Pecado mayor al  desorden fiscal

Pecado mayor al  desorden fiscal

Clive Crook

Durante la primera cumbre del Grupo de los 20, en noviembre de 2008, se proclamó una nueva era de “soluciones globales para los problemas mundiales”.

Menos de dos años después, con la crisis económica apenas contenida, los socios están en desacuerdo. Llegar a un acuerdo no era el reto principal de la reunión en Toronto, ya que sabían que esto no iba a suceder, sino tener la esperanza de dar la mejor cara ante la desunión existente.

¿Cuánto importan estas divisiones? La principal manzana de la discordia en Toronto fue la política fiscal. En este sentido, yo argumentaría, que la simple ineptitud parece ser un problema aún mayor que la falta del interés en cooperar.

Durante el 2008 y el 2009 fue obvio que el poderoso estímulo fiscal y monetario era necesario en todas partes. Cuando todo el mundo desea lo mismo la cooperación es fácil. ¿Qué tan fácil? Se hubiera obtenido el mismo resultado sin ella. El año pasado, la cooperación no tuvo costo y, comparada con las alternativas, no logró nada. En el 2010 las circunstancias han cambiado. Algunos países aún tienen espacio para maniobras fiscales. Otros tienen menos y algunos no tienen ninguno. Por tanto, la cooperación es más difícil, y podría argumentarse que es más necesaria. 

En un mundo con una demanda reprimida, donde los flujos transfronterizos de ahorro e inversión necesitan rebalanceos, el caso de estudio para la coordinación fiscal es claro.  Los países con déficit externo e invasivas restricciones de préstamos deberían controlar el estímulo fiscal; los países con superávit y capacidad ilimitada de endeudamiento deben mantenerlo o incrementarlo. 

Con el acuerdo sobre cuál país cae bajo que exención, los gobiernos podrían optimizar los ajustes fiscales y sustentar un crecimiento mejor balanceado. El desacuerdo, que es lo que tenemos, incrementa el riesgo de otra contracción global.

En principio, una cooperación fiscal óptima sería agradable. Sin embargo, con una mirada alrededor, uno podría felizmente conformarse con una competencia cerrada. La verdadera preocupación está en que mientras la recuperación es vacilante no hay señal de esto.

Alemania está siendo etiquetada como mal ciudadano global por apretar la política fiscal a pesar de tener superávit externo y una capacidad de endeudamiento no estresada. La crítica es justa.

Pero olvidemos las implicaciones debilitantes para Europa y el mundo: la austeridad espontánea es mala para Alemania (aunque sea favorable políticamente para Angela Merkel). El Gobierno británico tiene un más serio problema de deuda pública; pero sus planes fiscales – los cuales provocaron mucho alardeo en Toronto – también lucen innecesariamente severos.

Europa en general aparenta intentar una austeridad única, a pesar del mustio resultado y la baja inflación. Algunos países no tienen otra opción más que frenar sus préstamos inmediatamente.

Todos los países deberían hacer un compromiso creíble a mediano plazo hacia la consolidación fiscal: los halcones del déficit están en lo correcto al afirmar que si se espera que baje el mazo del mercado de bonos, se espera demasiado.  Pero con economías todavía tan débiles – recordando a Japón – esto no debe dictar una salida universal precipitada hacia la racionalización del gasto fiscal.

Bajo estas circunstancias podríamos perdonar a Estados Unidos por haber sermoneado a otros sobre política fiscal, donde si no fuera por el hecho de que: (a) la pobre regulación financiera estadounidense y la negligente política monetaria causaron la crisis en primer lugar, y (b) que su propia política fiscal es un desorden. El presidente Barack Obama le dice a otros países que mantengan el estímulo fiscal a pesar de que el suyo propio se desvanece y el Congreso de Estados Unidos está negando sus modestas solicitudes de gastos extra.  De esto, es el propio Señor Obama quien tiene la mayor culpa.

Él y sus aliados en el Congreso echaron a perder el estímulo del año anterior. Se necesitaba un gran paquete, y fue debidamente proporcionado.

Pero su diseño fue pobre: demasiado gasto en proyectos que estaban listos para iniciar y que realmente no lo estaban; muy pocos recortes de impuestos. Esto fue sobrevendido, dejando a los votantes escépticos sobre si más estímulo sería conveniente.

Más lo peor, con la deuda pública hasta el tope, la administración ha fallado en dar la mínima señal sobre su estrategia de salida. Recientemente, su director de presupuesto, Peter Orszag, reveló la suya. Dijo que renunciaba; sus colegas dijeron (aunque él lo negó) que él estaba frustrado por la indecisión de la Casa Blanca sobre el control fiscal a mediano plazo. 

VERSIÓN AL ESPAÑOL DE MARIA DEL CARMEN MARTÍNEZ

Publicaciones Relacionadas

Más leídas