Pederastia en la Iglesia Católica

Pederastia en la Iglesia Católica

ÁNGELA PEÑA
Pepe Rodríguez, un reconocido escritor español de estos tiempos, se ha convertido en el más demandado experto en asuntos religiosos y clericales después de publicar veintiún obras entre las que se destacan La vida sexual del clero, Mentiras fundamentales de la Iglesia católica, Dios nació mujer, Mentiras y ritos de la Navidad, Adicción a sectas y Morir es nada. Ahora su popularidad cobra vigencia en la República Dominicana porque su libro Pederastia en la Iglesia católica, Delitos sexuales del clero contra menores, un drama silenciado y encubierto por los obispos, llega en un momento en que la clerecía nacional está envuelta en un escándalo de abuso de esa índole. Según libreros distribuidores, el ejemplar se ha agotado en un santiamén.

El volumen está fundamentado en hechos reales de esa naturaleza descubiertos en diferentes países, y publicados, que Rodríguez desmenuza, comenta y compara con principios y posiciones ancestrales de sacerdotes, arzobispos, obispos, cardenales y sumos pontífices. El ejemplar tiene crédito no sólo por las pruebas documentales que aporta el laborioso investigador sino porque el prologuista es nada menos que un sacerdote activo, el padre Alberto Manuel Athié Gallo, que en su extenso currículo de actividad en la Santa Madre Iglesia agrega el ser asesor del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).

 “Quien escribe estas líneas, dice, es un testigo más de uno de los casos que el libro menciona… Tengo que reconocer que ante estos datos de abuso sexual por parte de sacerdotes y obispos alrededor del mundo, y el análisis de las leyes y de las políticas internas que se siguen al respecto por parte de autoridades eclesiásticas, los católicos nos encontramos ante un dilema muy serio que determinará la credibilidad de la Iglesia Católica en el Mundo”, apunta el religioso.

Ambos critican la postura de la jerarquía de que los asuntos se tratan internamente, que la ropa sucia se lava en casa, el no considerar los hechos como delito y el que en vez de castigar estas conductas apenas trasladan de diócesis o de parroquias a los transgresores. Agrega Athié Gallo que “si los cardenales y los obispos son los encargados de interpretar y aplicar tales leyes, también encontramos casos en los que ellos mismos han abusado sexualmente de menores y se han protegido mediante esas mismas leyes y procedimientos internos y secretos. ¿Quién y cómo va a controlar al controlador?, pregunta.

Pepe Rodríguez habla de curas “sobones”, homosexuales, pedófilos, pederastas o fecundos padres de familia. Da cifras del elevado porcentaje que mantiene relaciones sexuales habituales, los que acarician, pervierten, violan o abusan menores, los que se masturban o han masturbado, los que viven en pareja, como son, “el apreciable número de sacerdotes diocesanos del Tercer Mundo”, afirma.

En el volumen de cuatrocientas cincuenta y una páginas se asegura que estos hechos no han sacudido a la Iglesia por el daño causado a la infancia sino por el dinero que ha debido sacar de sus arcas para comprar silencios o pagar demandas millonarias. En su enjundioso prólogo el padre Alberto cuestiona: “¿Dónde está la primacía de la víctima sobre el agresor? ¿Dónde está la atención a los miles de niños y niñas que han sido abusados sexualmente? ¿Dónde está la decisión de corresponder en justicia al sufrimiento de esos niños y niñas y de sus familias? ¿Dónde está la conciencia de que los niños y las niñas que han sido objeto de abuso son personas, son hijos e hijas de Dios?”. Y responde: “Tenemos que reconocer que la conducta de abuso sexual a menores por parte de los clérigos eclesiásticos, contradice el Evangelio, vulnera la dignidad y los derechos fundamentales de la persona y cuestiona la naturaleza misma de la misión de la Iglesia en el mundo y el papel de sus autoridades”.

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