Pausa y sacrificio

Pausa y sacrificio

Algunos solo escuchan, otros aconsejan. Muchos condenan sin penitencia, ordenan. Fingen. Existen los piadosos, los sacrificados, los aguerridos. Hay eruditos, especialistas, convencidos de la misión y propagadores del mensaje divino. Están los que apuestan a la clausura, lejos del mundanal ruido entre oraciones y silencio, establecen la relación con el ser supremo para beneficio de la humanidad.

La tonsura también permite cruzar el puente que separa frivolidad y abnegación y aunque Roma es otra cosa, la imitación es universal y aquí, a veces, caricatura. Entonces se suma a la especie la enriquecedora variedad, las clases entre los evangelistas contemporáneos que confunden textos cuando la conveniencia dicta. Caben los impostores, los delincuentes. Vale incluir a los sibaritas, dejan el incienso por el mosto, también conocen el lugar donde se cultivan las bellotas para alimentar a los cerdos y producir el mejor jamón y el humo de sus puros cuesta más que el escapulario de la beata.

Están los ladinos, los espías, los traidores. Los fundamentalistas, que viven en otro tiempo y sueñan con hogueras y cruzadas, pretenden el fuego contra adversarios y la ira los abraza cuando alguien contradice su opinión. Rechazan la indulgencia, la humildad es debilidad y la tentación los acosa cada segundo. Atrás queda la iglesia con techo de palma, la grey harapienta y fervorosa, atenta a un mensaje de esperanza, convencida de la existencia de un mundo mejor, de la recompensa del paraíso, aunque la realidad sea el infierno.

La influencia de anillo y mitra, es seductora y evocación perenne. Esa que engendra nepotes, medra entre cortinas para apañar abusos, esconder crímenes y cometerlos, prevalidos de la complicidad que acalla y compromete. Cautiva el recuerdo del solideo presente en tropelías oficiales sin el menor disimulo ni temor a la denuncia. Porque ha ocurrido desde la fundación de la República, con saldos onerosos y vergonzantes, aunque con esplendentes excepciones.

La historia sólo relata el discurso de la sotana ilustre sin mencionar la furtiva presencia en matrimonio ajeno, el rapto de impúberes, la familia putativa y asumida, el dolo y la riqueza que la sacristía consiente. Es prolijo el recuento de aquellos que bajaban y subían las escalinatas de Palacio y entraban a los salones dorados. No se acercaban a Richelieu pero apostaban. Durante la tiranía la jerarquía católica usó el agua bendita para rociar bautizos y confirmaciones, cadáveres y cadalsos. La valentía del púlpito recibía la admonición inmediata de la elite descarada y concupiscente, beneficiaria del régimen.

El estilo cambia, la época dicta, la región, el credo y las urgencias políticas. Aquí, la vehemencia de los jerarcas es imitada por los de menor rango. Y el texto redactado por el sacerdote Manuel Ruíz, para dejar constancia del abandono de su cargo como enlace de la Iglesia católica con el Poder Ejecutivo, ha permitido conocer las ventajas de la función. Además de la torpeza del otrora simpático párroco de la iglesia Santa Cecilia, Director del Hogar de Acogida Vida y Esperanza, la vileza salpicó su grafía apresurada, con pretensiones de extorsión.

Ha detallado cuanto pierde: “Jeepeta, chofer, combustible, sueldo, seguro, firmar cheques, parqueo, amplia oficina, personal bajo mi responsabilidad y acceso privilegiado al Presidente.” Lejos de Getsemaní, el enlace sufre por esas pérdidas. Para que se olvide el oprobio, menciona el sacrificio. Empero, como es pausa y no ruptura, podría recuperar su holgura.

Aparentar poder sin tenerlo, no es lo mismo que no tenerlo y creer que sí. Lo primero es fanfarronería, manifestación del ser dominicano. En el barrio o el club, se sabe quién es el fanfarrón. Evita el cotejo con sus supuestas relaciones, responde la llamada y dice “era el ministro.” Conoce el límite de su farsa. Es diferente creer que sí se tiene poder y en nombre del mismo, actuar. Cuando eso ocurre las acciones recuerdan más al “Padrecito” deCantinflas que a Rasputín y el ridículo expone la catadura del alma.

 

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