¿Partidocracia?

¿Partidocracia?

JULIO BREA FRANCO
Todo lo que dicen los presidentes, aunque sean tonterías, es objeto de atención y arrancan comentarios de los más disímiles en los medios de comunicación. Las más de las veces estas exposiciones se producen sin un fin en sí mismo, son cortinas de humo y alimento al «circus». 

Los presidentes, dadas las tantas intervenciones públicas que deben producir, suelen asistirse de «redactores de discursos». Antes de pronunciarlos los leen y corrigen para imprimirle su sello personal y/o realizar el filtraje necesario. Es esta una práctica, además de aceptable, necesaria.   No estoy del todo seguro que en esta administración así se proceda. En un reciente discurso presidencial, se evidenció falta de creatividad en el abordaje del tema. Si el Presidente «improvisó» quizás sería conveniente que disponga de escribidores que sopesen, antes y mejor, sus decires.



Hay veces que no se tiene nada que decir y aun así lo ponen a decir. Hay temas difíciles que pueden chocar con la realidad. No es la primera vez que el Presidente incurre en «errores»  como fue el caso de afirmar que existe la reelección en España y el Reino Unido, cuando estos países son monarquías. Al que se alude ahora el orador lució superficial al afirmar que aun hay mucha «partidocracia» en el país en el acceso a los puestos públicos.

 Diagnostico no fue. En una cultura política en la que el Estado es el Santo que concede todo y es el único altar al que acudir para «ganar» y «ser», lo que tenemos es un «sistema de despojos», de asalto y ocupación de la burocracia de Estado. Y aquí esta el punto: no es menester pertenecer a un partido para lograr puestos. Eso ayuda pero no determina. En la paila hay de todo. Pero se llega siempre que sea amigo de alguien con influencia para conseguir el «carguito» o la «marmita» como se decía antes. Una cosa es el reclutamiento burocrático que se hace por razones de amiguismos y otra la mentada «partidocracia».

El término no está en los diccionarios por que es un neologismo político. Ese, como otros muchos más, suelen originarse en el lenguaje político y rara vez científico. El propósito de estas palabras es poner énfasis en áreas en donde se considera que radica un poder de decisión e influencia real y fáctico en la política de un país y en un momento histórico. Su origen se encuentra en líneas de pensamiento critico social. Hoy día todavía se utiliza el vocablo para denunciar la sociedad política de monopolizar el acceso de la sociedad civil. Alude en otras palabras, y alude a la abusiva apropiación de espacios políticos por parte de los partidos en una determinada sociedad.

Es una patología de la democracia. En el diseño original se reservaba a los partidos un rol meramente instrumental: contribuir a la canalización de las preferencias del ciudadano elector. La realidad, sin embargo, fue tomando otro rumbo. Primero porque los partidos van apropiándose del monopolio de esa instrumentalidad al punto de convertirse en el único vehículo. La concepción del «mandato libre» se ve mermada y anulada.

Gerhard Leibhol, el censurado profesor de la Universidad de Göttingen en los prolegómenos del Nazismo, tiene un «dictum» muy feliz por su expresividad: El Parlamento es un lugar donde «se reúnen comisionados de partidos para dejar constancia de decisiones ya adoptadas en otros ámbitos».

Caemos reiteradamente en el error de hablar de los partidos como unidades sin asumir que estos  todos y siempre  han sido y son conglomerados de facciones (o fracciones, en otros contextos). Que conozca no hay ninguna investigación que evidencie cuál grado de control monopólico tienen los partidos en el sistema político. ¿Controlan totalmente el Estado? Sin duda son los que tienen el monopolio de las elecciones; los resultados de 13 elecciones muestran fehacientemente que son fuertes como máquinas electorales. Pero eso ni significa que lo determinen todo.

La partidocracia es un fenómeno que se advierte en sistemas de partidos institucionalizados y consolidados y no en todos. Los partidos dominicanos se presentan más como masas gelatinosas, como archipiélagos de intereses particulares, cuyo objetivo es conjuntar esfuerzos para llegar y «hacerse». «Sobreviven sin gobernar». Es que no están hechos para eso.

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