Pedro Gil Iturbides – Cada cabeza es un mundo

Pedro Gil Iturbides – Cada cabeza es un mundo

Poco después de comenzar el año 1967 me llamó mi amigo Tomás Morales Garrido. Le interesaba conversar respecto de la reiterada ocupación de unas tierras de la sucesión familiar en La Enea y Jobo Dulce, del Municipio de Higüey. Para desalojar a los ocupantes de La Enea recurrió en dos ocasiones al general Enrique Pérez y Pérez, secretario de Estado de las Fuerzas Armadas. Ahora necesitaba auxilios adicionales.

Cuando nos juntamos ese mismo día contó que una primera invasión en La Enea la había resuelto en un diálogo personal con el cabecilla de los ocupantes, antiguo empleado de la propiedad. Durante una segunda penetración a los predios el mismo ex empleado, cordial y atento ante él, reaccionó en forma airada. Fue el momento en que recurrió al jefe militar, quien recibió su petición como el pedido de un amigo del Presidente de la República. Estaba en lo cierto.

Papucho, como lo llamábamos en vida, me contó que durante su encuentro con el ex empleado, éste le dijo que no solamente le quitarían estas tierras, sino las de Jobo Dulce. El general Pérez y Pérez, por su parte, le dijo confidencialmente que al llamar la última vez al comandante en la región para que ayudase al desalojo, recibió de éste la revelación de que detrás de los ocupantes se hallaba una mano superior. El Secretario le dijo que el asunto tenía que tratarse a otro nivel y por otras vías.

Es cuando conozco del problema. Y recibo el encargo con el mismo talante con que el general Pérez y Pérez atendió su solicitud en un primer momento.

Papucho había procurado recursos económicos y logísticos durante la campaña electoral de 1966. Tanto él como su hermano Luis eran compromisarios del Dr. Joaquín Balaguer, y el último, como antiguo funcionario de la Azucarera Haina, se trató frecuentemente con aquél. Hube de concertar una que otra cita entre el candidato Balaguer y Papucho, durante las que el último le hizo entrega de recursos para aquella campaña. ¿No era lógico pensar que al hablarle de Papucho Morales el Doctor Balaguer daría una orden para proteger esas propiedades?

Mas no ocurrió de ese modo. El Doctor Balaguer me expuso una tesis que en cierta medida explica sus leyes agrarias. Me dijo que los grandes propietarios agrarios, sobre todo en el este, eran no solamente ausentistas sino geófagos. Expresó que él no podía permitirles que mantuviesen predios yermos, mientras miles de labriegos morían de hambre. Me citó los nombres de varios grandes empresarios que tomaban la ganadería como actividad marginal, atendida por terceros con más características de burócratas que de productores.

Quise sacar a los Morales Garrido de aquel saco, al explicarle que se ocupaban de sus tierras. Además, le conté, mi padre conoció recién llegado al país a don Ramón Morales como productor de ganado de carne y leche. Era colono del Central Romana desde 1914, y sus diversas propiedades eran el legado que Papucho defendía. Las propiedades sometidas a asedio fueron de su abuelo paterno, don Tomás, desde fines del siglo XIX. Mi abuelo materno y un hermano de éste, Miguel, habían sido colaboradores políticos de don Tomás durante años. Mis argumentos parecieron surtir su efecto.

¿Puede probarme eso?

Podría traerle a papá, quien puede darle detalles adicionales.

No quiero testimonios como ése. Quiero pruebas escritas. ¿Esas tierras tienen títulos?

No pude darle una respuesta precisa, pues ignoraba estos datos. Pero convinimos en que, si la sucesión podía mostrar títulos de propiedad de vieja data, ordenaría que fueran protegidas esas tierras. Pero me advirtió que tendrían que mantenerlas en producción, pues no quería tierras rurales baldías, con propietarios ausentistas.

El dijo refiriéndose a Papucho de lo que se ocupa es de sus Mercedes.

Dígale que le venda esas propiedades al Estado, para repartirlas entre campesinos.

Esa misma noche visité a Papucho. Anhelaba que esas tierras tuviesen títulos con registros antiguos. Y así fue. Procuró los mismos y me dio copias de ellos. En cuanto a la propuesta de compra, respondió que no vendería esas tierras, por razones sentimentales tanto como por ser de una sucesión indivisa. A la mañana siguiente entregué las copias de los títulos al Dr. Balaguer, algunos de los cuales databan de 1927. Y cesó el asedio.

Seis años más tarde se promulgarían las leyes agrarias. ¿Por qué Balaguer no habló de sus intenciones, con la verborrea propia de la política? Uno que otro discurso apuntaba hacia ese objetivo. Pero el Dr. Balaguer no delineó un proceso de recuperación de tierras comuneras y del Estado ocupadas por grandes terratenientes en el este del país, hasta no promulgar sus leyes agrarias. Tampoco decidió expropiar tierras de propiedad privada, en tanto no instrumentó ese quijotesco sueño. Pero cuando comenzó, los Morales Garrido no fueron molestados.

Ahora que se contemplan políticos que antagonizan sobre conceptos que no han madurado o quimeras que no han establecido, evoco esta desconocida vivencia. Balaguer, en la plenitud de sus facultades, no habría dilucidado en público lo de la fragmentación del Parque Nacional del Este como mera competencia entre inversionistas. En plenitud de facultades habría madurado sus objetivos, establecido procedimientos y acometido por derroteros definidos, el sueño de gobernante.

Y pienso en ello porque cada cabeza es un mundo. O, como se dice en sánscrito, cada maestro tiene su librito.

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