“Pecados enfrentados” exquisito duelo de actuaciones

“Pecados enfrentados” exquisito duelo de actuaciones

La obra “Mass Appeal”, del escritor norteamericano Bill Davis, fue estrenada en el país en noviembre de 1994 en la sala Ravelo, bajo el nombre de “Entre Dios y el Diablo”, protagonizada por Iván García y Osvaldo Añez; veinte años después, en la misma sala, nos llega bajo el título de “Pecados enfrentados”, pero el título en sí no cambia nada, la esencia de la obra está ahí, es fundamental, hoy más actual que nunca. Lo que sí se enfrentan son dos generaciones de actores, Franklin Domínguez –el sacerdote- y a Exmín Carvajal –el seminarista- en un juego dialéctico estupendo en su contradicción.

La Iglesia Católica que desde sus inicios ha llevado en su seno las más abyectas contradicciones, hoy como ayer, se debate entre lo digno y lo indigno, entre la vanidad y la humildad, entre lo material y espiritual.

Estas contradicciones son planteadas por Davis en su obra, a través de dos personajes, un anciano sacerdote, el padre José María, acomodado a una vida burguesa como la de sus feligreses, predicador complaciente, apartado del verdadero ministerio no así, del vino al que es adicto, y que ve amenaza su cómoda posición, ante la llegada a su Parroquia de Tomás, un joven seminarista, idealista, que intenta despertar la conciencia del anciano sacerdote y de sus feligreses.

La visión crítica del seminarista es incomprensible por radical, para el viejo sacerdote; el enfrentamiento entre ambos en el que se producen diálogos cargados de finas ironías, contienen mensajes profundamente humanos.

La intención del autor no es hacer propiamente una crítica a la iglesia, es más bien una reflexión sobre las actitudes de aquellos ministros que en nombre de un misticismo, avasallan y se corrompen, tergiversando la real misión de esta Institución milenaria.

Tópicos tan actuales son abordados con magistral ingenio, como la homosexualidad de los sacerdotes, el ordenamiento de las mujeres, así como la crítica a una parte de la sociedad, superficial, fatua e indiferente.

El carácter de los personajes bien definidos desde el punto de vista textual, son percibidos en toda su dimensión semántica por el público, a través de la interpretación de estos dos magníficos actores.

Hay en la actuación de Franklin Domínguez una sensibilidad, una carga emotiva impactante que se decanta en los monólogos, extrovertido en unos, al hacer uso del púlpito y profundamente reflexivo, en otros, cuando en medio de sus cavilaciones aflora su crisis existencial. Exmín Carvajal, es un oponente digno, ha llegado a un grado de madurez encomiable, hay fuerza y matices en su actuación. La empatía que finalmente alcanzan los personajes, se trasunta a los actores, logrando una simbiosis formidable.

El espacio escénico creado por Fidel López, es apropiado, hermoso en su sencillez, el bello vitral central y las imágenes de ventanas góticas proyectadas, nos remiten a un templo de la cristiandad, específicamente a una sacristía. Decir que el diseño de luces de Lillyanna Díaz, fue excelente es caer en el pleonasmo.

Hay una totalidad lograda por la directora Germana Quintana digna de resaltar; el ritmo sostenido y los movimientos pautados, alejados de la gimnasia escénica, son dignos de esta obra de envergadura.
La música que nos remite al ritual católico, escogida por la propia directora es un elemento más que adiciona a la puesta en escena.

Las voces en off oportunas -Lidia Ariza, Aidita Selman, Orestes Amador- son el eco de una feligresía que solo quiere oir lo que le conviene, para la que el ritual es mero divertimiento social.

Esta pieza de Bill Davis se actualiza en el tiempo presente con la figura del papa Francisco. Hay una frase final trascendente en su significado, “No tener miedo a cambiar. Cambiar no es claudicar”. Una exhortación a los amantes del teatro a que asistan a disfrutar de esta excelente obra.

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