Pedro Francisco Bonó, sociólogo de lejana época que estudió a los dominicanos

Pedro Francisco Bonó, sociólogo de lejana época que estudió a los dominicanos

POR ÁNGELA PEÑA
Pedro Francisco Bonó no sólo fue el sociólogo  de época lejana que analizó y expuso con asombrosa precisión las características sobresalientes del comportamiento del dominicano. También fue prócer de la restauración de la República y el más notable economista de su tiempo que planteó con profundidad los problemas agrarios, las raíces de la propiedad rural, la injusta distribución de la tierra. Patriota y místico, su vida fue símbolo de pureza a pesar de haber ocupado las posiciones políticas más elevadas.

 Dejó escrita una variada obra de calidad, el ejemplo de su talento prodigioso y de su personalidad incorruptible. Contó con la admiración de figuras tan sobresalientes como Gregorio Luperón, Ulises Francisco Espaillat, Federico Henríquez y Carvajal, José Gabriel García, Gregorio Billini, Eugenio María de Hostos, Mariano Cestero, Augusto Franco Bidó, Ramón Emeterio Betances y Manuel de Jesús de Peña y Reynoso algunos de los cuales reconocieron a tal grado su capacidad e integridad que le pidieron en más de cinco ocasiones aceptar la postulación a la presidencia del país.

 “Yo no quiero ser partidario. Quiero ser dominicano. En todos los partidos hay hombres excelentes y hombres abominables”, declinaba. En carta a su gran amigo el padre J. F. Cristianacce escribió en 1884: “Acúsome, Padre, de que no quiero ser Presidente de la República”. Varias veces se negó a aceptar las ofertas de Ulises Heureaux para que ocupara funciones en su administración. Fue precisamente el ascenso del tirano en ciernes lo que hizo que se retirara de toda actividad pública y se refugiara en San Francisco de Macorís, donde terminaron sus días, a los ochenta y dos años de edad.

 “Allí desarrolló una vena mística. Toda la literatura expresada en las cartas de los últimos años y en la relación epistolar con Meriño, es un Bonó que ya se olvida un poco de las clases productoras del país y centra su reflexión alrededor de la persona de Cristo. Se puede decir que pasa de la sociología a la mística”, expresa el historiador Antonio Lluberes, SJ, dedicado estudioso de la figura del ilustre escritor al que encontró cuando investigaba la Revolución de 1857 y la rebelión de los tabaqueros en contra de la política cambiaria y otros temas económicos.

DOMINICANO OLVIDADO

Fue Emilio Rodríguez Demorizi, sin embargo, el que más entusiasmo demostró en rescatar el nombre y la producción de este dominicano que apenas ha recibido el homenaje de una apartada calle de Los Minas. Lo llamaba “el olvidado pensador” y apuntaba: “Tan olvidado ha sido Bonó que su nombre no aparece en obra tan completa como el Panorama histórico de la literatura dominicana, de 1945, del Dr. Max Henríquez Ureña, ni en los manuales de historia de nuestra literatura”.

 No obstante, “todos los historiadores tienen que partir del pensamiento de Bonó, que es el más articulado de los pensadores de su época, más desarrollado y ajustado que el  del mismo Espaillat, que el de Benigno Filomeno Rojas. Hay un salto entre Bonó, Hostos y José Ramón López en cuanto a la observación de la sociedad dominicana”, manifiesta el padre Lluberes quien atribuye la indiferencia a que quizás los que se reconocen “son los militares, los políticos, los guerreros, los hombres a caballo con revólver en la cintura y Bonó no es el héroe, sino en tal caso el antihéroe, el que critica la situación, no es el hombre que está dispuesto a salvar, a defender o a imponer sus ideas en el campo de batalla, aunque participó en las luchas políticas y en los gobiernos restauradores, sino que insiste y promueve sus ideas a nivel de lo escrito, del mensaje al corazón y a la conciencia de sus lectores, no coincide con el protagonismo de nuestro pueblo, es más duartiano, es un poco el dirigente político depresivo al que las luchas lo abaten, lo deprimen”. Piensa el religioso que otro factor para el olvido puede ser el que no tuviera hijos.

 De Bonó sólo se conoce un daguerrotipo de 1880.  Es que la modestia del eminente sociólogo era extrema. El veinte de noviembre de 1894 escribió a Peña y Reynoso: “Le estoy hondamente agradecido por contarme entre el número de los Vivos Notables de mi Patria. No puedo actualmente acceder a su deseo de que le remita mi retrato con algunos apuntes biográficos pues mi deseo más pronunciando hoy día es vivir completamente ignorado de la generalidad, con excepción de algunos generosos amigos como Ud. de quienes buenos recuerdos conservo”.  Rodríguez Demorizi rescató su nombre publicando toda su producción dispersa en el valioso libro Papeles de Pedro F. Bonó.

