Pasiones encrespadas

Pasiones encrespadas

Muchos años después de haberse empobrecido, la clase media sigue pensando y sintiendo como clase media. No se resignan los miembros “disminuidos” de esa clase a ser menos de lo que han sido siempre. Hacen todo lo posible por no descender a la pobreza extrema, que les parece “denigrante”. En momentos de crisis económicas, de cambios de “paradigmas colectivos”, suelen ser cabecillas de las revueltas políticas. La inconformidad por el “descenso social” actúa como una palanca para la acción subversiva. Sin embargo, los argumentos de todas las revueltas son las “injusticias toleradas”, los abusos de poder, “privilegios irritantes”, la exclusión de grupos considerados “inferiores”.

Cualquier segmento de la población, marginado por su raza, costumbres o educación, puede servir de pretexto para que una clase media empobrecida se vuelva revolucionaria y encabece el “activismo protestante”. La revolución bolchevique no fue dirigida principalmente por proletarios –obreros y campesinos-, sino por miembros educados de la clase media. En ocasiones el “disparador de las protestas” es el sentimiento nacional, maltratado por gobernantes de países más poderosos económica o militarmente. Así ha ocurrido varias veces en naciones de Europa central y del Este. En estos casos la clase media, lejos de ser el “colchón de la estabilidad”, que es su papel tradicional, se convierte en promotora de tumultos.

Rusia, el imperio otomano, el austro-húngaro, han sometido muchos países vecinos; pero llega un punto en que los pueblos inconformes no confían en sus propios dirigentes. Aceptan entonces el liderazgo emergente de una clase media enardecida. La represión, sea interna o extranjera, por más brutal que llegue a ser, no logra aplastar una rebelión generalizada. Hungría, Checoeslovaquia, son dos ejemplos recientes. En este lado del mundo tenemos el caso de Venezuela, un país donde parecía imposible otra conmoción social.

Toda revuelta significa una parálisis de la producción económica, de la paz pública, del respeto por los derechos humanos. Nadie en su sano juicio desea promover una revuelta “por amor al jaleo”. Es la apertura de un purgatorio social que no se sabe cuándo terminará, ni cuántas víctimas cobrará. Pero es evidente que pueden ocurrir revueltas cuando concurren problemas económicos, políticos, internacionales, que encrespen las pasiones populares. Necesitamos gobernantes prudentes; ahora más que nunca.

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