Patología forense dominicana

Patología forense dominicana

SERGIO SARITA VALDEZ
La arritmia en el desarrollo socioeconómico de la República Dominicana con su perenne e indeseada triada acompañante representada por la miseria, la violencia y el desorden estructural es lo que explica, en parte, toda una serie de aconteceres fuera de toda lógica racional. Solamente este hermoso, ingenuo, sano y bello país puede permitirse el lujo de ver y oír a gente hablar cual expertos en la materia sobre cosas que ni dominan, ni entienden en lo absoluto. Ello es lo que explica que de la noche a la mañana un legislador se enganche a perito forense y empiece a dictarle cátedras a los especialistas en medicina forense que llevan varias décadas en el ejercicio de la profesión.

Ese ambicioso y sabihondo congresista sueña con ver su pecho cruzado con la insignia presidencial en un mañana no muy lejano. Probablemente entienda que antes de llegar a ser jefe de Estado tiene que apadrinar desde la Cámara Alta una serie de proyectos que le den el aval requerido para exhibirlo ante la opinión pública como evidencias fehacientes que demuestren su productividad y eficiencia, por lo que ya de esa manera estaría calificado para el soñado máximo cargo. Si la gesta restauradora y los magnicidios de Lilís y de Mon Cáceres fueron el semillero de donde surgió una cantera de generales, no deja de ser cierto también el que luego de la muerte de Trujillo hayan sido muchos los que se han creído calificados para dirigir los destinos nacionales. Vivir soñando es una costumbre que compite con el sabroso morir soñando criollo.

Volviendo a nuestra realidad social y haciendo uso del raciocinio podemos analizar la fecunda que ha sido hasta el momento la labor llevada a cabo por el Instituto Nacional de Patología Forense. Dicha entidad es hija de las largas luchas reivindicadoras de la otrora Asociación Médica Dominicana luego convertida en Colegio Médico Dominicano. Patología Forense viene laborando desde 1989 de manera continua e incansable. En sus primeros diez meses de trabajo se realizaron ciento cuatro autopsias. Para el 1990 se concluyeron 171 experticios forenses, cifra que prácticamente se mantuvo igual en el 1991 y 1992. Ya para el 1993 la cifra ascendía a 326 necropsias; en 1994 se elevaba a 481. En el año 1995 casi duplicaba los dos semestres anteriores llegando al número de 838 autopsias. En el 1996 subió a 949, en 1997 tuvimos 1,049 necropsias, en 1998 se analizaron 1,210 cadáveres, en 1999 se hicieron 1,704, en tanto que el 2000 cerró con 1,882 autopsias.

En el año 2001 se estudiaron 1,929 muertes, en 2002 se reportaron 2,135 necropsias, cantidad que se elevó a 2,529 en el 2003. Para el 2004 se analizaron 2,253 cadáveres, en tanto que en el 2005 se estudiaron 1,788 cuerpos sin vida. En el 2006 se llevaron a cabo 1,578 autopsias, mientras que hasta mediados de junio de 2007 se han realizado unas 700 necropsias. Todo ello nos da un total de veinticuatro mil novecientas setenta y una (24,971) autopsias registradas en nuestra institución, sin que para ello los familiares de las víctimas hayan tenido que pagar un centavo. Cerca de veinticinco mil autopsias hechas el Instituto Nacional de Patología Forense en menos de dos décadas es una cifra récord en instituciones de esta naturaleza en el mundo. Ello nos llena de orgullo y satisfacción. Esa experiencia no logra borrarla de un rayado la ambiciosa pluma de un hambriento de poder legislador.

Con la creación en 1996 de la Residencia de Medicina Forense, el Instituto ha venido produciendo cada año, a partir de 1999, unos tres especialistas en el área, a fin de dotar a la nación de los recursos humanos indispensables para enfrentar la  demanda de servicios que requiere la sociedad. Ninguno de los que han laborado en tan delicada y encomiable labor han pasado factura a través de puestos electivos, ni búsqueda de prebendas, ni dádivas, ni del tráfico de influencias.

Hemos laborado con humildad, honestidad y apego a la verdad. El pueblo sabe más que lo que el sabihondo coyunturalmente enganchado a experto forense pudiera imaginarse. Comprende la población que no todo lo que brilla es oro, por lo cual no se deja embaucar con una atrayente y falsa cubierta con que pretenden envolver el regalo envenenado de la privatización de los servicios médico forenses, disfrazado ahora con las rimbombantes y engañadoras siglas de INACIF. Si en el año 2003 cuando el anteproyecto de ley fue sometido al Congreso venció el peso de los razonamientos expuestos a la Comisión de Diputados que lo analizó, ahora resultarán más contundentes las pruebas en contra del fatídico mamotreto de ley.

El país tendrá la gran oportunidad de saber cuáles son las verdaderas intenciones que mueven el accionar del ahora empecinado mentor y padrino de un proyecto sobre ciencias forenses, sometido por el gobierno de Hipólito Mejía, pero sabiamente retirado a tiempo una vez este último se percató de lo dañina que podía resultar su aprobación para los bolsillos de las familias pobres de la República Dominicana.

El raciocinio, la mesura y la inteligencia sana se impondrán de nuevo en el Congreso Nacional ante este desacierto de Ciencia Forense, muy a pesar de la desmedida gula de un aislado legislador.

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