Partidocracia

Partidocracia

ROSARIO ESPINAL
Así es, los partidos políticos constituyen un vehículo de movilidad social clave en la República Dominicana. Sociólogos y politólogos lo hemos repetido. Ahora el presidente Leonel Fernández lo afirma: la partidocracia se impone a la meritocracia en el Estado. La evidencia es amplia.

Ser miembro o afín a un partido es la vía más rápida y segura de obtener un empleo en el gobierno, independientemente de que se posea la capacidad para merecerlo, e independientemente de que una institución necesite más empleados. Es también un mecanismo vital para obtener otros favores públicos.

Sin duda, la democracia ha ampliado el circuito de beneficiarios del sistema patrimonial, clientelista y corrupto que han sustentado todos los gobiernos dominicanos, dictatoriales o democráticamente electos.

Junto a la libertad de expresión, la ampliación del clientelismo ha sido lamentablemente la principal conquista democrática del pueblo dominicano. Hoy, más personas se benefician de los favores gubernamentales que en los tiempos autoritarios de Trujillo y Balaguer.

Y en años recientes, después del final de los tres caudillos del post trujillismo, que inyectaron la política dominicana de ideología y polarización, la competencia partidaria ha adquirido cada vez más un carácter clientelista.

De este sistema se benefician todos los sectores sociales. Los ricos con excesivos beneficios a través de grandes contratos con el gobierno, evasión fiscal, o nombramientos en altos puestos. Las capas medias con cargos de cierta relevancia en la administración pública. Los pobres con la repartición de dádivas.

Las presiones políticas para reducir o eliminar el clientelismo es puro hablar. Los partidos, grandes y pequeños, son co beneficiarios del sistema de distribución clientelar.

Desde la oposición, los políticos tienen un discurso crítico de la corrupción y el clientelismo, pero en el gobierno adoptan las mismas prácticas. De ahí que sus planteamientos sean cada vez menos creíbles.

Todos los políticos que han gobernado la República Dominicana se han ajustado al modelo clientelista con el fin de favorecerse económicamente y de obtener apoyo de distintos grupos sociales.

Ningún gobierno, a la fecha, se ha atrevido a ejecutar algo diferente. Desde el poder, los partidos siempre renuncian a la posibilidad de organizar y adecentar la administración pública.

Promueven el desorden administrativo sobre la racionalidad burocrática, el amiguismo sobre la capacidad y el mérito, la urgencia de complacer adeptos sobre las necesidades de eficiencia pública.

Cada gobierno aumenta el número de instituciones y empleados, pero nunca se hacen recortes para que la labor gubernamental sea menos costosa y más eficiente.

Mientras más crece el gobierno en su empleomanía, más beneficiarios se integran al sistema clientelar, pero más ineficaz se torna la gestión pública.



Las elecciones se han convertido en la prueba máxima de lo que ocurre en el gobierno. Una gran cantidad de personas se moviliza en las campañas con el objetivo de obtener un cargo o algún otro beneficio si resulta ganador su partido o candidato.

La encuesta de Opinión Pública de América Latina 2006 muestra para el caso dominicano que 20% de los encuestados dijo haber trabajado para un partido o candidato en las elecciones presidenciales de 2004. En términos comparativos con la región latinoamericana es un porcentaje elevado.

Sin grandes diferencias ideológicas entre los partidos que sirvan para explicar esta participación política, podemos asumir que muchas personas se involucran directamente a las campañas con el objetivo de obtener beneficios.

Sabemos también por datos de la encuesta citada que los militantes que se activaron en las elecciones de 2004 son mayoritariamente hombres, de ingresos medios, con un nivel educativo entre primaria y secundaria, entre 25 y 45 años de edad.

Estas características socio-demográficas reflejan un segmento poblacional con gran necesidad y expectativa de movilidad social, que tiene destrezas sociales básicas para incorporarse a la labor partidaria.

Por el contrario, los muy pobres participan menos en las campañas porque carecen del conocimiento y los contactos para insertarse, mientras los más ricos y de mayor nivel educativo tienen a disposición otros mecanismos para obtener empleos y beneficios.

Mientras este segmento medio de la población aumenta en número, la economía dominicana no ofrece posibilidades adecuadas para su inserción laboral. Si no emigran al exterior, muchas de estas personas buscan insertarse al bienestar vía los partidos políticos.

Ante estas demandas, los gobiernos acomodan a miembros y simpatizantes partidarios más allá de lo que sugiere la racionalidad estatal. Como resultado, cada gestión gubernamental se hace rápidamente ineficaz.

La partidocracia cumple ciertamente su función de incorporar adeptos al sistema político clientelar, pero la mayoría de la población queda excluida de los beneficios clientelistas y se resiente.

El presidente Fernández entiende el problema en el plano académico, pero en su accionar como jefe de gobierno permite las mismas prácticas que le critica a la partidocracia.

Si no cambia de rumbo, correrá la misma suerte de alto descrédito de los presidentes que le han precedido.

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