Paul Wolfowitz y Paris Hilton, así hacen todos

Paul Wolfowitz y Paris Hilton, así hacen todos

 DIÓGENES CÉSPEDES
He vuelto a los clásicos a fin de encontrar respuesta a esta pregunta: ¿Qué hacemos hoy que ya no hayamos hecho en el pasado?

Como la pregunta no es retórica, he comenzado por Jenofonte. ¿Por qué este autor? Porque es de los pocos griegos a quien podemos calificar en la teoría y la práctica como un ideólogo del militarismo greco espartano.

Pero es también por su condición de intelectual y hombre que practicó su teoría: «sirvió en la caballería de los Treinta [Tiranos] y en los años anteriores (409 y ss. a. C.); organiza un pequeño destacamento para cubrir la retirada y que le permitirá salvarse («Anábasis» III, 3 16 20); probablemente fue el promotor y consejero de la caballería creado por Agesilao en Asia Menor («Helénicas» III 4 y IV 3, 4 9; «Ages.» I, 23 24, 31). » (P. 161)

Esta cita de las «Obras menores» de Jenofonte (Gredos: Madrid 1.984), es de Orlando Guntiñas Tuñón. La obra recoge los siguientes textos «Hierón», «Agesilao», «La república de los lacedemonios», «Los ingresos públicos»; «El jefe de la caballería», «El jefe de la equitación», «El jefe de la caza» y el archiconocido Pseudo Jenofonte titulado «La república de los atenienses». Las citas que siguen son de los libros anotados en el párrafo anterior.

No hay militarismo sin fanatismo religioso, de ahí que Jenofonte apele a los dioses al inicio, en medio y al final de cada escrito militar, como apelan hoy los fundamentalismos a hacer sacrificios que sean gratos a Dios, pues sólo Él concede la victoria, llenando a la ciudad victoriosa de felicidad y prosperidad. Frente a esta interpelación teológica, está lo primero en el militarismo, según Jenofonte: «lógicamente yo no comprendo por qué va a ser más conveniente ejercitarse en otras actividades antes que en la de la guerra.» (p.186)

Y para ser «artistas de la guerra» como llama él a los espartanos, hay que practicar, en cualquier circunstancia, esta regla: «en la guerra, realmente, no hay nada más provechoso que el engaño.» (p. 180). Escribía Jenofonte en un período de caída en picada de la hegemonía ateniense, donde ya los cargos públicos se compraban y los ricos, que son siempre el ejemplo para la clase media y los pobres, se habían convertido, al igual que los espartanos, en poderosos y los vicios de la corrupción generalizada habían sustituido las leyes de Solón, Pericles y Licurgo.

La hegemonía de la Hélade estaba en picada. Así se encuentra en picada la hegemonía del joven imperio norteamericano, el cual apenas cuenta unos 130 años en comparación con Grecia, Roma y Bizancio. O con España, Francia e Inglaterra de 1492 a 1960, con el fin del colonialismo. Antiguamente los imperios se denominaban a sí mismos como imperio. Hoy a los Estados Unidos les da una brega enorme admitir que es un imperio. Se han hecho encuestas en la población para medir si ésta considera que su nación es un imperio o no.

Es en este contexto donde encaja el título de este artículo. Paul Wolfowitz, uno de los intelectuales ideólogos de la toma del poder por los neoconservadores norteamericanos se ve obligado a dimitir de la presidencia del Banco Mundial debido a la práctica del nepotismo y el patrimonialismo, rasgos incompatibles con un Estado burgués. Si esa sociedad se precia de constituir un Estado de Derecho, la novia de Wolfowitz ha jugado el mismo papel del abrigo que aceptó el hombre de la absoluta confianza de Ike Eisenhower, Sherman Adams.

Paris Hilton, heredera del emporio hotelero de su mismo apellido, encarcelada por conducir en estado de embriaguez y suelta por los tecnicismos legales a los cinco días de estar en prisión, es un revelador de que usted puede violar la ley en los Estados Unidos hasta que le pillen con la masa en la mano. Pero en el caso de la multimillonaria ricachona, esta es más igual ante la ley cualquier norteamericano o norteamericana sin apellido, incluso más igual que el pobre intelectual Wolfowitz.

Así comenzó la «decadencia» de todos los imperios que en el mundo han sido.

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