Partido Demócrata, en juego peligroso

Partido Demócrata, en juego peligroso

En más de medio siglo, el Partido Demócrata ha sido frecuentemente el perdedor en las contiendas por la Casa Blanca.

En los últimos 40 años, los demócratas sólo han ocupado la mansión presidencial 12 años: cuatro con Jimmy Carter y ocho con Bill Clinton. En los últimos 64 años, desde Franklin D. Roosevelt, Clinton es el único presidente demócrata que ha completado dos periodos presidenciales.

Incluso las dos victorias de Clinton no se explican exclusivamente por la fortaleza electoral del Partido Demócrata, sino por el surgimiento de una tercera candidatura, la de Ross Perot, que dividió el voto republicano e independiente en 1992 y 1996.

Cualquier dirigente o estratega del Partido Demócrata que pierda de vista esta historia, contribuirá a mantener el infortunio de ocupar la Casa Blanca.

Para entender este fenómeno es importante anotar que el electorado norteamericano es fundamentalmente conservador. En la médula de sus principios políticos predomina el individualismo sobre el colectivismo.

Esta ideología dificulta la construcción de una agenda socialdemócrata porque cualquier propuesta que enfatice el Estado como proveedor de servicios, encuentra resistencia en amplios segmentos de la población, sobre todo, si se percibe que beneficiará a minorías raciales.

El Partido Republicano ha sido exitoso fortaleciendo y manipulando esta ideología, y se presenta como el garante de los derechos y beneficios individuales que simbolizan el éxito americano.

Durante su estadía en la Casa Blanca, los Clinton fueron mediáticamente masacrados por los republicanos por intentar redistribuir riqueza.

A Hillary la aplastaron políticamente por su plan de establecer un seguro nacional de salud y tuvo que refugiarse en el rol tradicional de primera dama.

A Bill lo asediaron con denuncias de relaciones extra-maritales que, aunque fueran acciones incorrectas, no ameritaban una crisis política que casi llevó a su destitución.

Atrapados en dramas políticos, los Clinton fueron endemoniados por los republicanos, y rechazados por muchos activistas demócratas descontentos con la tercera vía o triangulación.

Es cierto que Bill Clinton abrazó el modelo económico neoliberal de los republicanos, pero promovió un ambiente de tolerancia social, sobre todo racial, que nunca se había producido en Estados Unidos.

Además, durante su gobierno, la economía creció y se modernizó, se crearon nuevos empleos, hubo excedente fiscal y mejoró el nivel adquisitivo de la población. El surgimiento de la candidatura de Barack Obama tiene mucho que ver con el rechazo a los Clinton en las filas demócratas.

Ante las aspiraciones de Hillary por la presidencia, un segmento importante de la dirección del partido decidió impulsar la candidatura de Obama; primero de manera discreta, y luego, al avanzar las primarias, de manera directa.

Esto explica por qué en la campaña Barack Obama ha evitado resaltar los logros de Bill Clinton, y por qué Hillary no fue considerada para la vice-presidencia a pesar de haber obtenido tantos votos. Derrotar a los Clinton fue el eje central en las primarias.

Con la propuesta de superar el pasado y abrigar lo nuevo, Obama, un orador excelente que se había opuesto a la guerra en Irak, despertó ilusiones en la base liberal blanca, y luego, con el apoyo masivo de los negros, aseguró el triunfo en las primarias.

Pero la victoria de Obama ha dejado heridas o temores en dos segmentos cruciales para una victoria del Partido Demócrata: las mujeres mayores de 50 años que recriminan el sexismo contra Hillary en la campaña, y los demócratas conservadores, más inclinados a albergar sentimientos racistas. Con estas heridas y temores, la candidatura de Obama es más débil de lo que proyectan las grandes manifestaciones en Berlín o Denver, y a pesar del apoyo de los Clinton en la convención.

Cuántos de esos demócratas descontentos abandonarán el Partido Demócrata el 4 de noviembre será un factor crucial para determinar quién llegará a la Casa Blanca.

Muchos dirigentes y activistas demócratas proyectan una supremacía electoral con Obama y sin los Clinton.

Los republicanos, siempre dispuestos a ganar, harán todo lo posible por atraer demócratas descontentos, como han demostrado con la nominación de Sarah Palin, una mujer desconocida en el escenario político nacional.

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