Partiendo del cuento de Navidad de Lantigua

Partiendo del cuento de Navidad de Lantigua

Hay cosas que es necesario explicar. Por tanto, el Cuento de Navidad de José Rafael Lantigua,  titulado “El niño que no pudo ser censado”, que acabo de recibir bellamente ilustrado  merece, en este fin de año cargado de dramáticas informaciones delincuenciales,  una felicitación por el aire fresco que nos brinda y el cauteloso manejo del texto bíblico en que se fundamenta: El  Evangelio de San Lucas, capítulo 2.

Lucas, autor del tercer Evangelio, médico oriundo de Antioquía, tuvo mucho contacto con los apóstoles, sobre todo con San Pablo,  de quien fuera compañero  por largo tiempo,  escribió este libro, y además  el de los Hechos de los Apóstoles, en griego “bastante correcto y aun elegante” según los eruditos en la materia. Especialmente Monseñor Torres Amat.

Se considera que Lucas pudo haber escuchado, de labios de la madre de Jesús, los pormenores de la infancia y juventud del  Señor y, ciertamente,   es él quien ofrece  la mayor  información acerca de ese período.

Por supuesto, tratándose de un cuento –que dedica a su primer nieto- Lantigua no copia el texto de Lucas sino que se fundamenta en él para imaginar situaciones complementarias que le resultan lógicas dentro de los misterios de lo sobrehumano. También agrega argumentos y consideraciones que tienen valor permanente. 

Lucas inicia su Capítulo Dos narrando que en aquellos días el emperador César Augusto promulgó un edicto mandando empadronar todos los súbditos del Imperio Romano, para lo cual  iban a empadronarse en la ciudad de su estirpe. Como José era de la casa y familia de David, tuvo que viajar desde Nazaret, en Galilea, hasta la ciudad de David que era Betlehem (Belén) en Judea. No voy a contarles una historia ya bien conocida. Quiero referirme a la explicación que ofrece Lantigua a la disposición del emperador.

Escribe Lantigua.

 “La vida del imperio necesitaba ordenarse, cuantificar el número real de sus habitantes, organizar los tributos, determinar la cantidad de extranjeros que habían emigrado a esas tierras en busca de nuevos motivos  de vida; en fin, medidas reorganizativas que permitiesen  fijar nuevas vías  presupuestarias y moldear perfeccionados esquemas de gobierno que garantizasen un mejor destino para todos los habitantes….”

¿No es lo que necesitamos  aquí y ahora. Hic et Nunc?

No vamos a refugiarnos en la hipocresía de hablar de “extranjeros” cuando nos referimos a los haitianos que, desesperados por  la miseria en que los han sumido sus malvados gobernantes, vienen  a buscar mejorías en nuestro territorio, como nuestros ciudadanos, cuando se desesperan aplastados de carencias y descuidos estatales, se apretujan en una yola dispuestos a morir ahogados o en las fauces de los tiburones caribeños.

Pero retornemos al censo ordenado por  Augusto.

Su inquietud por estar enterado del número de súbditos, las  capacidades y condiciones  de quienes formaban parte del incomparable Imperio Romano… esa inquietud ¿no debería ser nuestra?   

Aquí no sabemos nada. Lantigua dice que el Imperio de  Augusto necesitaba ordenarse. Hoy nosotros necesitamos orden, justicia y disciplina.

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