París, es la capital del mundo que marca en sus atrevimientos urbanos los pasos y las evoluciones de la sociedad. Es una de las urbes que ríe y llora con sus gentes. La memoria histórica acompaña al parisino y al transeúnte. Cada distrito o arrondissement tiene el sello del recuerdo.
En Montmartre, llegar al metro Abbesses y subir la colina hasta la Place du Tertre y pasar por el Café Bistrot Le Consulat es volver a los escenarios que agitaron a los parisinos en plenas luces del siglo XVIII, durante la Revolución Francesa. Es también, la oportunidad de sentarse en una mesa a tomar un café y seguir conversaciones de las nuevas generaciones, y la oportunidad, a la vez, de intercambiar sobre los últimos acontecimientos de las manifestaciones de Los Indignados en España. Es, debatir sobre la posición de la Unión Europea con relación a sus posiciones frente a la crisis siria, todo esto, con el arte de la retórica bien llevada, en un lenguaje en el que la lengua francesa se nutre de las nuevas expresiones de los códigos del léxico urbano.
Cuando llegamos a la Rue Gabrielle y a la Rue Chappe, no podemos evitar los vaivenes de la Piaf en cada esquina, ejerciendo su voz y su estilo popular y libre de finales de siglo XX, vehemente y vivaz, en espera de algún menudo de latón para resolver el hambre del día. Esa aristocracia artística y popular marcó la Escuela de París y las vidas de los maestros Modigliani, Picasso, Chagall, que fascinaron a su vez a creadores más contemporáneos, hasta convertir la ciudad en un escenario cinematográfico, en el que recientemente el director de cine norteamericano Woody Allen encontró el espacio de su talento e inteligencia visual. Entre los años 1900 y 1930, al final de la Belle Epoque, y al iniciarse las nuevas direcciones de la modernidad, París fue un taller y un cabaret abierto donde la libertad era indisociable del arte y de la genialidad.
La mística consiste en reflexionar sobre el hecho de que fuera en París el lugar donde se concentrara lo más avanzado y valiente de la creación artística. Es obvio que la ciudad ejerce su genio sobre el artista y sobre las mujeres y hombres librepensantes, y, sobre todo, libres de límites morales. Lo cual fue el espíritu del movimiento surrealista, y las prácticas de Breton, Picasso, Dalí, Marx Ernst, Leonora Carrington, y muchos otros valerosos personajes.
Los intelectuales americanos, como Gertrud Stein, María Cassatt, Ernest Hemingway, y la saga de la Guggenheim, sintieron en esta ciudad la apertura necesaria para ejercer el coleccionismo, la crítica y el arte, evitando así los parámetros del puritanismo que se instalaba con anchura en la sociedad americana. Verbigracia, Diego Rivera y Frida Kahlo, de la tradicional sociedad mejicana, brincaban a Los Ángeles, y desde allí, llegaron en cortas temporadas a Francia, buscando desahogarse, y ejercer la libertad creativa, y por qué no, personal.
El Barrio de Montparnasse fue y sigue siendo una convocatoria de artistas e intelectuales de la entre dos guerras mundiales, y sobre todo, de la posguerra, aportando con sus cafés emblemáticos como Le Dome, La Coupole y la Rotonde.
Modigliani ejerció todo el charme de su juventud y arte, dejando sus huellas por los talleres de la Villa Montparnasse y por todos los pasadizos de La Ruche.
Toda esta vida del Gran Amadeo entre pasión y enfermedad fue llevada a sus telas con la presencia del cuerpo de la mujer que amaba y dibujaba con un trazo negro irrepetible, y cubría de colores sensuales, fushia, rosado ocre.
Toda la vida y obra de Modigliani está sepultada en el Barrio Montparnasse, y queda para siempre en la eternidad gracias a la película Montparnasse 19, interpretada por el actor Gerard Philippe, quien caracterizó por su figura física el aire enfermizo y frágil, en fin, la personalidad de Modigliani para la eternidad.
