Pedro Gil Iturbides – A Jimaní, con dolor

Pedro Gil Iturbides – A Jimaní, con dolor

Jimaní es pueblo y tierra de recias gentes que aprendieron a existir en un medioambiente inhóspito. Su clima es seco en extremo, caluroso hasta lo inaguantable, y el suelo árido, mayormente compuesto de material calcáreo.

Mientras se transita entre esta capital de Provincia y el poblado del Limón, es fácil ver, sobre todo durante la canícula, cómo relumbran ante el viajero vapores perdidos en los haces solares. Su vegetación natural, xerófila, se compone principalmente de bayahonda, güazábara y ejemplares diversos de familias cactáceas.

Más que a vivir, por tanto, a los dominicanos que Rafael L. Trujillo trasladó allí para transformar el centenario villorrio, se les condenó a la desolación. Y sin embargo de lo dicho, he aquí que ese pueblo no quedó abandonado después de 1961. Por el contrario, tanto la inmigración de nativos y haitianos, como su crecimiento vegetativo, han hecho de Jimaní un pueblo más grande que el conocido por nosotros en 1962.

De hecho, el sector que se llevaron ahora las aguas del Soleil y el arroyo Blanco o Jimaní, surgió tras el paso del ciclón George en 1998. Antes que éste desbordase con sus aguas el lecho seco de Blanco, nadie vivía en sus riberas. Pero el George convirtió un cauce de unos tres metros en una explanada de más de doscientos metros de ancho. Este huracán aniquiló la escasa vegetación de las orillas de ese lecho, que sólo de año en año ha visto aguas. Porque en la región, las precipitaciones pluviales no sobrepasan los 200 a 400 milímetros anuales.

Sólo el hotel Jimaní era un oasis en aquella calurosa parte de esa zona de vida. Entre la aniquilación del régimen de Trujillo a 1965 mantuvo el atractivo mobiliario de una época en que el respeto parecía predominar entre nosotros. En 1967 fue remozado por las gestiones de mi amiga, la doctora Miriam Méndez de Piñeyro y su esposo, Manuel. Permaneció como un envidiable servicio hotelero, sin estrellas pero eficiente, hasta 1981 en que retornó su deterioro. Lo primero, por supuesto, la desaparición del mobiliario. Y luego, la decadencia de los servicios, incluido el de comidas.

Jimaní tiene limitada producción alimentaria. Por eso, cuando el hotel carecía de estos servicios, el viajero que no tenía amigos o parientes allí, ayunaba sin proponérselo. Con el retorno de Joaquín Balaguer a la Presidencia en 1986, se buscó apoyar una agricultura que se alberga en escasas áreas con agua de riego y en tierras de aluvión. Hoy, entre esa agricultura y los pobladores de Haití que hacen ferias dos veces por semana, es posible encontrar más productos agrícolas.

Contra ese Jimaní fue que marcharon estas lluvias de la semana antes pasada. Trujillo había comprometido a los introducidos habitantes desde el 1942 como bastiones de la dominicanidad. Erigió viviendas, escuela, templo católico, edificios para oficinas públicas incluida la gobernación de Provincia, y fortaleza. En 1975 Balaguer le hizo otra Iglesia, habida cuenta de que la construcción anterior, que quedó como centro comunal y club, resultaba pequeña y mostraba el paso del tiempo. También fueron construidas viviendas en un sector que denominaron Savica.

Casi colindante con Savica comenzó a surgir La 40. Antes de 1998, una que otra vivienda se contemplaba en el área. Pero después del paso del ciclón George surgieron como hongos nuevas casuchas, que pronto se amontonaron sin seguir ninguna norma urbanística. Tal vez porque lamentablemente actuamos olvidando costumbres de nuestros abuelos, que conservaban recuerdos de la cuadrícula hispánica.

Contra ese amontonamiento se levantaron alevosas, las aguas del Soleil, vertidas en arroyo Blanco, un río siempre seco. Yo, que aprendí a querer esas soledades, ansioso de pensar que son transformables como lo creen Miriam y Manuel, no me canso de pensar en la tragedia. Para mí es impensable, pues he contemplado lloviznas que no mojan su ávida y seca tierra, notorias las gotas al caer sobre uno, o tenues sobre las hojas de los árboles.

Porque estos crecen, y por eso creo en la transformación de esos suelos, ese clima y por tanto, esa zona de vida. Mientras trabajábamos en la Liga Municipal Dominicana introducimos plantas de las familias leguminosas, con la cooperación de la Fundación Barceló Pro Foresta. Ellas adornan buena parte de la región y contribuyen a sombrear las ardientes carreteras de la zona, embelleciendo parte de la hoya del Lago Enriquillo.

Por eso me duele lo ocurrido en Jimaní.

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