Patricia Verdugo

Patricia Verdugo

CARMEN IMBERT BRUGAL
Visitó el país en el año 2000, presentó, en la Feria Internacional del Libro, su testimonio histórico personal de los 16 años de pinochetismo -«Bucarest 187»  e «Interferencia Secreta», la trascripción de la grabación que recoge la conversación entre los militares, durante el asalto a La Moneda – 11 de septiembre 1973 -.

Conmovió con sus relatos, con esa manera de convertir el rencor en desafío, el dolor en trabajo constante para enfrentar a los culpables con pruebas de sus tropelías. Conocía la obra de Juan Bosch, los desmanes del trujillato, abril del 65. Fascinada con el sol y trajín de olas, las sonrisas y la bulla, quiso regresar, pero no pudo. Un imprudente padecimiento lo impedía. Mantuvo contacto epistolar constante con sus afectos nacionales. Explicaba sus recaídas y mejorías, transmitía optimismo, en cada carta.

Ella, vencedora de tantas batallas, pretendía ganar la última. El acaso malevo de la muerte, acabó con su cuerpo, el pasado día 13. La periodista más premiada de Chile, autora de «Una Herida Abierta», «André en la Victoria», «Quemados Vivos», «Operación siglo XX», «Tiempos de Días Claros», «Conversaciones con Nemesio Antúnez», estuvo presente en el campo de concentración Tres Álamos, hurgó entre las barracas y sintió que estaba en Auschwitz. Estupefacta comprobó cómo, ninguna de las personas maltratadas admitió que había sido torturada. «Era el miedo. El miedo es un plasma que paraliza la conciencia, invade cada rincón del cuerpo y del alma, detiene relojes y te deja flotando sin hallar a qué asirse.»

«Los Zarpazos del Puma» es el resultado de la investigación que develó la barbarie cometida por una comisión militar. Las autoridades de cada provincia convocaban las víctimas, asistían sin resistencia. Recluidas, esperaban la llegada del helicóptero Puma, con los asesinos. El libro irritó al general Arrellano, interpuso una querella en su contra. Después de un agobiante tránsito judicial, la Corte Suprema de Chile «confirma la veracidad de lo expuesto». El proceso penal permitió que el libro circulara por todas las instancias judiciales y los jueces discutieran su contenido. Vendió 100,000 ejemplares.

La perseverancia de Patricia sentó en el banquillo de los acusados a los asesinos de Sergio Verdugo, su padre. Odiada y asediada por muchos, es venerada por otros. Destapó la sentina de la barbarie pinochetista. Tenía 21 años cuando las metralletas de los milicos marcaron el inicio del espanto. Redactora de la revista Ercilla, editora de la revista HOY, optó por permanecer entre las alamedas, escuchando los gritos de muerte, mirando los rostros de la vejación, evitando el caudal marrón del río Mapocho cuyas aguas pretendieron esconder el cadáver de Sergio.

“Cada uno hizo lo suyo. El exilio chileno no logró abrir la maleta en los países que le tocó vivir. Vivían como alma en pena y la mayoría fue de una actividad solidaria impresionante. Yo tenía la experiencia de la muerte de mis hijos. Estar en la tierra o en el cielo, daba lo mismo. No le tenía miedo a la muerte, ya había pasado el límite entre la muerte y la vida, y para sobrevivir tenía que cumplir con el deber.»

En el año 1976, los datos oficiales registraban 7000 detenidos, la señora Lucía Hiriart le concedió una entrevista. Patricia destacó los comentarios de la esposa del dictador acerca de su pelo y cómo lo cuidaba. La primera dama, naturalmente, declaró que en el gobierno de su marido se respetaban los derechos humanos. A partir de esa experiencia, la ganadora del Premio «María Moors Cabot», concedido por la Universidad de Columbia, admitió que las mujeres «parimos la barbaridad para sostener la cultura patriarcal y corremos el riesgo, desde el rencor del desamor, de parir esos monstruos. Pinochet -dijo Patricia en una entrevista PUBLICADA en este periódico Hoy  es un clásico ejemplo. Padre invisible, débil, madre fuerte que le exige ser alguien y después, la mujer lo empuja a mantener el poder, no importa el riesgo, no importa cómo.

Patricia Verdugo, ejemplo de coraje y ternura, quiso un mundo diferente aunque lo intuyera imposible. Le preocupaba el decurso de la sociedad chilena pos dictadura. La percibía deshumanizada, desigual. Murió tranquila. Ya lo había anunciado. «Escribí para mis hijos y para mis nietos, para que ellos sepan, para morirme tranquila porque ya les conté.»

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