Pero el Barrio Montparnasse continuó dando vida al pensamiento y a la libertad durante todo el movimiento surrealista y existencialista, demostrando así que los espacios públicos parisinos, sus cafés, sus bistrots, sus bares, siguen con la tradición francesa nacida de la revolución de 1789, como por ejemplo, el Café Procope del Barrio Latino, donde los ilustrados Robespierre, Danton y Marrat se reunieron para construir la estrategia de la Revolucion Francesa y de la Primera Constituyente.
Tanto Montparnasse, como Montmartre, siguieron las innovaciones de los tiempos y dejaron que los intelectuales y los artistas manifestaran en sus ambientes urbanos la profundidad de sus desafíos. Específicamente en Montparnasse, Jean-Paul Sartre tomó asiento en La Coupole, con la compañía de Simone de Bouvair, e iban caminando desde la Rue Froidevaux, en la que residían, todas las tardes. La Josephine Baker, su blue y el jazz, vistieron las noches bohemias hasta por los años 60s. Los intelectuales latinoamericanos, huyendo de las dictaduras de sus países, llegaron con el surco abierto por Julio Cortázar, así como la cantautora chilena Violeta Parra, para llenar las noches del Barrio Latino, amarrando su náufrago en el Café Teatro La Candelaria, en el que Violeta Parra conmovió los estudiantes de Mayo del 68, y trajo lo más profundo del compromiso con América, con voz y canto, desgarrándose al cantar su Gracias a la vida Son los mismos años en que la novela Rayuela de Cortázar se impuso en el medio literario innovando la trama de la narrativa posmoderna.
Como anécdota, puedo comentarles que en mis tiempos de estudiante de la Sorbona compartí en La Candelaria con los primeros expulsados de República Dominicana que llegaron a París, y allí conocí a los fundadores del Movimiento Popular Dominicano, Máximo López Molina y Maximiliano Gómez El Moreno (f), quien sentía pasión por el savoir faire de los parisinos en las tertulias y peñas que en este emblemático lugar se celebraban. Pienso que ambos nutrieron mucho su pensamiento político y que lamentablemente no pudieron ponerlo en práctica en su tierra.
Es a partir de los 60s, después del sabor afro-americano de Sidney Bechett y Miles Davis, cuando animaron las cuevas de jazz, como la conocida Tabú, París bailó y pensó con ritmos latinoamericanos, gracias a Atahualpa Yupanqui y a Mercedes Sosa, que convertían sus conciertos en auténticos mítines.
Este París, suburbio de América, abrió sus puertas a grandes artistas plásticos, como Roberto Matta, Antonio Seguí, Vicente Pimentel, quienes recibieron los honores y el reconocimiento de la ciudad, y dejaron en ella su impronta y sus imágenes. Esta apertura artística e intelectual de París sigue su curso y su dinámica a través de sus nuevas zonas urbanas, renovadas, remodeladas, y en el París 13 se abre el espacio más avanzado de los siglos XX y XXI, con la creación arquitectónica de la Biblioteca Francois Mitterrand, la conversión en talleres artísticos de los viejos almacenes del vino, donde hoy día residen artistas africanos, latinoamericanos y caribeños, pero también, chinos y japoneses.
Tenemos con toda seguridad en ese tramo de París 3 y el 13 un enjambre, un nido de propuestas plásticas y visuales, que se están gestando para convertir a París con el Proyecto añadido del Gran París, en la ciudad más desafiante de la creación del siglo XXI. Por tal razón, sostenemos que París sigue siendo una fiesta, de la inteligencia y del arte. París tiene el genio de movilizar su espacio urbano siempre acompañado de la integración del pensamiento y de la creación. No hay una reconversión arquitectónica de la ciudad en la que no surja una concentración de talleres y de centros culturales, así como de bibliotecas y mediatecas públicas, así como de salas de uso múltiple, para que la población se identifique con el conocimiento, por eso afirmamos que París abraza la democracia con la creación y la inteligencia.