repente se unen y diluyen para forjar un único trayecto, es un proceso difícil que solo el amor profundo hacia el otro, la decisión firme de seguir, y el convencimiento de que el camino de la vida está lleno de obstáculos a vencer, lo han hecho realidad. Ya no es un proyecto. La unión de nuestras existencias es más que una verdad como un templo. Y me siento feliz de sentarme a escribir estas palabras, nacidas desde el fondo de mi alma y mis entrañas, para agradecerle al destino y a Dios, el regalo de tener un compañero de la calidad humana y moral de Rafael.

Después de tantos años compartidos, todavía me asombro con su extrema sensibilidad. Lo he visto llorar mirando las imágenes de las secuelas de la guerra en el Medio Oriente. He presenciado su enojo ante una injusticia social. Lo he visto abatido cuando el país no sigue el curso de la cordura, la tolerancia y la justicia. He sido testigo de que prefiere estar solo antes que doblegarse por no exponer sus ideas. Esa autenticidad suya me hace amarlo y admirarlo más cada día.

 

¿Qué otro regalo puedo hacerle a este hombre que me ha acompañado durante 7,300 días con sus noches? Le regalo, a través de este especial Encuentro, no solo mis palabras, sino todo mi corazón y el resto de los días que nos quedan por compartir hasta que la muerte nos separe. Solo así dejaré de estar a su lado.

 

Amada mía,

después de tantos años,

después de tantas noches compartidas,

después de tantos sueños

soñados cada día,

te sigo amando tanto

amada mía.

Tus ojos negros

se clavan como siempre,

tu beso es una llama que aún me quema.

yo sigo siendo el árbol,

y tú, la tierra mía.

te sigo amando tanto

amada mía.

Amada mía,

después de tantas horas de camino

tú sigues siendo playa

yo sigo siendo río.

y como siempre

sigo aspirando el aire que respiras.

me sigo enamorando

en cada amanecer

Amada mía

de risas y de llanto

compañera de tardes amarillas.

luna de medianoche

y sol del mediodía,

serás por siempre campo

y yo semilla.

Amada mía,

un día del otoño

se vestirán de blanco mis cabellos.

se quedarán dormidos

tus besos en mis besos,

y buscaré tus manos

para mecerlos.

Amada mía,

después de tantos años

a tu lado

yo sigo siendo brisa,

y tú, montaña y llano.

amada mía

después de tantos mares

navegados,

tú sigues siendo orilla

y yo, gaviota… José Luis Perales

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