Payero, mi amigo

Payero, mi amigo

Y de inmediato lo veo en el patio de mi casa de la Josefa Perdomo esquina Presidente Peynado, bajo la gigantesca mata de mangos guerreros, varias veces centenaria, capitaneando los equipos de pelota de los Cuícalas y los Sícalas –sí, porque Payeyo capitaneaba los dos equipos: nombres, reglas y todo surgidos de su mente– e integrados entre otros por Carlitos Mondesert, Maximito Gómez, Guidito Despradel, Ivan L’Official, Tete Leyba…

Y también por otros amigos del barrio y más allá, así como por un enjambre surtido de jardineros y muchachos del patio de nuestras casas y de las de los vecinos, así como por mensajeros de las oficinas y negocios de nuestros papás, y por supuesto por cualquier tiguerito que cruzara por la calle, el cual era rápidamente integrado a los tines por Payeyo…

Y también por el muchacho aquel que vendía las canquiñas de coco, y el dulcero, que parqueaba en el patio de casa su caja de masitas, pudín borracho, suspiros, conconetes, jalaos, bienmesabes, piñonates blancos y piñonates rojos, tarticos de guayaba, de ciruela y a veces de piña y que resultó ser un buen pitcher…

Para ese entonces, ya tendríamos once o doce años…

Antes, cuando éramos más pequeños, verlo llegar a casa de Papi Cott en la Avenida Independencia, todo vestido de charro mejicano, y ser la estrella del cumpleaños cantando Noche de Ronda, Perfidia, Solamente una vez, Bésame mucho y Muñequita Linda, sus canciones de combate, como él mismo las llamaba…

Y luego, arrastrarme para la Cayetano Rodríguez cuando don Juanito y doña Consuelo decidieron mudarse para allá, lejísimo de mi casa… y ahí pasar yo a formar parte de ese grupo de la Cayetano que Payeyo aglutinó y que todavía sigue siendo mi principal grupo de amigos, y que ahora nos reunimos para recordar con alegría, pero con una profunda saudade, a nuestro querido e inolvidable Payeyo, mi amigo Payeyo, Payeyo mi amigo, muerto trágicamente hace ya increíblemente cincuenta años…

Meses antes había partido al Padre mi vecino, patio con patio, Tete Leyba, víctima de la enfermedad que lo acompañó desde su primera infancia… y meses después Emerson Caamaño, víctima de las circunstancias.

Ahora era Payeyo, servicial y gregario hasta el final, luego de haber insistido en querer llevar a San Cristóbal a un compañero de trabajo, en un viaje para él sin retorno cuando apenas había cumplido los veintiún años, y faltando así a la cita del domingo próximo, día en que, todo listo, pasaportes ya sobre el gavetero, debía haber partido con Ofelia hacia Yale a disfrutar de la beca que había obtenido, y que le ayudaría a profundizar sus conocimientos sobre lo que fue la mayor pasión de su vida, el teatro.

Atrás había quedado el año que pasó en Christian Brothers College en Memphis, Tennessee, durante el cual estudió drama, y que nos sirvió –yo estaba en Notre Dame— para mantener una correspondencia continua que, cada vez que la releo, durante todos estos años, vuelvo a vivir sus originalidades, veo su mente siempre en efervescencia, comparto sus pasiones, sus comentarios críticos sobre obras de teatro, sobre poesías; sus proyectos, su espontaneidad, su forma de ser, el proceso de creación de sus poemas, la claridad de sus ideas, sus enfoques siempre originales, su genialidad para crear el diálogo constructivo, su profunda fe católica…

Y confirmo esa seguridad que demostraba tener para todo lo que emprendía en la vida, como haberse arriesgado a cantar “profesionalmente”, años antes, en un teatro de Nueva York, cuando apenas era un niño grande, y que requirió de un permiso especial de las autoridades, momento aquel en que también fue invitado a grabar una serie de discos en un estudio.

O para participar en Londres en un programa de televisión, o para intercambiar vivencias de tú a tú con grandes intelectuales durante su visita a España en el 1956, haciendo galas de su sólida formación humanista, o mantenerse totalmente al día con lo que acontecía en Broadway –recordemos que no había Internet, que la televisión era precaria y los periódicos y la radio eran parcos y que vivíamos bajo una dictadura…

Y recuerdo nuestra participación en la lectura crítica, en una buhardilla de literatos en el Edificio Baquero, del poema de Paul Valery “El Cementerio Marino”… y de tantos más… y vivir la puesta en escena de la variedad de obras que presentó –productor, director y actor principal al mismo tiempo, en muchas de ellas– en Bellas Artes, en el auditórium del Salomé Ureña y en el Olimpia, y la memorable e inolvidable presentación de “Picnic” en el Roof Garden del Jaragua, con la que el teatro arena hizo su entrada en la República Dominicana, gracias al genio de Payeyo.

