Paz vuelve a Cité Soleil, perola pobreza persiste

Paz vuelve a Cité Soleil, perola pobreza persiste

PUERTO PRÍNCIPE,  (AFP) – Niños descalzos juegan al fútbol en la calle, las mujeres pasean a sus bebés: hace un mes era imposible ver un escenario similar en Cité Soleil, uno de los barrios más pobres e inseguros de la capital haitiana.

 Este barrio de 300.000 habitantes emplazado en el corazón de Puerto Príncipe estuvo más de tres años a merced de la ley implantada por grupos armados que no permitían la entrada a esa zona a la policía local ni a los vehículos blindados de la ONU.

 Cité Soleil era la guarida donde se llevaba a los rehenes secuestrados, los más afortunados de los cuales eran liberados tras el pago de un rescate.

 Después de seis meses la calma se restableció.  Duckens, de 25 años, puede circular sin temor por todas las callejuelas del barrio. «Hoy no hay más fronteras entre los barrios, uno se puede desplazar sin restricciones», dice sonriente.

 A pesar de este gran cambio, reconocido por todos, la vida no es diferente para los residentes del barrio. La miseria y las enfermedades pululan y la gente vive al borde de la desesperación.  «Los que tienen a Cité Soleil bajo presión están siendo abatidos en enfrentamientos con los cascos azules de la Minusta (Misión de la ONU para la Estabilización de Haití) o detenidos y remitidos a la justicia», dice tímidamente Michaelle, una mujer menor de 30 años y madre de cinco niños.

 «La población no quiere más a estos grupos armados, entonces ella colaboró con la ONU para echarlos. Creo que nadie aquí quiere revivir los días infernales que conocimos entre 2004 y 2006», subraya.

 Pero en Cité Soleil  pobladores se entristecen en la privacidad de sus hogares por la muerte de algunos jefes de las bandas armadas que son percibidos como líderes, generosos con quienes supieron mantener el silencio.  Cerca del puerto se deplora la muerte de Charles Junior, el jefe de una pandilla señalado por una orden internacional por el presunto asesinato de un empresario francés y de varios secuestros.  «Era alguien diferente», se lamenta un hombre en la calle.  «Repartía víveres entre los más pobres y le pagaba la escuela a los niños”.

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