El mayor general Pedro Bartolomé Benoit Van Der Horst, acusado por unos de entreguista, vende patria, traidor, y defendido por otros que consideraron prudente solicitar la intervención norteamericana en la República, en 1965, no teme al juicio de la historia, no se arrepiente de su actuación ni considera una afrenta su decisión. La historia tendrá que absolverlo como a Fidel Castro, afirma, citando también a Benito Juárez que solicitó la armada americana, según él, para evitar el bombardeo de Veracruz, y a Juan Pablo Duarte cuando exclama ante las incriminaciones: Yo los perdono, Duarte también perdonó y murió expulso, como traidor, en la miseria. Si hablamos de patriotismo tenemos que avergonzarnos por lo que hicimos a Duarte, dice.
Había jurado no hablar más de ese hecho, guardar silencio. Yo quiero olvidar eso, realmente no vale la pena, confiesa sorprendido en su vieja casa de Alma Rosa. Tiene ya ochenta y tres años de edad que sobrelleva casi en retiro, diabético, operado de la vista y de la próstata, cargando el sufrimiento de doña Luisa, la esposa, ciega de un ojo y dice estar en vías de perder el otro. Les acompaña uno de sus tres hijos, Luis Régulo, quien responde al histórico progenitor con el respeto del militar que le siguió los pasos.
Es apacible, humilde, calmado y hasta habla quedo, pero cuando toma el tema de la revolución de abril estalla, se convierte en volcán, se incomoda, sube molesto el tono de voz justificando su conducta recriminada. ¡Es que no tengo ningún estigma! ¡No tengo ningún estigma, el estigma lo tiene el que mata a sus conciudadanos!.. Cuando todo el mundo estaba huyendo tuve, forzado por un grupo, que tomar una decisión, ya yo era el Presidente!, revienta.
Solicitó la fuerza de intervención, expresa, obligado por las circunstancias y consciente de lo que iba a pasar, porque no nos íbamos a entregar y si no nos entregábamos ¿qué íbamos a hacer? Tirar, matar gente ¿Y la revolución dónde se circunscribió? A la capital, ahí nació y ahí murió, de no haber sido así ocurría una matanza, señala.
No niega nada, pues asegura que no va a desmentir lo que está firmado. ¿Lo hice porque quería vender mi Patria? No. Lo hice porque necesitábamos frenar eso ahí mismo. Y se frenó. ¿Dónde se firmó? se le pregunta. No firmé, se habló por teléfono con la embajada. No puedo arrepentirme, yo no buscaba nada para mí, ni para mi familia, no buscaba dinero, lo que quería era evitar una masacre.
Pero los americanos mataron muchos dominicanos , se le observa, y contesta: ¡Ah, bueno, si tú le tiras, había que tirarte, pero en el término de lo que se perseguía, que era frenar eso, se consiguió. Voy a decirte como Castro: La historia tendrá que absolverme porque si están vivos, me lo deben a mí, olvídate de todas las charlatanerías!.
Exclama que esos calificativos de Judas, Santana, los van a seguir repitiendo adjudicándoselos y se muestra satisfecho debido a que constitucionalistas (él los llama subversivos, sin querer ofenderlos) lo visitan, comen, beben, charlan con él, lo comprenden, porque estaban conscientes. Lo que pasa es que somos hipócritas, decimos: ¡ay, ay, ay, los americanos! Y por debajo damos gracias a Dios, comenta, recordando que al otro día de solicitar las fuerzas interventoras pasó por un sector de allegados a los revolucionarios y hasta tuvo que tomarse unas copitas, ellos agradeciéndole: coronel Benoit, gracias, anoche pudimos dormir, porque el tiroteo no nos dejaba.
Y reitera eufórico: ¡Es que era una matanza lo que se iba a producir porque, vuelvo y repito: la Fuerza Aérea no tenía interés en hacer que corriera la sangre, pero estábamos en un estado de guerra ¿Qué armas teníamos? Aviones ¿Y cuando los aviones comenzaran a tirar bombas?… Muchos de los que me insultaban estaban gritando y cuando vieron los americanos dieron gracias a Dios y cogieron los sacos de comida y las medicinas que ellos tiraban en las carreteras, agregó.
