Pedirle peras al olmo

<p>Pedirle peras al olmo</p>

DONALD GUERRERO MARTÍNEZ
Escribo a propósito de declaraciones del respetado empresario Don José Luis Corripio Estrada, publicadas en este periódico el 18 de este mes. Fue la segunda vez que trató el tema. La primera, luego de que visitara al Presidente en el Palacio Nacional. Otros empresarios importantes fueron también al despacho presidencial en aquellos días.

El señor Corripio entiende que “lo que determina la bondad o no de los impuestos es la forma en que se redistribuyen, se gasten o se inviertan los recursos en beneficio de la comunidad”.

Cree que el gobierno debe ofrecerle al sector privado condiciones favorables para que el empresariado pueda absorber, gradualmente, una parte de los empleados públicos, mediante el pago de un salario por tiempo. Es una indicación de que el señor Corripio sabe, como lo sabe el país, que la nómina oficial está exageradamente abultada.

Pero ha dicho más. “El gobierno debe dar una señal de austeridad.” Es pedirle peras al olmo. El gobierno no puede con la múcura de la austeridad. Por tanto, no puede dar esa señal. Si el gobierno tratara de ir en esa dirección, cosa impensable, lo inmovilizaran su imperceptible sentido de la austeridad, por un lado, al tiempo de que las ambiciones personales del titular del Poder Ejecutivo lo estimularán, acaso lo estimulan ya, en sentido contrario.

Cuando en un gobierno, cual que sea, falta el sentido de austeridad, posibilita la presencia de la vanidad, que es un pecado. El Diccionario de Sinónimos de Robles trae cuarentitantos sinónimos del vocablo, entre ellos inmodestia, presunción, fatuidad, pompa, endiosamiento. Es todo lo contrario a la humildad y la modestia, que son un sentimiento. La vanidad, un comportamiento.

No es disparatado decir que el sentido de austeridad es, primero, en lo personal y en lo oficial, una inspiración, un ideal, y luego propósito y determinación. El gobierno de cualquier tiempo no será nunca austero, porque no gasta dinero sudado por ninguno de sus funcionarios. Gasta el dinero suyo, el mío y el de todos cuantos formamos el “club de los pendejos de Uslar Pietri” porque pagamos impuestos.

La austeridad no pasa de ser un enunciado, porque el país no cuenta con mecanismos institucionales para evitarlo. Como no puede evitar, que se utilicen recursos del Erario en campañas políticas que le interesen a los mandatarios. Tal vez está ahí el germen “de un Estado con debilidades estructurales” que le impiden cumplir su papel, convirtiéndolo en “débil, fallido y fuñido” que como tal no puede defenderse y menos defendernos, como ha manifestado el ex ministro de las Fuerzas Armadas general José Soto Jiménez.

Soto Jiménez coincide con cuantos han expresado que en el gobierno hay instituciones infuncionales que no cumplen ningún papel, “pero plagan el presupuesto”. Son varias las voces que se han levantado para reclamar que el gobierno reduzca la nómina pública, como medio para reducir gastos. Hace poco habló en ese sentido el presidente de la Cámara Dominico-Americana de Comercio, señor Kevin Manning.

Dijo que “en todas las dependencias del Estado hay más personal del que se necesita”. El señor Ignacio Méndez, presidente de la Federación de Asociaciones Industriales, ha abogado porque el gobierno, “para darle calidad al gasto público” reduzca sus egresos y elimine entidades oficiales que calificó “inorgánicas, superfluas e infuncionales”. Citó sólo a cuatro, pero el país sabe que son muchas más.

Mientras, el proyecto de la reforma fiscal, tercera en tres años de gobierno, ha sido aprobada por los senadores, con ligeras modificaciones. El proyecto de Presupuesto y Ley de Gastos Públicos para el 2007 será enviado al Congreso. Quedará de ese modo satisfecho el interés de Washington, pues ambas piezas están vinculadas con el Tratado de Libre Comercio, que definitivamente no entrará en vigencia el primero de enero próximo. Ni se puede predecir cuándo será.

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