País Bajo Tierra
La cueva con más arte rupestre hasta ahora

<p><strong>País Bajo Tierra<br/></strong>La cueva con más arte rupestre hasta ahora</p>

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
La cueva que presenta el mayor número de pictografías en la República Dominicana y en las Antillas es la Cueva del Ferrocarril o Cueva de la Línea, también llamada Cueva de los Muñecos o Cueva del Templo, localizada en el litoral de Los Haitises, Bahía de San Lorenzo, a la vez dentro de la Bahía de Samaná.

Esta cueva posee en su interior 1.243 pictografías, todas en negro y presentando una variadísima temática en sus dibujos. Pero primero veamos porqué tiene cuatro nombres, cuando uno le bastaría.

Quien parece haberla reportado apropiadamente por primera vez fue Louis Alphonse Pinard, en 1881. Y decimos apropiadamente porque, aunque las menciona en su conjunto Samuel Hazard (1873), no se refiere específicamente a ninguna de la cuevas, pues solamente se refiere a ellas como «las cuevas de San Lorenzo» en su libro «Santo Domingo Past & Present».

La cuestión es que Pinard la reporta como «Cueva del Templo», seguramente debido a la cantidad de representaciones religiosas aborígenes observadas por él en las paredes del interior de la cavidad. Erróneamente, Pinard, al referirse al color negro de las pictografías, indica que «han sido trazadas por medio de líneas negras, y se ha usado, a mi entender, el zumo de la corteza del aguacate».

En realidad, no pudo utilizarse el zumo de la corteza del aguacate porque en nuestra isla no había aguacates hasta que lo trajeron los españoles.

Herbert Krieger es quien la reporta en 1928 con el nombre de «Cueva del Ferrocarril», pues ya para esa época estaba funcionando el ferrocarril que llegaba hasta el Muelle de las Perlas y era mucho más fácil su ubicación tomando como referencia dicha construcción.

Con toda seguridad, los otros dos nombres, «de los muñecos» y «de la línea», les fueron adjudicados por dominicanos. El primero, «de los muñecos», por las figuras pintadas, las que no podían describir con propiedad técnica o científica, como lo harían conocedores de la materia; y el segundo, «de la línea», porque así se referían a las vías de ferrocarril colocadas cerca de dicha cueva, vías a las que estuvieron llamando «líneas» durante su construcción y a las que no pudieron referirse nunca como «vías» o rieles.

Así que se quedaron los cuatro nombres para la cueva a la que nadie se le había ocurrido contar sus pinturas, probablemente abrumados todos por la cantidad de ellas.

Nos tomamos el trabajo de contarlas (como ya había escrito antes) cuando la visitamos junto a miembros del Grupo Cubano de Investigaciones de Arte Rupestre el 19 de octubre pasado (2006), y creemos haberlas incluido todas, hasta las que nunca habíamos visto. Pues tratando de hacer el trabajo de conteo lo más preciso posible, revisamos pulgada a pulgada todas las paredes, incluyendo zonas que por su elevación habíamos supuesto en viajes anteriores que no poseían pinturas en sus paredes.

Lo minucioso del conteo nos permitió incluso localizar figuras que no habían sido reportadas para esa zona, como la figura del perro aborigen, presente en muy pocas cuevas del país.

Las manifestaciones pictóricas de la Cueva del Ferrocarril van desde la figura humana –viva y muerta- hasta la figura de los grandes cetáceos, representados éstos por una ballena en plena acción de expulsión de agua mediante su característico soplo. Aves zancudas en las que se resaltan las nudosas articulaciones a mitad de sus extremidades, formas antropomorfas utilizando máscaras en actitud de ejercicio mágico-religioso, tiburones pintados al detalle, peces disputados por aves pescadoras, representaciones de conocidos dioses taínos (como Boinayel), aborígenes navegando en canoa o cayuco, místicos simbolismos de impresionante estilización…

Con todo y lo numeroso de la diversidad temática y las figuras en sí, la Cueva del Templo no se presenta agobiada, sobrecargada o utilizada en exceso. Más bien se respira en sus dibujos cierto equilibrio, ayudada su contemplación por la claridad que penetra por sus cuatro amplias entradas que no solamente contribuyen a la estabilidad de la temperatura interior, sino que permiten al visitante cierto albedrío de movimiento sin la «amenaza» que supone para algunos la oscuridad de las cavernas.

Solo esperamos que la actual desprotección de esta parte del Parque Nacional de los Haitises no atente contra la conservación de este patrimonio, ahora mejor conocido, pero todavía con secretos por descubrir.

Publicaciones Relacionadas