Partido Demócrata y el dilema liberal

Partido Demócrata y el dilema liberal

Desde el exitoso experimento de Franklin D. Roosevelt con el “New Deal” (Nuevo Contrato) el Partido Demócrata ha resurgido o sucumbido por el liberalismo; ese arreglo de la modernidad para expandir conjuntamente los beneficios del capitalismo y la democracia con la intermediación del Estado.

Durante la Gran Depresión en los años 30, Roosevelt estableció el llamado “Estado Benefactor”. Consistió en un incremento considerable de la intervención gubernamental para crear empleos con inversiones en infraestructura y servicios sociales para aliviar las precariedades humanas.

A partir de ahí, la política norteamericana se dividió entre demócratas liberales y republicanos conservadores.

El liberalismo enfatizó las bondades de la inclusión social mediante la ingeniería pública, y el conservadurismo, las bondades de un Estado pequeño que fomentara la actividad económica privada y se concentrara en la defensa nacional.

Con esta polarización, los demócratas tienden a ganar cuando la sociedad demanda mayor inclusión social, y a perder cuando la sociedad se rebela contra ella.

En la turbulencia de los años 60, dominó el deseo de inclusión social y los demócratas gobernaron casi toda esa década.

El movimiento de derechos civiles abrió la compuerta y dio paso a los movimientos de protesta por las guerras, y luego, al movimiento de mujeres.

John F. Kennedy, en sus esfuerzos por impulsar reformas liberales en derechos civiles, fue asesinado en 1963. Luego, Lyndon B. Johnson, impulsó un nuevo contrato denominado “Great Society” (Gran Sociedad), para extender beneficios a las minorías raciales excluidas del New Deal.

Los temores que esos movimientos causaron en la mayoría de la población contribuyeron a la derrota del Partido Demócrata en 1968, que pasó ocho años fuera de la Casa Blanca.

El retorno se produjo en 1976 con Jimmy Carter, por el descontento que produjo el Watergate de Richard Nixon.

Asediado por la inflación, los altos precios del petróleo y los conflictos internacionales, Carter no pudo reelegirse en 1980. Su débil presidencia y la fuerza del movimiento intelectual conservador, que apostó a los resentimientos de clase y racial para ganar elecciones y gobernar, facilitaron el triunfo de Ronald Reagan.

Ahí se inició la revolución neo-conservadora que ha definido la política norteamericana hasta la fecha y ha moldeado también la política mundial.

El interregno demócrata con Bill Clinton se debió a tres factores fundamentales: 1) la recesión de 1991-92 que catapultó la reelección de George H. W. Bush, 2) la candidatura independiente de Ross Perot que dividió el voto conservador e independiente, y 3) la promesa de Clinton de no retornar al liberalismo del Estado Benefactor.

En su esfuerzo por ganar la presidencia, Clinton impulsó la noción del “nuevo demócrata”, o fiscalista responsable, y desde el poder, firmó la ley de  reforma al “Welfare”, impulsada por el congreso republicano para reducir los gastos sociales.

Así, el liberalismo de Clinton se concretó a lo cultural-simbólico: promover mejores relaciones inter-raciales y la aceptación de la diversidad social en sus distintas manifestaciones.

Incluso con esa agenda liberal limitada, su presidencia fue asediada por los republicanos que casi lo llevaron a dimitir por relaciones extra-maritales.

Sin el carisma de Clinton, Al Gore no pudo asegurar una clara mayoría en las elecciones del año 2000, y en una contienda cerrada y disputada, la Suprema Corte de Justicia declaró a Bush ganador.

Ahora, el casi seguro triunfo de Barack Obama el 4 de noviembre, abre de nuevo el viejo debate liberal sobre el rol del Estado y la inclusión social.

Obama desea un gobierno de amplia mayoría demócrata para impulsar los grandes cambios que ningún presidente demócrata ha logrado después de Roosevelt. La probabilidad de que lo obtenga es alta.

Sin embargo, es un enigma si Obama impulsará la gran revolución liberal que promete en sus discursos, u optará por el centrismo que ha caracterizado sus decisiones legislativas en la campaña, y le ha ganado el apoyo de importantes figuras conservadoras como Christopher Buckley y Colin Powell.

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