Pecado por omisión

Pecado por omisión

El ingeniero Miguel Medina Vásquez me preguntó si había llamado por Martha. ¿Llamado por qué? Le noté la frustración en la disimulada sonrisa con la cual intentó encubrir lo que entendió necedad de una pregunta. En realidad, el necio era yo. No lo supe, no obstante, hasta la noche mientras conversaba con Rossy, mi esposa. ¿Tan abstraído me hallaba? ¿Tan sujeto a las obligaciones de donde deriva el pan de la familia? ¿Tan ajeno a esta expresión de arte popular juvenil? Confieso, ahora, aunque creo innecesario darme golpes de pecho, que pequé por omisión de festiva dominicanidad. Al escribir estas líneas apuro mi acto de contricción y comparto un pensamiento con ustedes.

En medio del ajetreo cotidiano escuché que Martha está ganando y que Martha pasó a semifinal y que Martha llegó a finales. Pero, ¿absortos han permanecido ustedes ante una ventana de cristal, en una apacible tarde de domingo, mientras contemplan una lluvia torrencial? De tal modo me comporté ante la fenomenal Martha Heredia. Mientras triunfaba en playas extrañas, su éxito resbalaba por mi piel como si nada ocurriera.

Déjenme, empero, acabar con lo de Miguel. Esa noche, luego de cena, y como es costumbre, mi mujer se sienta a mi lado. Comencé el intercambio, pues si es Rossy quien lo inicia no tendré ocasión de abrir la boca sino cuando se duerma. Y ya entonces, ¿para qué?

-La verdad Rossy, que aún personas ocupadas y dotadas de ciertas condiciones, pierden el tiempo en tonterías. ¿Sabes con qué me salió Miguel esta mañana? ¡Que si yo había llamado para apoyar a Martha!

-¿Piensas que esa acción revela caracteres superficiales? ¡Pues mira que tu mujer y tus hijos sufren todos de esa condición! María Rosa (es la más pequeña) ha llamado varias veces. José Antonio también. A mí me puso a llamar Alicia (una sobrina carnal de ella). Juan Manuel… no sé. Pero creo que también ha llamado.

En la noche decisoria me planté ante el televisor junto a Rossy. Contra lo que es su costumbre, de utilizar los programas televisados como somníferos, permaneció despierta hasta el instante en que se proclamó a Martha como ganadora de este concurso musical juvenil. Puesto que me aseguran que el mismo tiene difusión y fama continental, escribo estas líneas. Son la confesión de mi pecado. Y quiero que se conviertan en una compensación a esa niña, adolescente triunfadora, por mi ignorancia en cuestiones de música popular.

Su victoria honra a la República Dominicana. Durante la transmisión contemplé banderas dominicanas tremolar en la pantalla, sustentadas en las manos de orgullosos admiradores de la niña. Me explicó mi mujer que reproducían escenas de localidades dominicanas y de otros países. ¡Quién te viera, quién te viera, más arriba, mucho más!

No le he dado una satisfacción a Miguel. Él está suscrito a HOY y supongo que en esta mañana me comentará este escrito. Le devuelvo con estas palabras aquél florido entusiasmo con el cual quiso conquistarme como fanático de Martha, y que yo le maté en la funda. 

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