[b]Historiadores charlatanes[/b]
Ese trozo de la historia está latente en la memoria del hoy general full que lo cuenta como si pasara una película. Nunca fue político, sino un militar que llevaba diez días en el país de regreso de Estados Unidos donde estudió Logística. Tenía rango de coronel y el general de los Santos Céspedes, Jefe de Estado Mayor, lo designó mediador con los revolucionarios que tenían tomado el Palacio Nacional y presos a los triunviros Donald Reid y Cáceres Troncoso. Hernando Ramírez, cuenta, le preguntó cuál era el predicamento de la Fuerza Aérea en el momento y él entendió que procedía una Junta Militar porque traer nuevamente a Bosch hubiera sido lo ideal, pero se iba a producir la misma situación y había que evitarlo.
Se iban a dividir las Fuerzas Armadas, se producirían una guerra civil y una intervención extranjera, argumentó. Cuando explicaba mis puntos de vista se tiró de un banco el coronel Giovanny Gutiérrez y vino frente a mí. Pensé que iba a pelear y me preparé para esperarlo, y lo que hizo fue abrazarme y decirme: coronel Benoit, usted si es ecuánime, si aquí hubieran dos hombres como usted, aquí no se peleara.
Expresa que recibió aplausos de todos los oficiales, rebeldes y no rebeldes y que minutos después de retirarse su superior lo reclamaba por la radio, que regresara al Palacio Nacional. Extrañado, narra, retornó a la oficina del coronel Milito Fernández que se encontraba con un grupo de oficiales más selecto: Servando Bompensier, el entonces capitán Lachapelle, Manuel Ramón Monte Arache y otros. Se nos acercó Hernando Ramírez con Molina Ureña y me pregunta qué pasa. Digo: estamos sugiriendo una Junta Militar. Molina dice: no, ya se me juramentó como Presidente, hasta que venga el profesor Bosch de Puerto Rico. Tras interrupciones, llamadas, desacuerdos, se produce el bombardeo a la casa de Gobierno. Benoit se dirige a la oficina de la Marina en el hoy Centro de los Héroes, solicitó que lo recogieran en un helicóptero y va rumbo a San Isidro.
Las negociaciones truncas el veintiséis de abril culminaron el veintisiete con la formación de una Junta Militar presidida por Benoit que tenía como miembros a los coroneles Olgo Santana, de la Marina, y Enrique A. Casado Saladín, del ejército.
Relata que Camilo Casanova le refirió que un grupo de jerarcas de aquí, los ricos, se reunieron en un hotel con un militar americano al que solicitaron, previo a la creación de la Junta, la presencia de las tropas de intervención, y él contestó que no, a menos que hubiera un gobierno que lo solicitara, y aquí no había. Entonces, añade Benoit, el grupo se dirigió a Wessin para convencerlo de lo que había que hacer y ahí es que todo el mundo se echa para atrás y yo viendo la situación como estaba dije: sí, yo acepto, hay que parar esto. Wessin, significa, fue de los que estuvo de acuerdo con la formación de la Junta.
En los archivos de Benoit hay cartas, artículos de prensa y hasta poemas reconociéndolo como salvador de la Patria. Uno calzado por autor de apellido Bodden expresa: Cuando Benoit vino, ya todo estaba arreglado. Lo único que él hizo fue aceptar la responsabilidad.
La historia lo enjuicia a usted se le comenta y él reacciona indignado: ¡Sí, pero la historia está escrita por hombres faltadores, por órdenes… ¿Está escrita por Jesucristo? Está escrita por uno de los tantos charlatanes que tenemos aquí. ¿No hicieron lo mismo con Pepillo Salcedo? ¿No lo hicieron creer que iba a una misión y, sin embargo, tenían la orden de Gaspar Polanco de fusilarlo en Maimón? Da pena que a los hombres buenos traten de destruirlo. Tengo un corazón formado en un hogar cristiano. Por querer tener al profesor Juan Bosch, con todo mi respeto, no les importaba la muerte de veinte mil personas, eso sí es malo, que para darle la posición a uno tengan que matar tantos hermanos.