Peña Batlle

<p>Peña Batlle</p>

EDUARDO JORGE PRATS
Recientemente fue puesta en circulación la obra “Manuel Arturo Peña Batlle o en búsqueda de la Hispanoamérica posible”, de Danilo P. Clime, la cual tuvimos el honor de presentar. Este libro viene a llenar un gran vacío en la bibliografía dominicana. Se trata de una de las poquísimas monografías, sino la única, dedicada exclusivamente al estudio de este intelectual a quien mucho se le ha criticado pero pocas veces estudiado.

Hay un aspecto del pensamiento de Peña Batlle que resulta útil y refrescante en estos momentos en que la República Dominicana requiere definir e implementar una política exterior respecto a Haití cónsone con los intereses nacionales. Una política que debe ser, para utilizar las palabras de Clime al referirse a la política de Trujillo con Haití, , “coherente y elaborada con apego incuestionable al principio básico de presentarse en cada caso como respuesta a específicas demandas planteadas por la realidad histórico-política”. Nuestra política exterior hacia la vecina república no debe olvidar un dato fundamental de nuestra época que ya señalaba Peña Batlle con visión preclara en 1942:

“Mientras que en los últimos siglos el derecho internacional no fue otra cosa que un limitado y arbitrario margen que dejaba el derecho interno a las relaciones de los pueblos, hoy el cambio profundo experimentado por esas relaciones ha invertido la situación. Las normas del derecho internacional sujetan el desenvolvimiento del derecho interno. No existe, pues, propiamente hablando, la soberanía absoluta e irrestricta de los Estados. Todos los sectores de la vida nacional están restringidos y supeditados por las necesidades de la comunidad, por las reglas del derecho internacional”.

No puede haber una política coherente hacia Haití al margen del Derecho Internacional y de un dato fundamental que señalaba Peña Batlle: el advenimiento del individuo como sujeto del Derecho Internacional. “Bien es sabido que hasta el Tratado de Versalles, el individuo, en su condición de tal, había sido excluido de la aplicación de esas reglas y que sólo los Estados tenían derechos internacionales. Un individuo lesionado por un Estado no tenía recurso personal contra su lesionante a menos que no fuera por mediación de su gobierno si éste quería asumir la causa de su nacional y si no había ninguna circunstancia que se lo vedara”. Hoy, sin embargo, no ha quedado otro camino que aceptar “la existencia de una creciente actividad internacional del individuo y de muchas sociedades privadas, independientes de las de los Estados” y “reglamentar esa actividad y someterla a la influencia del derecho internacional positivo”.

Esta visión de Peña Batlle de la política exterior me convence de que, parafraseando a Balaguer, los dominicanos no parecemos haber comprendido a Peña Batlle cabalmente. Es cierto que su discurso justificó el autoritarismo como necesidad para lograr el orden en sociedades como la dominicana, pero lo hizo en un momento en que en todo el mundo tanto la izquierda como la derecha justificaba el gobierno autoritario. Concuerdo con Clime, quien cita a Balaguer, para expresar que Peña Batlle “nunca se identificó totalmente con Trujillo, ni con su gobierno”. Pero Peña Batlle, hay que admitirlo, para citar a Andrés L. Mateo, “llevó al trujillismo el único pensamiento ancilar que tenía una reflexión completa, y formó una culturología de base histórica, que había reflexionado conservadoramente la cuestión nacional, antes que la dimensión épica del trujillismo la redujera al desenvolvimiento del espíritu absoluto”.

El libro de Clime es una obra objetiva, escrita a partir de una investigación rigurosa, pero, además, con un posmoderno toque de la historia personal del autor, de cómo creció su generación y de cómo impactaron las ideas de Peña Batlle tras su muerte. Es un libro didáctico que permitirá conocer las ideas de un Peña Batlle denostado quizás por desconocido. Este libro, sin embargo, no dejará de crear polémicas. Principalmente por sus críticas a una izquierda que nunca comprendió a Peña Batlle y su insinuación de que éste coqueteó con las ideas socialistas. Más allá de esas polémicas, que son bálsamo para los escritores, la obra de Clime, sin duda alguna, abrirá nuevos surcos para investigaciones futuras. Invito a todos a leer esta obra y a disfrutarla como se disfrutan los sanos y bien logrados intentos de provocación.

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