Abril es sin duda un mes romántico. No en vano los poetas hacen rimas y filigranas con este mes, y no solamente porque “abril” es más eufónica que mayo, agosto, octubre; con sus terribles conjunciones de letras y fonación que en nada sugieren poesía. Pero Abril, en este país, se escribe con mayúscula, porque es auténtica historia patria, un compuesto épico de increíble coraje e hidalguía. No se puede sentir menos de ahí con la narración de Pedro Conde-Sturla, con sus historias íntimas de zagalejo egresando de la adolescencia, corriendo delante o detrás de las balaceras, o acompañando asaltos de bastiones y trincheras; de doñas y muchachas repartiendo panfletos; todos en busca de su propia identidad de dominicanos adultos, en procura de la patria que siempre ha querido ella misma ser. El narrador no es el héroe ni nada que lo parezca, sino que una de esas viudas mamás tías, que lo son de todo el vecindario, cuya casa es refugio de la resistencia, donde acuden combatientes y noveleros, se esconden armamentos y despojos de guerra, todo disfrazado de chercha y disimulado por la viuda, quien lleva las cosas como si tan solo cobijase a una divertida muchachada en un día cualquiera en el que nadie fue a la escuela.
La novela “Uno de Esos Días de Abril”, en un relato vibrante y de primera mano, a ratos tierno, siempre ameno, y consideradamente breve; de esos que se pueden leer de dos o tres sentadas. Un abril en el que el heroísmo no es estridente, ni los errores y traiciones parecen tan estrujantes. Un relato bueno de digerir para los que, por alguna razón, no estuvimos ahí, que nos deja ver el lado más humano de los combatientes en Ciudad Nueva y en la Zona Colonial, lugares en los que a los policías cascos azules y blancos, carentes de dirección ideológica y espiritual, les faltaba motivo y coraje para estar en lucha contra sus propias gentes, y sin posibilidad alguna de entender las verdaderas causas.
Allí, en la historia, y aquí, en un presente que aspira a ser correctamente entendido por todos, está y estará ese Abril del 65, como un testimonio de un pueblo que busca ser protagonista de su propio acontecer.
Los temas de la pendencia nunca los aclaró la guerra, ni en los años de distensión han sido discutidos sobriamente, acaso porque los rencores no dejan ver el fondo de las cosas. Porque, qué otra cosa que vivir decentemente y en paz podría desear un policía, sargento, coronel o esbirro; quienes llegaban a saber que no eran tan ateos los “comunistas” catorcistas, cuando estos, luego hacerlos prisioneros en combate, los curaban en el hospital y los liberaban. (Tampoco fueron siempre tan retorcidos los golpistas, ni sus descendientes). Afortunadamente, aún hay mucha historia por hacerse, y mucha gente de vergüenza que ama este país; y viudas, madres y tías, vecinos, ancianos y muchachos, que si fuere necesario ofrendarían sus vidas igual que aquellos combatientes de Abril.