País Bajo Tierra
Un terrible impacto entre muestras culturales

<p><strong>País Bajo Tierra<br/></strong>Un terrible impacto entre muestras culturales</p>

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
Los impactos más terribles entre culturas están ocurriendo en nuestras cuevas invadidas. Refrigeradores, cocinas de gas y eléctricas, tostadoras, computadoras, televisores y otros artículos de la modernidad entran en contacto con espacios que por milenios solamente conocieron grupos humanos que no llevaban a su interior más que rústicas armas y artilugios para la pesca y la caza muy rudimentaria.

Ustedes no me van a creer, pero hasta los petroglifos aborígenes grabados por culturas precolombinas se quedan boquiabiertos frente al montón de aparatos que a la gente se les ocurre introducir en las cuevas que van siendo tomadas como viviendas por grupos de personas que, aparte de no haber tenido contacto alguno con esos ambientes, pertenecen a una generación cuya principal característica es ufanarse de los adelantos tecnológicos de que disfrutan.

Se nos hace surrealista encontrarnos con zonas de cuevas donde la gente casi encarama los carros, coloca antenas de televisión y recibe señales de comunicación inalámbrica celular.

Pero quizás una de las cosas más impactantes en términos de culturas que utilizaron las cueva y que ahora vuelven a ese ambiente, es que de repente usted ve que de una cueva con algunas entradas tapiadas con bloques, y con claraboyas techadas con planchas de zinc, sale una mulata con todos los adelantos de la cosmetología en el rostro, y adelantos similares en fibras sintéticas que le cubren un cuerpo que cimbrea al sonido de un teléfono celular adosado a la cintura.

Pero no conforme con semejante exhibición de dominio de la tecnología y el progreso cosmético, la mulata «desenfunda» hábilmente el aparato, enfoca a su amigo más cercano, y le saca una foto que sin darse cuenta lleva como fondo la entrada de una caverna y sus espeleotemas.

Pero lo de la mulata no es más que un ejemplo de una familia. Otro ejemplo de la misma familia es el hermano, que llega de la escuela (con su inseparable celular también), entra en la cueva y deja un paquete de libros en una mesa, y entre ellos, uno que habla de la Historia de Santo Domingo y de la época cuando la gente vivía en cuevas… antes de la llegada de la civilización.

Las estadísticas no presentan en sus formularios censales casilla alguna en la que –tratando el tema de la vivienda- indique cuándo una familia vive en una cueva. Sin embargo, durante los trabajos que estamos realizando en las cuevas de los farallones que se extienden de oeste a este de la costa suroriental, hemos encontrado miles de personas habitando cuevas. Y por lo que se puede apreciar, dentro de pocos años podrían ser muchos más los que estarán utilizando esas cuevas para habitar, incluso modificándolas físicamente, en franca violación a las leyes que las protegen.

Contrariamente a lo que piensan las mismas personas que habitan en esas cuevas, ellos vienen a ser no solamente cavernícolas, sino los cavernícolas más agresivos del propio entorno de las cuevas en que viven.

Algunas de estas cavidades poseen pozos interiores que los modernos cavernícolas utilizan para verter desperdicios. Algunos han construido letrinas en el interior mismo de las cuevas.

Lejos de un comportamiento similar a la de los antiguos usuarios de las cuevas (los taínos no las utilizaban como viviendas, sino como templos) los modernos cavernícolas insisten en habitarlas, semejándose más a los grupos más arcaicos, aquellos que utilizaban las entradas de las cuevas como vivienda, pero que nunca recurrieron a medios para expulsar a los principales habitantes, los animales, específicamente a los murciélagos.

De una manera inexplicable exhibimos sin el menor rubor una modernidad a la que en realidad no hemos llegado, pero cuyos objetos, sus productos, nos hacen sentir tan a tono con ella, que no vemos que todavía estamos en buena parte en la época de las cavernas.

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