Patria de la desdicha

Patria de la desdicha

Cuando el once de diciembre del año 1973 el pelotero de grandes ligas César Cedeño mató a su amante en un cuarto de hotel, el reputado siquiatra y teórico de la dominicanidad Antonio Zaglul escribió un artículo quejándose de la desdicha de vivir en un país recurrente en la infravaloración de la vida.

Zaglul es ahora un ícono de los estudios sicohistóricos de la personalidad de los dominicanos, porque desde el año 1968  había retomado una línea de análisis que lo vinculaba  filosóficamente con la tradición pesimista del pensamiento nacional.

El pesimismo dominicano es un territorio de amplias contradicciones, porque junto a la crítica furibunda al ser nacional, acompaña una sublime devoción por la patria.  Pensadores de la talla de Américo Lugo, Francisco Moscoso Puello, José Ramón López, Federico García Godoy, Pedro Andrés Pérez Cabral, y muchos otros; habían intentado atrapar esas características fundamentales que  definen a los dominicanos  en el tiempo y en el espacio, empotrándolas  en la fulguración de un destino que es el arma secreta de la fatalidad.

Es como si al filtrar una mirada aguda sobre la historia nacional, fuera siempre la desdicha la que se desencadenara dentro del espesor mismo de los acontecimientos que se repiten una y otra vez. ¡Como la maldita piedra de Sísifo, que sube hasta la cima de la montaña y vuelve a descender infinitamente!

Pero Antonio Zaglul tenía razón. El pelotero César Cedeño era entonces un niño mimado de las Grandes Ligas, y mediante la perversión de la ley fue condenado a una multa de cien pesos, incorporándose a los pocos días al campo de entrenamiento en los Estados Unidos  como si nada hubiera ocurrido.  Antonio Zaglul tronó contra el conformismo criminal de una sociedad que se erigía como el canalla perfecto, y que se postraba ante el dinero, desplegando sin ningún pudor ni penalidad, el desprecio a la vida humana. ¿Qué  se puede esperar de  un conglomerado que se hace cómplice del crimen, y atribuye el valor de cien pesos a la vida humana?- Se preguntaba Antonio Zaglul desde la decepcionante coraza del pesimismo. Y pronosticaba  la dura travesía del viaje de una nación que no fundaba instituciones, y que daba poderes incluso sobre la vida a quienes poseían riquezas materiales y prestigio social. Al estudiar a la sociedad en su conjunto Aristóteles describió a la  “Poeiesis” como la realización de hechos que dejan remanente  y  un producto social. Y estoy recordando a Antonio Zaglul, y el caso célebre del pelotero de Grandes Ligas César Cedeño, precisamente porque en nuestros días el relevista de Grandes Ligas Alfredo Simón recupera como un producto social,   esa vieja saga de impunidad y prepotencia de esos muchachos de origen humilde que hacen fortuna en el deporte, y se sienten por encima de los demás, con derecho a disponer de la vida o la muerte de los infelices que tienen sus mismos orígenes, pero que no han trascendido en el orden social. 

Recordé a Zaglul porque vi todo un pueblo movilizarse pidiendo la libertad de un sujeto que había matado a una persona, y herido a otra, infatuado por la majestad del dinero;  y lo recordé, también, porque escuché a ese pueblo ignorante  aclamar a Alfredo Simón como un héroe sublime de la patria, en el momento que el tribunal le daba libertad  condicional bajo presión de las masas pagadas, y luego de haber neutralizado con dinero el dolor de los familiares. ¿No es la virtud, según los grandes teóricos de la ética, “la mediación activa, socialmente exaltada del valor”? Si es así, César Cedeño es a Antonio Zaglul, lo que Alfredo Simón es a mí,  y tanto él como yo, en el gravoso débito del “orden” en que esta sociedad se desenvuelve, todavía habitamos una patria de la desdicha. Porque el crimen se puede absorber dentro de la euforia pública manipulada por el dinero, y porque el desdén espiritualiza la infamia, y la miseria moral de este país se enmascara en la pátina de la justicia. ¡Oh, Dios, hasta dónde llegaremos!

Publicaciones Relacionadas

Más leídas