 Tras su humildad se ocultaba un superdotado, un trotamundos que vivió en varios pueblos del país y que anduvo por París, Bruselas, Alemania, Hamburgo, Londres, Nueva York, que fue abogado, periodista, masón, sociólogo, economista, escritor, con algo de médico. “Sobresale porque adquirió una serie de conocimientos que le permitieron participar de la vida dominicana y tener una actividad académica sobre todo en la narrativa, la novela y el análisis sociológico, características que ningún otro contemporáneo de él pudo observar. Destaca la economía y la pequeña propiedad del tabaco cibaeño, hacía participar a muchos productores y por lo tanto, distribuía la riqueza con un sentido de justicia y de equilibrio social muy grande y observó los peligros crecientes del desarrollo de la incipiente industria azucarera dominicana que pone la propiedad de la tierra y la maquinaria en manos del capital extranjero”, significa Lluberes.

 El sacerdote, quien bautizó con el nombre de Bonó el Centro de Estudios Filosóficos de los jesuitas, define al escritor como “una persona transparente que dice lo que observa, consecuente, que vive como piensa”. Gregorio Luperón lo describe: “Ciudadano respetable, muy instruido y de meritorios antecedentes, implacable enemigo del mal proceder, sinceramente apasionado por la justicia, la libertad y la democracia. Hombre íntegro, de escuela práctica y seria, de carácter severo y rígido, sombrío en sus maneras, estoico en su vida; intransigente en sus opiniones, firme en sus propósitos; perseverante en los principios, de valerosa entereza, de larguísimos servicios… ”.

 Rodríguez Demorizi analiza su fisonomía:  “En los ojos de mirada inmutable y generosa y en la amplia frente, hay los rasgos reveladores de la poderosa inteligencia; y los signos de la personal prestancia  en el conjunto: el cabello negro y brillante, acicalado; el perfecto óvalo del rostro, la finura de los labios, el severo mentón y el suave matiz de la piel, denuncian la meridional sangre latina. Es, en fin, la misma figura viril, noble y austera, atrayente y simpática que emerge de sus escritos”.

BONÓ

Pedro Francisco Bonó nació en Santiago de los Caballeros el dieciocho de octubre de 1828, hijo de José Bonó y de Inés Mejía. En El Correo de Ultramar, de París, publicó su novela El Montero, hacia 1848. Es autor, además, de Apuntes para los cuatro Ministerios de la República, Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas, Congreso Extraparlamentario y de infinidad de trabajos que publicó en periódicos nacionales. Participó en la democrática revolución contra el Presidente Báez y asistió a la batalla de Sabana Larga, ganada a los haitianos. Sufrió encarcelamientos y destierros.

 Fue miembro de la primera Comisión redactora de las bases de la Constitución, auxilió al Presidente Espaillat en su lucha contra la revolución, se ocupó de la vacunación contra la epidemia de viruelas y en su rol de senador presentó mociones para la organización del Ejército, la creación de un Banco Nacional, el respeto al principio de inmunidad de los legisladores,  la sustitución del sistema unitario por el federal, a fin de erradicar la guerra civil y el centralismo.

 Fue además, fiscal de Santiago, diputado,  Abogado Defensor Público, Presidente del Congreso Nacional,  Procurador Fiscal del Tribunal de Justicia Mayor y Procurador del Tribunal de Primera Instancia de Santiago, Ministro de la Guerra,  Comisionado de Interior y Policía, Enviado confidencial del Gobierno de la Restauración, Ministro de la Suprema Corte de Justicia, Secretario de Estado de Justicia, Instrucción Pública y Relaciones Exteriores, Regidor del Ayuntamiento, Juez de primera Instancia de La Vega, Comisionado Especial de Agricultura, entre otros cargos, hasta el advenimiento de Heureaux cuando se retiró a San Francisco de Macorís, donde se dedicó al comercio, la filantropía, la medicina, el derecho, el periodismo. Vivió del producto de un alambique. Destinó parte de sus ingresos a fines sociales y piadosos. En 1903 escribió a monseñor Meriño: “Nada he encontrado que me satisfaga por completo: sólo Jesucristo”.

 Murió el catorce de septiembre de 1906.

 La calle Bonó comienza en la Carrera G y se extiende hasta la Venezuela, bordeando el hospital del barrio Los Minas.

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