Y recordar las navidades del 1954, Payeyo y yo en Nueva York, flamantes y asiduos ocupantes de los balcones más altos de los teatros de Broadway, para maravillados asistir, dentro de una apretada agenda con pocos cuartos en los bolsillos, a “Té y Simpatía”, con una exquisita Joan Fontaine en el papel principal y un bisoño Anthony Perkins en el papel del joven estudiante… y a la inmensa Tallullah Bankhead en “Dear Charles” y a la actriz de actrices, Geraldine Page, en “The Rainmaker”… y pasar luego tras bastidores a conversar con los artistas y recoger sus autógrafos…

Y en el viejo Metropolitan Opera faltarnos ojos y oídos para presenciar, extasiados, como si estuviéramos viviendo un sueño, “El Barbero de Sevilla”, con Jan Pierce y Roberta Peters en los roles principales… y hacernos presentes en Asti, el legendario restaurant del Village donde se daban cita los artistas y músicos clásicos y cantantes de opera, donde Payeyo se dio a conocer y aplaudir como la estrella que era… y todo eso nosotros, dos muchachitos de diecisiete años… Eran otros tiempos…

Y las tandas vermouth en el Elite los domingos por la mañana, y las reuniones en las casas de las muchachas, y las actividades y fiestas en el Golfito, y la piscina del Country y los pininos en el golf, y el Baile Blanco de San Andrés en el Casino de Guibia, con su desfile por la Avenida desde el Jaragua, todos nosotros elegantemente vestidos de etiqueta tropical y traje largo de gala… y el Club de la Juventud y la Casa de España y el Night Club de La Voz Dominicana…

Y nuestra ardorosa pasión por Morenita Rey, a quien veíamos todas las noches sin pagar nada las veces que vino al Patio Español del Jaragua, desde nuestro palco exclusivo en la escalera exterior que iba al segundo piso… Y las serenatas… Y tantos otros recuerdos…

Y recordar que este grupo de amigos se reunió en el 1963 en ocasión del quinto aniversario de Payeyo, cuando pusimos en circulación el libro con sus poemas, y de nuevo en el 1983, en esa reunión de sus 25 años, toda llena de cuentos y recuerdos y vivencias, en un momento cuando nosotros aún nos considerábamos jóvenes adultos, llenos de ideas y proyectos, y todavía no teníamos nietos…

Y ahora, en estos cincuenta años. Payeyo nos hubiera descrito como una buena partía de viejos sin ná que hacer… pero que va, bien sabe él que sí sabemos lo que estamos haciendo, porque con nuestro ejemplo y tras de nosotros –y ya vamos faltando algunos– dejamos un legado que las nuevas generaciones, hasta ahora, lamentablemente, no han sabido recoger.

Es el momento de que se hagan cosas que perpetúen la memoria de Payeyo. Un joven extraordinario, un verdadero modelo, un líder que abrió caminos, un luchador incansable, que a tan temprana edad ya había cumplido con amplitud lo que aquel sabio decía era necesario cumplir antes de la muerte: tener un hijo, escribir un libro… y sembrar un árbol, ese árbol de tan profundas raíces, fuerte tronco y espeso follaje repleto de jugosos frutos, que constituye el legado de su corta y fecunda vida.

Su nombre debía honrar una calle de su ciudad de Santo Domingo. Su nombre debía figurar en el frontispicio de más de una escuela, de más de una biblioteca. En su nombre debían de existir becas que beneficiaran a jóvenes estudiantes de teatro. La sala de más de un teatro debía de llevar su nombre. Y debía de existir una Cátedra Magistral de Teatro “Payeyo García Troncoso”…

Cosas todas no por vanagloria, que nunca fue su adorno, sino para que el ejemplo que legó Payeyo al país y al mundo perdure en las generaciones que ya nos vienen empujando a un lado… para que cuando llegue el próximo aniversario digno de ser celebrado, y nosotros ya no estemos para prepararlo, su recuerdo no haya caído en el olvido…

Y que esos otros hayan sabido recoger el reto que estamos poniendo ahora en sus manos, y muchos jóvenes sigan encontrando en mi amigo Payeyo el acicate para forjar sus vidas con verticalidad, enfrentando las dificultades y manteniendo siempre el espíritu alegre…

Hasta luego, mi amigo Payeyo… Payeyo, mi amigo…

Poemas de Payero

TUS MANOS

Hay a veces unas alas blandas

de mariposas blancas

presentes en mi alma.

Y me acarician, y le doy besos,

y derramo lágrimas sobre ellas. ¡Son tan suaves!

que cuando están húmedas con mis lágrimas

parece que se subliman.

Y en medio de mi éxtasis,

aquellas alas blandas,

de mariposas blancas, revolotean. . . se desvanecen.

Y yo. . . Yo las busco incesantemente, con desesperación, ansiedad, anhelo, locura, espiritualidad.

Pero todo en vano; las alas se han vuelto

intangibles aún para mi alma.  Y después,

cuando ya estoy cansado y rendido de tratar de alcanzarlas, aparecen otra vez, más bellas y sutiles

que la vez anterior.

Y después que me acarician, que le doy besos

y derramo lágrimas sobre ellas,

de nuevo revolotean. . . se desvanecen.

Y yo tengo que empezar una vez más

mi disparatada búsqueda sin encuentro, sin fin, sin realidad.

Santo Domingo, 1954.

CREPÚSCULO No. 1

Las vanas ideas se cruzaban a sesenta millas por hora.

Luces, ruídos, risas de una fémina sin fin metafísico.

El caminante tratando de hallar la verdad.

Una voz le dice: Hacia el oeste está la verdad, la belleza plena.

¡Aquel espectáculo de ese rojo maravilloso

tantas veces visto y tantas veces admirado!

El caminante recuerda la infancia: una peregrinación.

La familia entera yendo a depositar ofrendas

 en el altar de la Madre.

Y al oriente el mismo espectáculo rojo, brillante,

que al nacer recordaba la muerte.

¡Una honda emoción conmueve al “corazón del alma” del caminante!

El caminante desea morir bellamente

para nacer “más allᔠresplandeciente, azul y bello.

Christian Brothers College,

Memphis, Tennessee, 1954.             

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