En los últimos años, la comunidad evangélica ha crecido en el país. Según cálculos, es más del 20% de la población.
Los que dirigen este segmento social son los pastores o ministros protestantes.
Pero no todos los dominicanos tienen una idea clara acerca de estos obreros espirituales.
Algunos sostienen que son unos vividores que se hacen ricos gracias al diezmo y las ofrendas de la iglesia.
Tamaña ignorancia.
Los pastores son personas que dedican toda su vida a una causa sin recibir nada seguro al final de la jornada.
A diferencia del trabajador o profesional de una empresa o institución pública o privada, cuando él ya no tiene fuerza para subir al púlpito, sencillamente ahí mismo terminó todo.
Deberá retirarse, pero sin un seguro médico, sin una pensión, liquidación, jubilación o provisión de alguna parte.
Cuando alguien de los suyos enferma, la alternativa es el hospital más cercano.
Si durante el tiempo de vitalidad no ahorró, entonces implorará que sus hijos se hagan responsables de su suerte. La familia de un pastor casi nunca cuenta con facilidades para su desarrollo, pues la asignación no da para una buena escuela o universidad.
La situación es peor si no logró hacerse de un techo en su juventud. El siempre limitado salario apenas da para el sustento. Es muy bajo el porcentaje de hombres de púlpito que gozan del privilegio de una vivienda propia.
Rara ciertas excepciones, el pastorado es sufrimiento.
Es por eso que, de no tener una convicción clara de ser escogidos por Dios, se debe pensar mucho antes de decidir ser predicador. Salvo estar dispuesto a hacer un voto de pobreza.
Este panorama será siempre el mismo, a menos que el Estado y las instituciones religiosas visualicen e implementen variables que alteren el patrón.