Peculiar e histórica Semana Santa

Peculiar e histórica Semana Santa

Las presentes generaciones somos testigos de un suceso peculiar y sorprendente. Y es que de repente el catolicismo tiene sus iglesias desiertas y las tradicionales celebraciones de la Semana Santa las realiza solamente el celebrante con dos o tres acólitos en la soledad de las naves vacías de los templos.
Desde hace poco más de tres meses, todos los países del planeta se han dislocado y atemorizado ante el avance indetenible de un virus mortífero. Este no respeta niveles sociales, y aposentado en el aliento de los humanos, se va esparciendo en vapor terrible que lleva contabilizados más de un millón de afectados y con una cuota de fallecidos ascendentes cada día superando ya las 75 mil víctimas.
El covid-19 no respeta fronteras. Después de haber arrancado en su gira mundial en la ciudad de Wuhan en China, fue insertándose en otros países asiáticos hasta llegar a Europa donde ha hecho tambalear a Italia y España con una horrible tasa de muertos. Y esta va en aumento diario en momentos que ya en Wuhan parece controlado normalizándose en su cuota diaria de afectados y disminuyendo los fallecimientos. Igual ocurre con Corea del Sur donde hubo un estallido violento de la epidemia hasta lograr un control muy efectivo.
Como siempre, Europa es el punto de arranque de las grandes epidemias que han dislocado a la humanidad a través de los siglos. Sin contar las bíblicas plagas que asolaron a los egipcios para que dejaran salir a los judíos hacia la Tierra Prometida por Dios. En el siglo I de nuestra era, Constantinopla se vio afectada por una plaga de peste bubónica que implantó la simiente para el derrumbe siglos después del imperio romano ante el avance de los árabes en lo que hoy es Turquía.
La muerte o la peste negra, como se conoció la terrible epidemia de peste bubónica que azotó a Europa desde 1348 hasta 1352, contabilizó a millones de muertos. Los países de Europa se vieron desolados por la tremenda cuota de muertos que costó varios siglos repoblar a los países dejando esparcidos a millares de cuerpos. Como siempre desde Italia hasta España pasando por Francia fueron los territorios más afectados en su desolación ya que las condiciones sanitarias de aquel entonces eran inexistentes.
Aquella vez de la peste negra, ante el terror de las gentes, estos se aglomeraban en las naves de las iglesias procurando la intercesión divina y ese hacinamiento de tantos seres enfermos aumentó la cuota de la mortandad. Fueron muchos los conventos e iglesias que cerraron por haber quedado desiertos y dando lugar al surgimiento de sectas como la de los flagelantes que azotaban su cuerpo y a los demás para crear un terror que los obligaba a darle ofrendas. Un papa del siglo XIV tuvo que prohibir tales aberraciones que llevaban a las gentes a realizar cosas terribles. La clase humilde se apoderaba de las casas abandonadas de los más pudientes que habían muerto a causa de la Peste Negra.
De nuevo la Iglesia confronta en el siglo XXI una extraordinaria embestida de una plaga que esta vez sin un aviso se aposenta en las vías respiratorias de los humanos hasta que las satura para producir una muerte dolorosa que ya supera las 75 mil víctimas. La jerarquía católica, sabiamente, ha cerrado las puertas de los templos y hoy Jueves Santo vemos cómo un solitario celebrante procede con el ritual religioso de la ocasión.
Gracias a la diversidad de los medios electrónicos disponibles se reúnen las familias en torno a una de esas gigantescas pantallas domiciliarias con mejores detalles que si fuera en vivo. Se disfruta del solitario ritual sacerdotal de la ceremonia del Jueves Santo. Quizás con más devoción que si fuera presencial en los templos abarrotados de fieles, que nadie le presta atención a lo que se dice o se va realizando en el altar. Ahora, con la feligresía atemorizada por el final de los tiempos, se empodera de una mayor devoción y fe que le permite consolarse y disponer de estabilidad ante un covid-19 imperturbable arropando a la humanidad.
Los fieles atienden con mayor devoción las lecturas y ritos de estos días, que desde la soledad de los templos, los sacerdotes se la ofrecen al mundo, llevando consuelo y esperanzas del surgimiento de una mejor sociedad, mas proactiva y humana con el prójimo. Atemorizados se sigue con más devoción la consagración del pan y del vino escuchando con más atención el significado de las lecturas de estas ceremonias destinadas a reafirmar el imperio del Hijo de Dios en el planeta.

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