Pecado de muchos

Pecado de muchos

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
No queremos la «tacita de plata» que era considerada la capital dominicana en aquellos años en que ciertos inescrupulosos astutos de la política apostaron a robarle el ilustre nombre de Santo Domingo a la Primera Ciudad de América y hacerla llamar Ciudad Trujillo… y ganaron, por supuesto.

Curioso resulta que una pretensión regionalista haya inventado o difundido la versión de que un delgado, sagaz y marrullero congresista cibaeño, muy cercano al poder del circuito íntimo de Trujillo, enterado de que se hablaba de rebautizar a Santiago de los Caballeros como Ciudad Trujillo, se apresuró a declarar públicamente que las glorias del Generalísimo merecían, sobradamente, que fuese la capital la que recibiera «tal honor». Y así fue.

Pero retornemos a la idea original que movió el inicio del artículo: no queremos que Santo Domingo sea una «tacita de plata», limpia y ordenada a consecuencia de represiones.

Pero, dolorosamente, la represión, ajustada a la leyes y al buen propósito, es necesaria.

Y el castigo.

Nos dice el Eclesiastés (Capítulo 8, versículo 11), «porque de no ejecutarse en seguida la sentencia para castigar la maldad, se provoca que el hombre sólo piense en hacer lo malo». Y es que el castigo, como nos dice Levy en «El Libro los Sabios», no debe ser una venganza, sino un remedio. La expiación no debe ser una servidumbre sino un tratamiento».

Exponía el poeta cordobés Lucano, sobrino del filósofo Séneca, en su Farsalia (lib. V) que «Lo que es pecado de muchos quedará sin castigo». Pero no es necesariamente así, aunque sucede que tal castigo suele tardar desesperantemente a causa del compacto poder de los pecadores que saben apoyarse los unos en los otros. Pero el final siempre llega, aunque resulte sorprendente el olvido en que incurren cuantos alcanzan algún poder.

Como Eliphas Levy, creo en el castigo cuando funciona como remedio y alertamiento preventivo, no como venganza.

Muchos pecados han cometido influyentes dominicanos en contra de su patria. Grande, fuerte y espesa es la impunidad que los ha arropado y aún los cubre. Hay, sin embargo, un síntoma alentador como clarinata hacia cambios positivos: indignación y acción popular mesurada, controlada y firme, como conviene a los fines de una notable modificación en la conducta cívica nacional, enredada en un inquietante emburujo de conductas internacionales malévolas y descaradas.

Hace apenas pocos días, mientras me hacía cortar el pelo (uno suele decir equivocadamente: «me pelaba» y no es para tanto), me tropecé con una revista española del 2003, gruesa, lujosa y destinada al público sofisticado (existen ediciones en otros idiomas de la misma) donde, en forma tan sutil que el peluquero ni lo notó ni estuvo de acuerdo conmigo, se promueve la relación entre personas del mismo sexo. Entre las principales sugerencias para festejar una «despedida de soltero» estaba la foto del que se va a «matrimoniar», desnudo y rodeado de hombres en ropa interior, acariciándolo a tiempo que frotaban suavemente su cuerpo con cremas (anunciadas al final).

Las «despedidas» femeninas no se alejaban del cuadro: La novia, totalmente desnuda, lánguida y aceptante, era acariciada supuestamente por sus amigas, también ellas en ropa interior y actitud lasciva.

Cuando mostré cierta alarma por las ilustraciones, quienes estaban cerca de mí le quitaron toda importancia y me dijeron: –Eso es un anuncio de cremas.

-¿Ustedes no creen que esto incita al homosexualismo y al lesbianismo?

Al parecer nadie lo consideró así. Eso es un anuncio, reiteraron con displicencia.

Todavía muchos dominicanos no nos enteramos de los peligros que corre nuestra nacionalidad, a la dominicanidad (dignamente defendida y promocionada por cierto sector empresarial) no le damos justa importancia. Alarma la notoria incredulidad y desconfianza que otorgamos al proceder de nuestras autoridades policiales, judiciales o de cualquier índole.

Ciertamente, es pecado de muchos.

Pero esta no es Patria que soñara Duarte y también los héroes de la Restauración.

Si todo anda mal por todos lados y hasta en los rutilantes Estados Unidos las elecciones presidenciales no son las de ayer, y aparecen corruptos por doquier en países nuevos y viejos, no es tal cosa la que debemos copiar.

Copiemos las virtudes e integridades que los hicieron grandes.

Copiemos sus sistemas judiciales, severos y limpios en altísimo nivel, capaces de actuar con valentía aunque envuelva grandes personajes.

Aunque se trate de pecados de muchos.

De muchos poderosos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas