Paseando por la Feria del Libro

Paseando por la Feria del Libro

Con el deseo de adquirir algunos volúmenes visité el pasado miércoles la Feria del Libro en horario de la mañana.

Algunos de los presentes me saludaron pronunciando mi nombre, pero no faltaron quienes me dieron cortadas de ojos, porque es harto sabido que nadie le cae bien a todo el mundo, especialmente aquellos que aparecemos  en los canales televisivos.

Conversaba con un amigo al cual no veía desde hacía varios años, cuando noté que una señora con aspecto de sexagenaria me observaba con extraña fijeza.

De repente caminó hacia mí sin dejar de mirarme, y cuando estaba a escasos metros, dio salida a su voz ronca.

-No estoy segura, pero creo que usted es el hombre que escribe unos cuentecitos charlatanes en los  periódicos, y que los hace a veces en la televisión- dijo, saludando a mi interlocutor con un leve gesto de cabeza.

-¿Qué entiende usted por cuentos charlatanes?- le pregunté, y por breves segundos la mujer lució desconcertada.

-Son los que se escriben con la intención de que la gente explote de la risa al leerlos, algo que ustedes no siempre consiguen- respondió, para luego alejarse con paso lento.

Mi amigo y yo reímos, y un hombre de baja estatura pero de cuerpo robusto, que cruzaba frente a nosotros, exclamó:

-Mario Emilio, que bueno que a tu edad todavía puedas exhibir los dientazos que mostrabas en el programa Punto Final; pareces un peine nuevecito.

El desconocido celebró su ocurrencia con una risotada, y luego me enfrentó con rostro  de quien está a punto de iniciar una discusión.

-Quizás tú  vivas bien sin tomar bebidas alcohólicas, pero para poder soportar las cosas que se viven en este país hay que mantenerse, si no borracho, por lo menos sugustón, o sea, semiprendido.

Hablaba en voz alta, con tono de regaño, y cuando me disponía a replicarle, me detuvo con enérgico ademán, y reanudó el monólogo.

-No te sigas burlando de los bebedores y los picoteadores, como hiciste en tus libros Traicionero Aguardiente, y Cuentos de Vividores, si no quieres que los  chuparromo  y los enemigos del trabajo dejen de leerte.

Me despedí del amigo apresuradamente, para alejarme del fastidioso fortachón, cuyo tufo de alcoholes baratos agredía mis fosas nasales.

Aunque en el fondo le agradecí que se interesara en mis obras.

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