Cristian Javier Pinales suelta una carcajada cuando se le recuerda que siempre es divertido pegarle a alguien en la cara. Si eso es cierto, también explica por qué no dejó de sonreír encima del cuadrilátero durante su debut olímpico.
El dominicano de 23 años castigó a placer durante tres asaltos que al tailandés Weerapon Jonghoho debieron parecerle eternos. Con la última campanada, Pinales se anotó el sábado una decisión unánime en la categoría de los 80 kilogramos que no dejó dudas en la mente de nadie.
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Con una defensa impecable y un contragolpeo oportuno, si se le pregunta, Pinales dirá que su mayor virtud fue la velocidad. El público en la Arena París Norte, en cambio, dirá que fue su confianza.
“Me sentí bastante cómodo, ya en unos Juegos Olímpicos”, dijo, obviamente, con una sonrisa. “Tener un público tan inmenso da confianza, te sube el ánimo, tiro más rápido, golpeo mejor”.
Y eso fue lo que hizo. Jonghoho fue incesantemente al frente e incesantemente fracasó. Todo el plan se fue por la borda y hacia el final el tailandés parecía parte de la coreografía del caribeño. Jonghoho tuvo un fugaz paso por el cuadrilátero parisino. Pinales en tanto, continúa con el sueño que tuvo origen cuando apenas tenía 11 años y se calzaba sus primeros guantes en las calles de La Romana.
“Yo era basquetbolista, incluso tenía una beca en el colegio como basquetbolista”, dijo. “Una vez venía caminando en la calle con mis amigos y en la calle se estaban poniendo unos guantes y ahi decidi ponerme los guantes y me gustó el boxeo”.
No sólo le gustó, lo enamoró y se convirtió en el motor que lo ayudó a librar cualquier obstáculo. Quinto lugar en los Juegos Panamericanos, el camino del dominicano hacia París estuvo plagado de obstáculos, un accidente de tránsito, una infección. Resulta que solo fueron pruebas superadas.