Partido entre EU y RD fue verdaderamente emocionante

Partido entre EU y RD fue verdaderamente emocionante

Estoy actualmente en camino hacia Bali, Indonesia, en donde la Organización Internacional del Cacao (IICO), celebrará la primera reunión del Consejo y sus Órganos Subsidiarios del 18 al 23 del mes que discurre.  Este importante foro tendrá lugar por vez primera en Indonesia, tercer productor-exportador de cacao del mundo, luego que su gobierno decidiera convertirse en miembro activo de la ICCO, después de pasar muchos años como país Observador.

Creo, si mal no recuerdo en mis más de veintitantos años escribiendo en el HOY, haber redactado a lo sumo dos artículos sobre deportes, especialmente sobre béisbol, uno de mis entretenimientos favoritos, llegando en mi juventud a jugar béisbol amateur con cierta habilidad, tronchada por mi madre que no deseaba que me convirtiera en un jugador profesional.

Tenía conocimiento de que el jueves en la noche se produciría por primera vez en la historia un juego de béisbol entre un equipo profesional de los Estados Unidos de América y de la República Dominicana dentro del Clásico Mundial de Béisbol de 2013.  Como amante y como ex-jugador de béisbol, no podía faltar a esta cita con la historia.  Y de verdad, fue histórico, emocionante y sobretodo muy profesional este encuentro entre estos dos países, uno la potencia número uno y el otro, pequeño país Caribeño, mas con el registro de aportar el mayor número de jugadores a los equipos de grandes ligas estadounidenses.

   El partido se inició con un descontrolado lanzador dominicano, el estelar Samuel Deduno, y los “Yankees” hicieron la primera carrera, dejando las bases llenas ante una fanaticada dominicana que colmó el Estadio de los Marlins de la Florida, como nunca se había visto después del día inaugural.  Casi se me sale el corazón cuando empecé a palpar que la gran mayoría de los aficionados eran, no sólo dominicanos, sino que llevaron todos los símbolos patrios, desde banderas, tamboras, güiros y hasta un combo para animar las huestes que dignamente representaban el país. 

Debo confesar que en los muchos años que he he ido a los diferentes estadios, no solo del país, sino donde nuestros compatriotas juegan profesionalmente, no había sentido la dominicanidad hasta los tuétanos, como con delirio patriótico acompañé a los que vociferaban, hacían la ola y mostraban con orgullo la enseña tricolor, que henchido de patriotiosmo, vociferé como el que más, cuando nuestros beisbolistas realizaron atrapadas electrizantes e insuflaban esa unidad tan necesaria en nuestro medio, que parecería que el estadio se había convertido en un referendúm de votar a favor o en contra del triunfo.

El juego se desarolló entre dos combatientes a muerte.  Durante ocho entradas, cualquiera podía ganar después que en la primera entrada los estadounidenses le hicieron una carrera a un descontrolado Samuel Deduno y los dominicanos empataron en la segunda, gracias a un soberbio cuadrangular del abucheado Hanley Ramírez.

   A partir de ahí, hasta la novena entrada, fue un juego de estrategias y sobretodo de dominio de los lanzadores.  Pero, en esa entrada, sobrevino la rebelión dominicana, cuando el toletero Nelson Cruz sacude un doble por el jardín central.  Rodado de Carlos Santana lo lleva a tercera con uno fuera.  La multitud rugía y entonces el capataz Tony Peña pone de emergente a Erik Aybar y este produce un sencillo que empuja a Cruz con el desempate.  Aquel Estadio, no obstante ser de cemento armado, parecía estremecerse como si fuera de papel.  Las emociones iban in crescendo cuando Aybar se roba la segunda, De Aza se poncha, pero el inmenso José Reyes sopla un sencillo que remolca la tercera vuelta dominicana. La algarabía fue ensordesedora.

El cierre de la novena para los estadounidenses fue sinceramente desastrosa. El cerrador Fernando Rodney se encargó de poner candado a su ofensiva y cuando se produjo el tercer out, aquello fue Troya.  La inventiva dominicana fue tan grande, que hasta vimos un racimo de plátano envuelto en nuestra bandera.  Una nota discordante sin embargo sucedió, en la novena entrada, cuando un aficionado, al parecer en estado de embriaguez, tiró varios trozos de plátano al terreno de juego, sin las mayores consecuencias porque fue amonestado por sus propios compatriotas, que creyeron ver un peligro de que se decretara un “forfeit”.

Creo para finalizar, que todos sintieron la misma emoción que nosotros y que salimos convencidos que, si en nuestro país actuáramos de manera similar, lo acontecido en el Estadio de los Marlins, otro serínuestro derrotero y el porvenir de los dominicanos estaría totalmente asegurado. Gracias conciudadanos por tanta satisfacción e inmensa alegría.

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